No parece que existiese cabal comprensión de la naturaleza misma de las negociaciones ni una clara definición de los objetivos que se quieren alcanzar en la actual coyuntura
En la lucha por el poder, el diálogo y la negociación son instrumentos utilizados por los diferentes actores que en ella concurren como instrumento para alcanzar sus objetivos. Donde hay conflicto, hay negociación en algún grado. A veces muy ocasional, cuando los factores en pugna consideran que pueden vencer sin recurrir a ella. Mucho más intensa, en el momento en que se le considera un medio útil para avanzar o preservar fuerzas.
No es por buena voluntad que se sientan en una mesa de negociaciones gobernantes de naciones enfrentadas o parcialidades de un conflicto interno. Lo hacen porque en determinadas circunstancias sirve a sus fines estratégicos o tácticos. Es un escenario en el que no se busca quién tiene la razón, ni es un juicio en el que un árbitro zanja las diferencias. En las negociaciones cada sector defiende intereses y se llega a acuerdos sobre la base de éstos.
Por supuesto, la situación venezolana no escapa a estas referencias y es natural que cada bloque busque que sus intereses avancen. Sin embargo, no parece que existiese cabal comprensión de la naturaleza misma de las negociaciones ni una clara definición de los objetivos que se quieren alcanzar en la actual coyuntura, tanto en el campo opositor como en el gubernamental.
Como se sabe, la correlación de fuerzas es bastante pareja, aunque en uno de los planos, el electoral, hay una inclinación que favorece a la oposición. Esto le da una ventaja a ese sector que le permitiría en un próximo proceso presidencial tomar la colina del Ejecutivo. Esta circunstancia crea las condiciones para una negociación de largo plazo, sobre los términos de la cohabitación entre los factores en pugna una vez que se produzca la alternancia electoral. No obstante, nadie habla de iniciar esta negociación y ni siquiera el asunto está sobre la mesa.
Del lado opositor y del lado gubernamental, todo parece reducirse a un asunto de fechas, del cuándo se celebraría un proceso electoral en el que estuviera en juego la Presidencia. Se deja de lado la posibilidad de un acuerdo de alternancia sin rupturas, dentro del sistema vigente, en el que cada una de las partes garantice los intereses esenciales del campo que representa.
De tal manera que la oposición está a punto de botar una partida que tiene grandes posibilidades de ganar a mediano plazo por medio del sendero institucional y electoral; y el sector gubernamental está a punto de perder la ocasión de acordar un convenio de cohabitación de largo plazo que permita la permanencia de los elementos básicos del sistema vigente, en la eventualidad factible de que pierdan un proceso electoral presidencial en 2018. En fin, una comedia de equivocaciones.
Leopoldo Puchi