A una Venezuela altamente conflictivizada arriban delegaciones de los llamados países no alineados y entre esos invitados y el resto del país se interpone un telón de hierro para crear una atmósfera aséptica, que impida que los visitantes tengan contacto alguno con la realidad
Por supuesto que cuando uno se plantea escribir sobre la Cumbre de Países No Alineados, es sumamente tentador titular estas reflexiones con aquella famosa frase del fallecido expresidente Hugo Chávez que quedó para la historia: “Mientras los gobernantes andaban de cumbre en cumbre, los pueblos iban de abismo en abismo”.
Y es que, sin duda, se trata de uno de los pensamientos más acertados del polémico político venezolano. Tanto, que le sobrevive y se sigue utilizando. Especialmente ahora, cuando quienes se dicen sus seguidores, siguen cometiendo el mismo error que él tan acertadamente criticó; aunque en honor a la verdad, también se anotó entre sus más conspicuos practicantes.
El hecho es que a una Venezuela altamente conflictivizada, arriban delegaciones de los llamados países no alineados y entre esos invitados y el resto del país se interpone un telón de hierro para crear una atmósfera aséptica, que impida que los visitantes tengan contacto alguno con la realidad.
La queja de los margariteños respecto al despliegue del aparataje de seguridad es reiterada. La isla ha sido literalmente invadida por numerosos funcionarios que deben garantizar la integridad de los visitantes, en una nación donde la inseguridad personal es angustia perenne para sus habitantes. Las mismas fuentes oficiales hablan de unos 14 mil hombres y mujeres para esta tarea.
También se ha proveído a la sede del encuentro de sobrada alimentación, según se ha visto en el ir y venir de numerosos camiones que se ocuparon de ello, pasando de largo ante las quejas de quienes no pueden tener acceso a la comida que necesitan, sea por sus costos o porque sencillamente no aparece. Seguramente, luz y agua tampoco faltarán.
Por si fuera poco, la entidad quedó virtualmente aislada, al suspenderse viajes de vuelos y embarcaciones a un lugar que los necesita por su misma condición insular, avasallando una vez más el día a día de la gente en pro de un objetivo de poder.
Quedamos de nuevo, y quizá de forma más evidente que nunca, ante la errada visión gubernamental de sobredimensionar el aparato de fuerza para esconder las verdaderas necesidades de la gente. Pero las costuras quedan a la vista.
No debe ser poco el gasto que implica semejante puesta en escena. Nunca lo es en una cumbre de este tipo. Pero si agregamos la dificultad adicional de aparentar normalidad en un país que está lejos de pasar por uno de sus mejores momentos, pues la cifra debe multiplicarse exponencialmente. Especialmente en un lugar que, días antes, protagonizó un cacerolazo de protesta que mereció titulares dentro y fuera de nuestras fronteras.
¿A qué se debe el esfuerzo -y el gasto- en un momento cuando las necesidades hacen cola para ser atendidas? Bien sabemos que las relaciones internacionales son pragmáticas, que en diplomacia no hay amigos sino intereses y que en ese ámbito no funciona aquello de “contigo pan y cebolla”.
Venezuela ha caído en desgracia por la caída de los precios petroleros, ante la muy errada decisión de profundizar en el equivocado camino de la monoproducción y la monoexportación. Nuestros ingresos dependen de una única fuente que se desplomó. Y ya no somos el amigo que invita en todas las rondas al salir a rumbear.
Urge pues, recuperar aunque sea un poco de ese interesado afecto que nuestro país despertaba cuando era el espléndido anfitrión y donaba a diestra y siniestra para despertar simpatías.
Los últimos cartuchos de la menguada renta petrolera se gastan en construir un país de ficción para que los ojos del mundo no se contaminen con la realidad que los ciudadanos debemos soportar día a día. Como si las noticias internacionales no se hicieran eco de las grotescas condiciones que conforman nuestra cotidianidad.
Cabría aquí citar aquel sabio dicho de nuestros abuelos: “Lo que eres grita tan alto que no me deja escucharlo que dices”.
Quizá, en lugar de despilfarrar dinero y crear incomodidades con otra cumbre, quienes hoy administran a Venezuela harían bien en atender las numerosas reservas que tienen los socios del Mercado Común del Sur (Mercosur) respecto al desempeño del gobierno venezolano; lo cual ha atascado la presidencia pro tempore de nuestra patria al frente del organismo.
O escuchar a los altos mandos de la Organización de las Naciones Unidas, que manifiestan que no han recibido respuestas sobre el visado que necesitan sus funcionarios para comprobar en el sitio la situación de los derechos humanos en nuestro país.
Si lo que interesa es lavar el nombre del gobierno ante la comunidad internacional, se podría empezar haciendo las cosas bien. Pero se opta por esconder el innegable abismo, literalmente cueste lo que cueste. Y por despilfarrar recursos en otra cumbre que nada soluciona, según lo dijera el mismo Chávez.
«No debe ser poco el gasto que implica semejante puesta en escena. Nunca lo es en una cumbre de este tipo…»
David Uzcátegui