Se creía que los colombianos votarían por el Sí, hartos de la violencia que los ha asolado por más de cincuenta años y que ha desangrado su tierra
Como era de esperarse, el plebiscito recientemente celebrado en Colombia, ha traído reacciones encontradas. Lo que no se esperaba era el resultado, y por ello, el tenor de las opiniones que aparecen.
Lo que se jugaba no era poco. Se sometía a la consulta con el pueblo un acuerdo de paz entre el gobierno de esa nación y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Acuerdo largamente bordado y consultado, ante los ojos del mundo.
Se creía que los colombianos votarían por el Sí, hartos de la violencia que los ha asolado por más de cincuenta años y que ha desangrado su tierra.
Si bien unos y otros apostaban por un mayor o menor porcentaje de votos por cada una de las dos opciones, eran pocos los que ponían las manos en el fuego por la opción de que ganara el No. Y eso fue lo que sucedió.
¿Qué lecturas podemos hacer de estos hechos?
Como es usual, preferimos ver el vaso medio lleno: nos parece que el vecino país ha dado pasos enormes en su proceso. Solamente el haber llevado tan compleja y dolorosa situación a la consulta plebiscitaria es un triunfo gigantesco. Y un triunfo que no se puede adjudicar ninguna de las dos partes en forma individual. Es sin duda, un éxito de los colombianos como gentilicio.
Luego, recordemos que jamás se dijo que una de las dos opciones fuera a ganar cómodamente. Aunque se apuntaba a que triunfara el Sí, siempre se contemplaron márgenes estrechos. Esto quiere decir que ninguna de las dos voluntades en pugna prevalece y, desde nuestra humilde opinión, indica que hay que bordar mucho más estos diálogos de paz.
Desde la distancia observamos sin duda alguna, que se empieza a transitar el sendero de una tranquilidad que va a llegar a ser sólida. Y nos atreveríamos a decir que están bastante más que al principio. Quizá ni los mismos afectados lo hayan medido.
Sin embargo, nos alineamos con lo que piensan algunos analistas en cuanto a que, ni de lejos se trata de que nuestros hermanos se hayan negado a votar por la paz. Esa es una interpretación facilista y miope, por decir lo menos.
Lo sucedido, desde nuestro punto de vista, simplemente quiere decir que hay una mayoría que no está de acuerdo con el cómo, con la manera en la cual se está planteando esa paz. Y ejemplarmente, el gobierno respeta el resultado, aunque el No haya superado al Sí por un muy escaso margen.
En nuestra visión optimista sobre el futuro de Colombia, nos parece entender que las fuerzas están equilibradas y que eso obliga al entendimiento. Por lo tanto, la violencia definitivamente está de plano fuera del tablero, más aún cuando ambos sectores involucrados ya se dieron la mano en un evento comicial, el cual transcurrió pleno de civismo, hecho que hace quedar muy claro ante todos los involucrados, que cualquier acción menos que civil está absolutamente condenada al fracaso.
Según una interesante nota de BBC Mundo, el “No” se impuso por miedo, que es, según cita –en la misma publicación- a la profesora universitaria y periodista Ana Cristina Restrepo “el gran elector en Colombia”.
La misma fuente concluye que hubo más entusiasmo en el mundo que entre los colombianos. ¿Por qué? Piensan que se debe a que aún hay demasiadas heridas y demasiado frescas. No es fácil voltear la página en esas condiciones.
Algunos afirmaron que el voto de nuestros vecinos se debe leer más bien como un “Así no”.
La paz la quieren todos, excepto las tradicionales minorías que medran ganancias de conflictos bélicos y que son cifras prácticamente marginales cuando hablamos del desangramiento de una patria.
Si tomamos en cuenta que las conversaciones de La Habana dieron a luz un acuerdo de casi trescientas páginas, el asunto se torna mucho más complejo que una afirmación o negación y sin duda exige volver sobre esos acuerdos.
Otra de las consecuencias del resultado inesperado -aunque algunos dicen que no tanto- es que la polarización, ahora más patente en las tierras vecinas, erige a dos figuras protagónicas, enfrentadas y de enorme potencia, como lo son el actual presidente Juan Manuel Santos y el exmandatario Álvaro Uribe.
Esperemos, desde todo el continente, que ambos sepan administrar con sensatez el enorme caudal de confianza que vastos sectores de la población les han depositado en las manos. Se encuentran ante un país que ha madurado con el trabajo y que ha sabido prosperar a pesar de la enorme adversidad que guarda en su seno. Un ejemplo para el mundo.
La materia prima que sale de esta experiencia para lograr la paz, literalmente vale oro. Sí se avanzó y hay claridad sobre la dirección del viento. Todos seguimos atentos sobre el destino de este proceso histórico tan cercano a nosotros, no solamente en lo físico y lo económico, sino también en lo afectivo.
EPÍGRAFE
«Solamente el haber llevado tan compleja y dolorosa situación a la consulta plebiscitaria es un triunfo gigantesco…»