Hace ya más de un año que Guillermo hace solo una comida al día, en la noche, una cena que tampoco cubre todos sus requerimientos alimenticios, pero algo es algo
8:00 am
Guillermo se levanta temprano para irse al trabajo, como todos los días. Listo para salir a la calle, va hasta la nevera, toma un sorbo de agua y queda listo.
Ya no toma café, porque no consigue. Y tampoco desayuna.
En la calle consigue lo de siempre, gente molesta y comentarios desalentadores. «Qué flaco estás, pana, ¿qué te está pasando?», le pregunta un amigo del barrio, como si a él no le ocurriera lo mismo. No contesta, asumiendo que la respuesta es obvia.
Hace ya más de un año que Guillermo hace solo una comida al día, en la noche, una cena que tampoco cubre todos sus requerimientos alimenticios, pero algo es algo. Al menos se acuesta con la barriga llena, dice él.
Su preocupación principal son sus hijos. Prefiere no comer para que los más pequeños puedan tomar el desayuno y esperar la cena. Aunque sea un desayuo a pan y agua, que es lo que hay, porque los huevos, la mortadela, están por las nubes. ¿Y la carne, el pollo? Nada de eso.
10:00 am
Milagros es una abuela de esas bastante jóvenes. Una abuela «light», se pudiera decir.
Una de estas mañanas se quedó a cuidar a los dos nietos, pero una llamada la alertó de que al centro comercial había llegado arroz.
La mujer, todo terreno, agarró a sus dos pequeños y se dispuso a salir. En un coche metió al más pequeño y al otro, también pequeño pero capaz de caminar, lo agarró de la mano. Los niños, más la cartera, las bolsas, todo junto. Pero eso sí, disposición a mil.
Cuando llegó a la parada debió enfrentar otra circunstancia adversa: no tenía dinero para el pasaje.
Y entonces pidió colas. Nadie se detenía y ella apurada. En una de esas pasó un mototaxista amigo y le sacó la mano.
Pese a ver el bulto, el piloto se detuvo y su amiga, de armas tomar, le encasquetó un niño delante de él, cargó al otro y se sentó detrás y con la otra mano agarraba el coche.
Todo eso entre carcajadas a todo leco. Aquello parecía un acto circense, pero la mujer abordó con todos sus peretos y se fue a comprar arroz.
En la calle quedaron unos asombrados y otros riendo de buena gana.
6:00 pm
Guillermo regresa a la casa con el estómago pegado de la espalda. En su casa, en la cual viven muchas personas, se aseguran que la poca comida sea consumida por los chamos.
Entonces todos están flacos. Hasta se ríen entre ellos por los huesos que ya se les asoman.
Así como Guillermo, su hermana María, su hija mayor Antonia, su otra hermana Francisca, hacen una comida al día. Y una comida rasguñada, peleada, porque a veces llega la noche y no saben qué van a comer. A Antonia le toca inventar un platanito, una berenjena. Un embuste, pues, pero que ayuda.
Últimamente, la cena es una arepa con lengua, a veces una raspadita de queso que se agradece.
Para Guillermo es una odisea ganar la plata y que luego no le alcance para sus necesidades básicas, pero también que no lleguen las bolsas sino cada mes o cada dos meses. «¿Qué podemos hacer?», le preguntó estos días a su hermana. Y Francisca le contestó: «Aguantar».
«Todos están flacos. Hasta se ríen entre ellos por los huesos que ya se les asoman.
Así como Guillermo, su hermana María, su hija mayor Antonia, su otra hermana Francisca, hacen una comida al día. Y una comida rasguñada, peleada, porque a veces llega la noche y no saben qué van a comer…»