Sigo creyendo que: «La verdad es la más hermosa de las acusaciones»
Si el socialismo se basa en un sistema en el cual la clase trabajadora asume el control de los medios de producción económica y desde esa posición ejerce el poder político (así lo entendemos los marxistas), entonces no hace falta ser filósofo para comprender que el colapso del bloque socialista europeo fue el resultado de la desaplicación del socialismo.
En efecto, la que fuera una de las más grades potencias de la historia, la Unión Soviética, se desplomó como casa de cartón sin ser defendida por los trabajadores. Ni la gloriosa victoria contra el nazifascismo, los notables avances científicos y técnicos, las armas termonucleares, las reivindicaciones sociales, ni el acelerado desarrollo industrial pudieron evitar su desintegración en aquel desdichado 26 de diciembre de 1991.
Sin que el imperialismo disparara una sola bala contra su más terrible enemigo de la guerra fría, la antigua URSS se disolvió y terminó siendo un carapacho de 15 repúblicas independientes penetradas por el capitalismo. Ciertamente, la URSS, adoptando durante sus últimas décadas un modelo gubernamental controlado por la clase funcionarial o burocrática, y no precisamente por la clase obrera, causó degeneraciones morales y económicas que propiciaron el triste final.
Resulta innegable que en los primeros años de la Revolución Bolchevique palpitaba con ardor la colectivización del campo, la industrialización y la socialización de la industria, así como un renacimiento popular que llenó de esperanza a toda la humanidad, pero la posterior burocratización de la clase dirigente no tardaría en volverse aburguesamiento y la primera etapa de héroes revolucionarios fue sucedida por una nueva élite arrogante que fue implacable restauradora de la opresión.
Se impusieron así los neo-bolcheviques, infames rufianes que desbarataron las grandes conquistas sociales y económicas del socialismo para entonces regenerar las relaciones capitalistas, pero en un contexto de escasez, mercado negro, corrupción y desmantelamiento del aparato productivo. Son éstos los antecedentes de un ensayo socialista parcialmente exitoso que se destruyó desde adentro, sin que pueda decirse que ese desastre haya sido originado por el gran enemigo exterior imperialista.
Véase que aparentes revoluciones triunfantes del siglo XXI pudieran enfrentar un riesgo semejante en caso de repetir la “falsa praxis revolucionaria” del reformismo ruso, cuya aristocracia política tuvo la desfachatez de usurpar el protagonismo popular.
En la actualidad, con escasez de alimentos y medicinas, inflación galopante, multiplicación de los bachaqueros, sin un proceso de industrialización bajo la dirección de los trabajadores con apoyo del Estado, sin formas de producción que puedan competir eficazmente contra el esquema capitalista, sin mecanismos efectivos de participación de las masas en la línea política y sin resultados satisfactorios contra la burocracia y la corrupción de los falsos revolucionarios, el sueño socialista venezolano claramente está en peligro.
Finalmente, es menester alertar que muchas directivas revolucionarias han pretendido realizar una revolución económica, una revolución política y una revolución social, pero han dejado de lado la revolución ética, olvidando que no se puede transformar la sociedad sin primero generar una nueva conciencia mediante la revolución moral de predicar con el ejemplo.
ÓPTICA MARXISTA / Jesús Silva R.
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