Lo que se está viendo ahora en los tribunales del país, lo que nos está ocurriendo, en esta escala, con esta magnitud y con esta saña, jamás se había vivido en Venezuela
Esta semana fue dura. En los tribunales nos difirieron, por los más absurdos motivos, tres audiencias: la de los jóvenes del Campamento PNUD, la de los muchachos del Campamento Sadel, y la de Skarlyn Duarte. Esta última, con el de esta semana, acumula 31 diferimientos. Sí, estás leyendo bien, son 31 las veces en las cuales la audiencia preliminar de esta joven tuitera ha sido diferida, mientras que ella está por cumplir dos años detenida en el Sebín. También se le notificó a Leopoldo López la ratificación en Corte de Apelaciones de su injusta condena mientras que, en el ínterin, un “valiente” GNB insultaba a su madre solo porque, cual es su derecho, ella quería estar presente en la audiencia de su hijo.
Un poco más allá, también en Caracas, en El Calvario, otros gorilas (ya no les cabe otro mote) detenían a dos periodistas solo por tomar imágenes panorámicas de esa zona que, por lo demás, es pública. Gracias a Dios, con la confesión implícita de que aquella fue una detención arbitraria, luego los liberaron a las pocas horas tras «interrogarlos». Pero les ha podido ir mucho peor, y todos lo sabemos. Lo mismo ocurrió en Apure, donde un grupo de periodistas que cubría una manifestación fue retenido y mantenido “a coñazo limpio” varias horas privado de su libertad (perdónenme el lenguaje, solo es una cita textual de la denuncia recibida). Hace unos días, al hermano de uno de nuestros amigos y colaboradores y a la joven que lo acompañaba, se los llevó el hampa. Esto fue en Barquisimeto.
A este coctel hay que sumarle, porque también es verdad, que la nota distintiva en cada una de las audiencias que discrimino en el encabezado fue la de la soledad. A ninguno de los presos los acompañó más que un pequeño séquito de abogados y los incondicionales de siempre. El resto del país, salvo algunas fáciles expresiones de solidaridad en las redes sociales, les dio la espalda. En fin, ese es otro tema.
Todo lo anterior no es más que una pequeña muestra de lo que está pasando en nuestros tribunales, en nuestras ciudades, en nuestro país.
Está mal hablar de uno mismo, pero en general no soy intolerante. Trato de ponerme siempre en los zapatos del que no piensa como yo y de entender sus razones; trato de comprender sus motivos, su historia personal, sus anhelos, para desde allí procurar algún punto de contacto, alguna identidad que nos permita construir algún puente, alguna coincidencia, por precaria que sea, desde la cual se pueda elaborar al menos un esbozo de visión común. Pero hoy me es muy difícil hacerlo, el ánimo es otro, y lo es porque la «Quinta República» (o lo que sea que los que aún la defienden crean que es esta tragedia nacional que ya va para la mayoría de edad) dejó hace rato en pañales cualquier abuso pasado. Lo que se está viendo ahora, lo que nos está ocurriendo, en esta escala, con esta magnitud y con esta saña, jamás se había vivido en Venezuela. Cualquier carencia o abuso previo, que los hubo ciertamente, ha quedado completamente opacado por las carencias y los abusos actuales. Eso, tomando en cuenta una historia como la nuestra, es mucho, pero mucho, decir y duele mucho porque, a las pruebas diarias me remito. La anterior es una afirmación incontestable.
Alguien me dirá que antes había desigualdad, exclusión, corrupción e injusticia, y eso no puede negarse, pero jamás fueron como las de ahora. A la comida, por ejemplo, solo tienen acceso unos pocos, y a la regulada, a esos productos dudosos que distribuyen los Clap, solo tienen acceso las corruptelas del Psuv, y ya ni mantienen las apariencias, “quienes no sean escuálidos”. De las medicinas mejor ni hablamos. La GNB, el Sebín y en general los cuerpos de seguridad hacen literalmente lo que les viene en gana, y ya no respetan ni las órdenes que les dan los mismos jueces “revolucionarios”. Lo peor es que es común leer en las noticias que algunos de sus miembros son a la vez policías y malhechores, y hasta enfrentamientos entre ellos, como si se tratase de bandas criminales, suceden con dolorosa frecuencia.
En los predios judiciales, que son de los que puedo hablar con más propiedad, había antes de todo, desde jueces corruptos y borrachos hasta lunáticos que obligaban a los detenidos a arrodillarse ante la Virgen para pedir perdón por sus pecados antes de decidir sus causas. También teníamos jueces que se plegaban en ciertas causas a la “línea del partido” y que decidían no desde lo que les ordenaban la Constitución y la Ley, sino desde el interés político que mejor les acomodara. Pero incluso en esas oscuridades había destellos de jueces probos, sabios y humildes, a los que uno no podía más que admirar y también existían ciertos límites que no se traspasaban. Había cosas que ningún juez, por corrupto, ignorante o loco que fuera, hacía. Hoy, para mal de todos, es otra cosa: la regla es que no hay reglas.
Por eso no puedo más que concluir que seguir apoyando al poder, al chavismo o al madurismo, hoy por hoy, ya no es un acto de fe, de ingenuidad o de pretenciosa consecuencia ideológica. Es un disparate en el mejor de los casos y, en el peor, es un acto de evidente maldad y de resentimiento obtuso. Nos lo recuerdan los presos, los enfermos y los niños y ancianos que cada día mueren por no tener qué comer o por no recibir las medicinas que necesitan. Venezuela, aún lo creo, merece mucho más que esto. Está en nuestras manos salvarla antes de que los daños, ya inmensos, sigan siendo la norma del día.
CONTRAVOZ / GonzaloHimiob