El problema grave, que viene de la mano de negarse a dialogar solo porque sí o porque no hay confianza en el opuesto, es que todas las demás alternativas son demasiado costosas y peligrosas
“A quien dices tu secreto, das tu libertad y estás sujeto”. Así lo recogió hace siglos Fernando de Rojas, en “La Celestina”. Y es verdad. Es una de las cosas que, en la revisión que he hecho de tantas opiniones que se me han cruzado sobre las no tan sorpresivas gestiones de diálogo adelantadas por algunos personajes de la oposición con otros tantos del gobierno, más se le ha criticado a la MUD. Participar, bajo la mutua promesa de confidencialidad, en conversaciones a puerta cerrada sobre el destino de nuestra nación con un interlocutor al que, aunque duela decirlo, la mayoría de los venezolanos no le confiaría su cartera, dando por cierto que el opuesto no aprovecharía cualquier oportunidad a la mano para servirse de lo que sabe para sacar ventaja es, por decir lo menos, una ingenuidad imperdonable.
También lo fue el haber negado la especie hasta la obstinación, jugando con la inteligencia de una ciudadanía que hace rato dejó de ser pendeja y, en su ADN mantiene atrincherado, aunque a algunos no les guste escucharlo, el gen de la desconfianza hacia los políticos. Los esfuerzos posteriores para ocultar que, por las razones que sea, no se dijo la verdad, al menos no la verdad completa, cuando ya el daño estaba hecho, lo que lograron fue caldear más los ánimos. Una media verdad al final no es más que una media mentira, y a la gente no le gustan esos juegos, mucho menos ahora cuando tanto está en juego. La consecuencia del desacierto, que sí le pasó factura a la MUD, se vio al menos en Caracas el pasado viernes, en la escasa concurrencia que tuvo la protesta convocada para ese día.
¿Quiere esto decir que el diálogo es un error y que, al abrir esas puertas, la MUD se equivoca? No lo creo. La democracia se basa, precisamente, en eso: en el diálogo. Y como ya lo he escrito en otras oportunidades, el problema grave, que viene de la mano de negarse a dialogar solo porque sí o porque no hay confianza en el opuesto, es que todas las demás alternativas son demasiado costosas y peligrosas. Como bien lo han apuntado algunos defensores de la MUD, y en eso tienen razón, cuando las palabras cesan no quedan más que la violencia y la guerra, que a nadie convienen, y muy pocos de los más acérrimos y virulentos críticos del diálogo son capaces de poner sus gónadas donde está su boca.
Pero hay que aceptar las críticas y crecer desde ellas. Mostrarse intolerante frente a quienes, los más de ellos con justas razones, se sintieron burlados, es echarle gasolina a la fogata. Tenemos casi 18 años padeciendo los rigores de la intransigencia oficial, y flaco favor se le hace a la causa del cambio que todos anhelamos si lo que se asoma como alternativa a lo que ya tenemos es más de lo mismo pero vestido de otro color.
Dicho esto, les dejo algunas ideas para que elaboremos sobre ellas antes de seguir, como lo están haciendo algunos, disparando desde la cintura. En primer lugar, toca aceptar que el diálogo planteado, más que un simple intercambio de puntos de vista, es una negociación. Ambas partes quieren “algo”, ambas tienen un objetivo en particular. A grosso modo, la MUD quiere que el gobierno termine de aceptar que el RR debe realizarse este año, y el gobierno quiere a toda costa mantenerse en el poder lo más que pueda, por eso trata por todos los medios de que el RR se realice lo más tarde que sea posible o, en todo caso, cuando ya la inevitable salida de Maduro no signifique el cese inmediato de “la revolución” en el poder. Nótese que, con pesar lo escribo, todos los que también deberían ser objetivos primarios de esta negociación, han quedado relegados a un segundo plano, especialmente el de la liberación inmediata de los presos políticos y del cese de toda persecución política. Y no lo digo yo, lo dice la misma MUD que, en su último comunicado oficial sobre el diálogo, el de esta semana que pasó, ni siquiera los menciona.
En fin, si esto es una negociación, en quienes concurren a ella deben estar presentes dos condiciones: deben tener la plena representatividad de aquellos cuyos intereses defienden y, en segundo lugar, deben tener capacidad de decisión. Nadie se sienta a negociar con quien no representa a nadie ni con quien, aún representándolo, no tiene capacidad para aceptar o negar planteamientos. Esto es un problema, porque es harto sabido que el gobierno está fraccionado y también se sabe que en la MUD, a veces, la cacareada “unidad” no es más que un eslogan. Lo ideal es entonces garantizar que, si se van a adelantar estas gestiones con seriedad, quienes en ellas van a representar a tirios o a troyanos cuenten con el más absoluto y amplio consenso y, además, con la confianza necesaria de nuestra parte para que puedan tomar decisiones en nuestro nombre, pero jamás en propio beneficio, sino con la mira puesta en el interés general. No es fácil, pero tampoco es imposible. En todo caso, es indispensable que así sea porque si no, el diálogo es un saludo a la bandera.
Por otra parte, asumido el diálogo como tal, debemos aceptar que toda negociación implica mutuas concesiones. Cualquier manual de negociación que leamos nos dice que debemos cuidarnos de asumir posturas en exceso rígidas, pues esto revela, como ninguna otra cosa, que no hay un verdadero interés en que la negociación prospere. Dos ladrillos, es evidente, no pueden negociar nada, dos murallas infranqueables tampoco, pero acá entramos en un punto muy álgido del tema: ¿cuáles son los aspectos en los que se pueden hacer concesiones? ¿En qué se puede ser laxo y abierto, y qué es lo que no admite ninguna capitulación?
Esa es la tarea más difícil, la de precisar y transmitir a la ciudadanía, con sinceridad y sin cartas bajo la manga, qué se busca realmente en la jugada. ¿Lo único importante es el RR? Si es así, ¿dónde o para cuándo quedan los demás temas, algunos de ellos muy sensibles y delicados? Si se va a dar prioridad a algunos temas, ¿por qué será así y qué se espera de ello?
Antes de pensar siquiera en nadar en esas aguas, todas estas inquietudes, y todas las que a ustedes, mis lectores, se les vengan a la mente sobre los objetivos reales del diálogo, deben ser aclaradas por nuestra dirigencia política. A diferencia de lo que algunos políticos piensan, la ciudadanía tiene la capacidad y la madurez necesarias para aceptar que a veces es necesario establecer prioridades y que en una negociación, si es que al final se da, no podemos ganarlas todas, pero si y solo si se nos cuenta la historia completa y si se nos hace partícipes de todo lo que tenga vela en nuestro destino común. Mentir no vale, jugar a “gallo tapao”, tampoco.
¡Háblame claro! Esa es la consigna.
«Cuando las palabras cesan no quedan más que la violencia y la guerra, que a nadie convienen, y muy pocos de los más acérrimos y virulentos críticos del diálogo son capaces de poner sus gónadas donde está su boca…»
Gonzalo Himiob Santomé