Primero fue el linchamiento de cinco sujetos que robaron a unos parceleros, un hecho sangriento, resuelto a sangre y fuego por los mismos pobladores; y luego la desaparición y muerte de una joven maestra que enluta no solo a su familia, sino a todos sus amigos, a toda Araira
5:00 am
Miguel no puede entender las cosas que están sucediendo en el país en estos últimos días. Residente de la población de Araira, parroquia Bolívar del municipio Zamora del estado Miranda, zona apacible por tradición, ha vivido un infierno que no puede creer en cosa de tres semanas para acá.
Primero fue el linchamiento de cinco sujetos que robaron a unos parceleros, un hecho sangriento, resuelto a sangre y fuego por los mismos pobladores; y luego la desaparición y muerte de una joven maestra que enluta no solo a su familia, sino a todos sus amigos, a toda Araira.
Como los demás vecinos, Miguel pasó en vigilia los últimos tres días, orando, rezando, pidiendo a Dios por la aparición de la joven maestra, que salió una tarde de su casa para buscar unas medicinas y no regresó jamás.
En esos encuentros nocturnos entre vecinos se siente mucho dolor, pero también se siente rabia, mucha rabia, por la injusticia, por no saber qué pasó, por no aceptar algo así.
Miguel se puso en el lugar de los padres de esa niña. «¿Quién puede aguantar un dolor así?», se preguntó. «Quién es capaz de soportar la desaparición de un hijo, de no saber qué es de su vida de un día para otro», suspiró.
3:00 pm
Una tarde de estas, Emy se dirigía a una celebración de santo en el sector Malavares de Guatire. Iba con su mamá. En la avenida Bermúdez decidió tomar un autobús rojito, para ir a su destino con comodidad, sin apremios. Dejaron pasar varias cafeteras. Cuando llegó el rojito, Emy agarró a su mamá por un brazo y se sentó junto a ella en los asientos azules, esos dedicados a gente discapacitada, de la tercera edad y embarazadas.
Antes de salir, el autobús se atestó de gente. Todo el mundo se quería ir. Y Emy tranquila, en su puesto, esperando su destino.
En eso oyó una advertencia. «Se les recuerda a los señores usuarios que los puestos azules son para las personas de la tercera edad, discapacitadas o embarazadas». Oyó y no advirtió de primera. Pero su madre le explicó al oído.
Se puso roja, quería que la tierra se la tragara, cuando volteó y en el autobús había gente de la tercera edad de pie, algunos con muletas, una embarazada por allá. Le dio pena, mucha pena, pero se aguantó duro. Igual se quedó en su puesto azul, aunque sentía las miradas de todos en su cuello.
«No sabía que esos puestos eran para personas especiales», se justificó con su mamá. Y la señora, suspicaz, le preguntó: «¿No sabías?»
9:00 pm
La vigilia del último viernes fue distinta, había más dolor, más rabia. La familia, todo el mundo, se enteró que consiguieron a la maestra, cuyo cuerpo fue hallado en un río de Barlovento.
Miguel lloró cuando se imaginó a la madre en la morgue en las labores de reconocimiento de ese cuerpo. «¿Hay algún dolor más grande que ese?», se preguntó.
Quienes fueron a la vigilia del viernes también lloraron. Y rezaron mucho. Encontraron a la maestra, pero no al taxista que le prestaba el servicio el día que salió de su casa. Como quien dice, el dolor no cesa.
Miguel, ni nadie, puede entender la vida de otros que se preocupan que este no pase para acá, que aquellos no volverán, que aquí no está pasando nada. «¿No está pasando nada?», se preguntó. «¿Quién piensa en nosotros?» No encontró respuesta a esta última increpación a un corazón herido.
Su mente está centrada en la llegada de los restos de la maestra. Araira está de luto. La muerte de una joven mujer, profesional, bella, deja en evidencia a las autoridades, demuestra que hoy en día nadie, pero nadie, puede contar con un mínimo de seguridad que permita vivir sin miedo.
«En esos encuentros nocturnos entre vecinos se siente mucho dolor, pero también se siente rabia, mucha rabia, por la injusticia, por no saber qué pasó, por no aceptar algo así…»
Edwar Sarmiento