La dirigencia política opositora ha venido obteniendo victorias tan importantes como la del 6D gracias al desarrollo de la estrategia pacífica, electoral, constitucional y democrática
En el oficialismo, en lo que queda de él, los violentos (o sería exacto decir: los más violentos) hasta ahora han venido tomando el control: desde el rosario de detenciones arbitrarias y persecuciones feroces contra alcaldes y otros dirigentes políticos, hasta la insólita decisión de secuestrar judicialmente al Referendo Revocatorio y de asaltar el Palacio Legislativo, todo parece revelar que en el régimen y en su entorno la iniciativa política está en manos no de quienes pudieran estar pensando en el rescate y relanzamiento de ese proyecto, sino en las de aquellos que están aterrorizados por cualquier perspectiva de cambio, pues saben que eso podría significar para ellos el fin de la impunidad.
En la oposición, al menos hasta ahora, ha venido ocurriendo lo contrario. No solo la dirigencia política ha venido obteniendo victorias tan importantes como la del 6D gracias al desarrollo de la estrategia pacífica, electoral, constitucional y democrática, sino que el pueblo, el ciudadano de a pie, ha aprendido a distinguir entre aquellas convocatorias que son congruentes con la estrategia pacífica y ganadora, y las que responden más bien a “repentismos” individualistas o grupales: cada vez que la MUD ha convocado a votar, a firmar, a validar las firmas, o a defender cívicamente en las calles el derecho al voto como lo hicimos el pasado 1º de septiembre en la Toma de Caracas o el reciente miércoles 26 de octubre en la Toma de Venezuela, la respuesta ha sido masiva. En cambio, otras convocatorias de tono confrontacional han tenido respuestas más bien discretas, cuando no francamente minoritarias.
Precisamente la respuesta del régimen ante el éxito de la estrategia electoral y pacífica de la Unidad nos ha traído a todos ante una situación extremadamente delicada: seguro de que la ya convocada jornada de búsqueda de al menos 20 % de las manifestaciones de voluntad para convocar el Referendo Revocatorio se transformaría en una masiva movilización de millones de venezolanos durante 72 horas seguidas, lo que tendría un impacto político nacional e internacional del que no podría recuperarse, el régimen decide secuestrar judicialmente el proceso del RR. Con esto bloquea la solución electoral y pacífica a la crisis, y al bloquear la solución pacífica lanza al país en su conjunto al barranco de la violencia. Con el asalto al Palacio Legislativo no hace sino dar un empujón más en esa nefasta dirección. El mayoritario país democrático debe movilizarse entonces, en defensa de su derecho al voto y exigiendo la restitución del hilo constitucional y de la vigencia plena de la democracia. El régimen anuncia públicamente que criminalizará tal movilización. La confrontación, pues, está servida. El rumbo de colisión está trazado, para preocupación y angustia del país mayoritario que quiere cambio pacífico, y para deleite de las minorías violentas que desde la comodidad de sus teclados o desde la seguridad de sus camionetas blindadas se frotan las manos ante la inminencia del desastre.
Es en ese marco que se produce la literalmente providencial aparición del Vaticano en el contexto del conflicto venezolano. Precisamente en la semana en la cual el régimen se roba el RR y asalta el Palacio Legislativo, el Papa Francisco envía a Caracas un representante personal (monseñor Emil Paul Tscherrig, Nuncio Apostólico en Buenos Aires) para intentar lograr por la vía del encuentro y el diálogo lo que hasta ahora el régimen ha obstruido y saboteado usando la violencia institucional y la violencia física: que los venezolanos podamos resolver nuestras diferencias en paz, en las urnas electorales y no en las urnas de los cementerios, con votos y no con balas.
Yo jamás había asistido a los encuentros del llamado “diálogo”: el 6 de marzo del 2015 el secretario general de Unau¡sur, Ernesto Samper, llega a Caracas y para evitar reunirse con el secretario ejecutivo de la Unidad, convoca a una reunión no con la MUD, sino con “los partidos de la MUD”. Los partidos aceptan tal convocatoria y se sientan con Samper; pero el Secretario Ejecutivo de la Mesa no estuvo allí. Luego, a finales de mayo de 2016, se producen reuniones separadas entre representantes del Gobierno y representantes de partidos de la oposición venezolana con los mediadores (los expresidentes Zapatero, Torrijos y Fernández, y los representantes de Unasur), y el Secretario Ejecutivo de la Mesa no estuvo allí. En fecha anterior a la Toma de Caracas se produce una reunión entre representantes del gobierno y representantes de partidos de oposición para acordar medidas que garantizaran la seguridad de la marcha, y una vez más, el Secretario Ejecutivo de la Mesa no estuvo allí. Días después, a solicitud del gobierno, se producen reuniones exploratorias entre representantes del gobierno y representantes de partidos de oposición los días viernes 9 y sábado 10 de septiembre, en lo que se llamó “pre-diálogo”. Como en anteriores ocasiones, allí estuvieron representantes de los partidos Voluntad Popular, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y Acción Democrática, pero el Secretario Ejecutivo de la Mesa no estuvo allí. Por eso es fácil entender que si el pasado lunes 24 de octubre el Secretario Ejecutivo de la Mesa sí estuvo presente en la reunión con el representante personal del Papa Francisco, con los expresidentes, con Unasur y con la delegación del gobierno, eso solo fue posible por designación y delegación de los partidos que siempre han asistido a esos encuentros y que en esta ocasión decidieron no hacerlo y en vez de ello se hicieron representar en la persona del Secretario Ejecutivo de la Mesa.
Hoy domingo 30 debería producirse un nuevo encuentro entre un representante personal del Papa, representantes del régimen, representantes (esta vez sí) de los partidos de oposición agrupados en la MUD, los tres expresidentes y Unasur. El temario es claro: solución electoral, libertad de los presos políticos y retorno de los exiliados, atención a las víctimas de la crisis humanitaria y respeto a la Asamblea Nacional. De esa reunión podrían salir importantes conclusiones que permitan “desescalar” el conflicto, retomar la senda electoral y alejar los amenazantes nubarrones de la violencia. No hay que negarlo: este encuentro se produce en un marco de escepticismo y desconfianza. Pero entre la esperanza y la matanza, la inmensa mayoría de los venezolanos siempre apostará a la paz, teniendo claro que “paz” es mucho más que la ausencia de violencia física: paz es también vivir con dignidad, en libertad, con democracia, con alimentos, con medicinas y sin miedo. Esa es la paz a la que aspiramos los venezolanos. ¡Pa’lante!