Sus víctimas menores de edad respondían a un mismo patrón físico: escolares, morenas y de pelo largo. El psicópata les ofrecía amablemente llevarlas hasta sus casas o al liceo, para después raptarlas, ultrajarlas y asesinarlas
Julio Pérez Silva, considerado como el mayor asesino en serie de la historia de Chile, aún insiste en su inocencia. El llamado “Psicópata de Alto Hospicio”, fue descubierto y condenado en 1998 a cadena perpetua por violar y asesinar a más de una decena de adolescentes en esa localidad de la región de Arica y Parinacota.
El delincuente, que cumple condena en Arica, ha expresado que no se sentía como un psicópata ni tampoco reconoce haber matado a las niñas. Encerrado hoy en una celda de 3 por 6 metros, pasó sus primeros años de prisión sólo y con guardia las 24 horas del día, debido a un intento de suicidio.
Un cuento de horror
Hace un tiempo, en la localidad nortina de Alto Hospicio, en Chile, más de una decena de jovencitas fueron sistemáticamente secuestradas, violadas y asesinadas por un tranquilo vecino del que nadie sospechaba absolutamente nada.
La historia quedó al descubierto cuando Guido Utrera pasaba por la carretera y vio a una estudiante tapada en sangre pidiendo auxilio. Atónito, retrocedió a buscarla, la montó en su vehículo y ella le rogó que la llevara al hospital porque un sujeto en un carro blanco había intentado violarla.
Unas cuantas horas después de este encuentro, aquella niña, conocida hasta ahora sólo como Bárbara de 13 años de edad, acabó con la historia criminal de Julio Pérez Silva, el peor asesino en serie de la historia de Chile. Este hecho ocurrió el 4 de octubre del 2001.
Los inicios de este delincuente se remontan a Puchuncaví, en la provincia de Valparaíso en Chile, donde “El Segua”, como le decían en su infancia, pasó la mayor parte de sus 38 años. María Pérez, directora, en ese entonces, del colegio donde estudió, dice que siempre lo vio como un alumno tranquilo e introvertido que formaba parte de un grupo eucarístico.
Pérez Silva se casó a los 22 años con Mónica Cisternas y tuvieron dos hijas. Luego, convivió cinco años con Marianela Vergara y cosechó fama de buen esposo. A mediados de los ‘90, emigró a Iquique buscando mejores oportunidades de trabajo, comenzó cargando sacos de sal y en una fiesta conoció a Nancy Boero, 14 años mayor que él. A las dos semanas ya vivían juntos y se establecieron en Alto Hospicio.
Al poco tiempo abandonó los sacos de sal, empezó a trabajar como taxista pirata y resultó que el tímido “Segua” de Puchuncaví era otra persona tras el volante. El 17 de septiembre de 1998 recogió en la costa de Iquique a Graciela Montserrat, de 17 años. Le ofreció dinero a cambio de sexo y todo iba bien hasta que ella habría intentado robarle. Enfurecido, la golpeó hasta matarla y la abandonó en la playa.
Lavado y peinado, como lo haría siempre después de cada ataque, siguió dedicándose a su casa como un hombre modelo. El 24 de noviembre de 1999 le ofreció a Macarena Sánchez, de 13 años, acercarla en su carro hasta el liceo. Luego de amenazarla con un cuchillo y violarla, le amarró las manos arrojándola al interior del Pique Huantajaya.
Como siempre, aquel día, Pérez Silva estaba de regreso en su casa temprano, borrando huellas de su cuerpo, del auto y de su ropa. Ya en el año 2000, sus crímenes se hicieron más frecuentes, pues en el mes de febrero atacó dos veces en menos de una semana. Primero a Sara Gómez y luego a Angélica Lay.
Una y otra vez, Pérez Silva repitió la misma rutina y en ciertas ocasiones, cambió su peinado, agregó o eliminó su barba o se tiñó unas cuántas canas. Viendo televisión junto a pareja se topó a menudo con algún noticiero donde la desaparición de las niñas de Alto Hospicio ya comenzaba a estar en los titulares.
El 23 de marzo del año 2000, un mes después del cuarto asesinato, la hija de Delia Henríquez no regresó a casa. Se llamaba Laura Zola, tenía 14 años y fue la quinta víctima del psicópata de Alto Hospicio. Días después, el 5 de abril, el temido vehículo blanco que ya había perseguido más de una vez a María Eugenia Rivera se llevó a su hija, Katherine Arce. Pérez Silva la violó y la enterró en un basural clandestino.
El 22 de mayo del 2000, Patricia Palma, de 17 años, salió del colegio rumbo a su casa. Fue en ese momento cuando Julio Pérez la raptó para luego matarla. Diez días más tarde volvió a atacar, al violar y asesinar a Macarena Montecinos en el sector de Pampa El Molle. Luego, el 2 de julio, interceptó a Viviana Garay, a quien también mató de un golpe en la cabeza.
Pero esta vez, la desaparición de Viviana generó la más intensa reacción que el psicópata había encontrado en toda su carrera criminal. El padre de la niña, Orlando Garay, movilizó a las demás familias afectadas y se generó una fuerte matriz de opinión pública y una intensa movilización policial.
El sujeto dejó de atacar durante más de nueve meses, pero el 17 de abril de 2001 ya no pudo contenerse. Interceptó a Maritza, de 16 años, la amenazó con un cuchillo y la violó. Mientras escapaba, Maritza regresó a su casa y fue llevada al hospital, donde le extrajeron muestras de semen del agresor, que nunca pudo ver en la oscuridad.
El 4 de octubre de 2001, Julio Pérez Silva cometió el último de sus ataques. Fue el día en que Bárbara sobrevivió, el día en que Alto Hospicio supo que había un asesino entre ellos. Fue detenido horas después y sin inmutarse, admitió asesinatos y violaciones. Confesó haber actuado solo y nunca alegó demencia.
Sin respuestas
¿Por qué lo hizo? Esa es la pregunta que atormenta a todas las familias que perdieron a una hija en manos de aquel hombre que escondía en su mente a un monstruo. Es también una pregunta que se repiten jueces y abogados, tratando de armar el enigmático rompecabezas que Julio Pérez Silva se rehúsa a componer en su totalidad. Su respuesta ante el juez ha sido siempre: “No sé por qué lo hice”.
Edda Pujadas
@epujadas