Las naciones de la llamada región sur del continente americano son parte de una organización, la OEA, que institucionaliza el área de influencia de un país, al tiempo que la región continúa sin contar con un organismo propio fuerte que los represente en el escenario mundial
El proceso de integración de los países latinoamericanos atraviesa por momentos difíciles. La Celac no ha avanzado hacia su consolidación. Unasur, que se inició con buen pie, se ha debilitado. Y el Mercosur, la experiencia de mayor calado comercial que se haya intentado, está naufragando por los cambios de gobiernos en Brasil y Argentina. En este contexto, la Organización de Estados Americanos, que agrupa a los países del sur del Río Grande en torno al liderazgo y la hegemonía de Estados Unidos, se ha preservado.
El resultado es que las naciones de la llamada región sur del continente americano son parte de una organización, la OEA, que institucionaliza el área de influencia de un país, al tiempo que la región continúa sin contar con un organismo propio fuerte que los represente en el escenario mundial, facilite la integración de sus economías y articule la potencialidad cultural de sus sociedades. Una situación peculiar, que va en contrasentido de lo que ocurre en el mundo, en el cual las diversas regiones buscan su integración por razones de interés geopolítico y complementariedad económica.
¿Es satisfactorio o conveniente lo que está ocurriendo? Al responder a esta interrogante, muchos mostrarán su acuerdo. Lo harán, sin duda, en la óptica de los cristales heredados de la Guerra Fría, que condujo a que la dirigencia latinoamericana viera como natural la subordinación a la potencia que podía vencer al comunismo, Estados Unidos, y que en función de ese objetivo declinarán soberanía y colocarán de lado los intereses particulares de la región en función del objetivo considerado como supremo de vencer al bloque soviético. En aquella época se había impuesto la tesis según la cual todo tipo de nacionalismo podía convertirse en una veleidad riesgosa en la contienda Este-Oeste, lo que representó un poderoso obstáculo a los procesos de descolonización establecidos por la ONU, entre ellos el de Puerto Rico, y sirvió como justificación para convalidar dictaduras y realizar invasiones militares.
Por supuesto, la evaluación histórica dará luz sobre esa etapa de un ojo más objetivo, pero lo que sí está claro es que esos argumentos de la Guerra Fría pertenecen al pasado y no tienen sentido en el mundo de hoy. La integración suramericana es compatible con relaciones pacíficas y de cooperación con la otra región del continente americano, Estados Unidos y Canadá, y con otras regiones del planeta. Sin embargo, la vieja óptica pervive en razón de la inercia de las élites políticas y económicas latinoamericanas que se habituaron a la comodidad de la subordinación en la que sienten amparo frente a las demandas de sus propias sociedades. Se resisten a los cambios, al progreso y al desarrollo. El Mercosur es la víctima del momento de esa anacrónica mentalidad.
Leopoldo Puchi