No obstante su sentencia, el Tribunal de La Haya no ha hecho nada por difundir profusamente la inocencia de Milosevic y limpiar su nombre, mientras la prensa occidental, que lo calumnió, difamó y condenó, ha silenciado el hecho de su absolución
El caso de Slobodan Milosevic solo puede calificarse como horrendo. El expresidente de la desaparecida Yugoslavia fue finalmente absuelto por el Tribunal Internacional de La Haya de todas las acusaciones que le endosaron los gobiernos de la OTAN, las transnacionales de la comunicación y la casi totalidad de los políticos de Occidente, cargos por los que fue encarcelado durante sus últimos 5 años de vida y asesinado por custodios mercenarios, pagados por quienes se beneficiaron en sus intereses geopolíticos con toda la farsa construida. Las transnacionales de la prensa europeas y de EE.UU. calificaron a Milosevic como “carnicero”, “monstruo sediento de sangre” y “genocida”, y lo compararon con Hitler, para justificar las sanciones económicas y los bombardeos contra Serbia en 1999, así como la sangrienta guerra de Kosovo.
El líder serbio pasó sus últimos años defendiéndose de los tenebrosos crímenes de guerra que le endilgaron. Valientemente enfrentó al mundo occidental en su defensa y la de su patria. Diez años después de su muerte en prisión en extrañas circunstancias, el Tribunal Penal Internacional lo exonera de todos los supuestos crímenes cometidos en Bosnia entre 1992 y 1995. La sentencia establece que se demostró su clara oposición a la expulsión de musulmanes y croatas de territorio bosnio, así como sus reservas sobre si la Asamblea serbobosnia podía excluir a los musulmanes de Yugoslavia. El tribunal comprobó que Milosevic consideraba que “los miembros de otras naciones y grupos étnicos debían de ser protegidos, y que en el interés de los serbios no debe figurar la discriminación contra otras etnias”, además que “el crimen contra los grupos étnicos debía ser combatido con energía”.
La muerte de Slobodan Milosevic se produce dos semanas luego de que el Tribunal Internacional le negara su solicitud de operarse del corazón en Rusia. Un infarto al miocardio fue supuestamente la causa, pero en su organismo se encontraron restos de rifampicina, que nadie le había prescrito, confirmando la denuncia de su abogado al ministro ruso de relaciones exteriores 72 horas antes, de que Milosevic estaba siendo envenenado. La rifampicina anuló los efectos antihipertensivos de la medicación que tomaba, lo que lo predispuso al infarto que le causó la muerte. La presencia de funcionarios de la embajada de EE.UU. influyendo sobre la historia médica de Milosevic, sin permiso de los jueces, fue descubierta en los documentos filtrados por Wikileaks. EE.UU. lo quería muerto: un crimen más de la gran potencia y de Bill Clinton.
No obstante su sentencia, el Tribunal de La Haya no ha hecho nada por difundir profusamente la inocencia de Milosevic y limpiar su nombre, mientras la prensa occidental, que lo calumnió, difamó y condenó, ha silenciado el hecho de su absolución. Mucha gente se hace eco de todo lo que dicen las transnacionales de la información; este caso debe servirles para la reflexión. Son numerosas las canalladas asesinas generadas por estos medios.
Luis Fuenmayor Toro