Los asombrosos resultados electorales de Estados Unidos reflejan con crudeza la decadencia del sistema político tradicional y de su élite gobernante
Ahora sí es verdad, resulta (según los sesudos analistas) que Trump es el verdadero paladín de los excluidos y los descontentos en el seno del pueblo norteamericano. Fueron millones de ciudadanos los que se decantaron por Trump. Amplios sectores sociales que nunca fueron tomados en cuenta (ni siquiera por las grandes encuestadoras), a pesar de su evidente crecimiento, caracterizado por años de pauperización en sus condiciones de vida. Ellos voltearon la tortilla a favor del carismático y farandulero personaje, sorprendiendo hasta al propio partido Republicano.
Los asombrosos resultados electorales de Estados Unidos reflejan con crudeza la decadencia del sistema político tradicional y de su élite gobernante. El pueblo norteamericano habló. Votó por Trump en los estados claves, dándole una holgadísima ventaja hasta el punto de colocar al partido Republicano con el control total del Senado y la Cámara de Representantes.
Toda una paliza para un candidato que fue desdeñado y menospreciado por los Demócratas. Dijeron que él y sus seguidores conformaban la logia de los “deplorables”. Pues Trump les dio hasta con el tobo. Sacó más de 60.265.858 votos (47.30 %), para lograr 306 delegados del Colegio Electoral. Hillary, la “experimentada” candidata Demócrata, sacó más votos populares (60.839.922, 47.75 %) pero apenas pudo sumar 232 delegados. Una vergonzosa derrota para alguien como Hillary, que se jactaba de controlar y conocer todos los vericuetos del poder.
El nivel de participación en el proceso electoral estuvo cercano al 55 %, lo que revela la apatía y desconfianza de casi la mitad del electorado. Lo más insólito revelado por los analistas es quién votó por Trump. Con un discurso antisistema y a pesar de su incendiario verbo lleno de xenofobia y racismo, apuntó con tino hacia las masas descontentas por la “globalización neoliberal” y la “falta de proteccionismo” que afecta directamente la generación de empleo en suelo norteamericano; y, por otra parte, su discurso antiinmigrante, sembrando la idea de que ellos roban los empleos de los norteamericanos y son una fuente maléfica de vicios y delincuencia. Puro racismo ario. Esta masa está conformada por los conservadores cristianos evangélicos, los trabajadores blancos de las zonas rurales y principalmente de los estados sureños, gente de bajo nivel educativo y hasta el voto femenino blanco, el cual le hizo un aporte significativo del 42 %, a pesar de sus achaques misóginos. Para todos estos indignados, Trump les lanzó un contundente mensaje lleno de pasión y esperanza: “ya no serán más olvidados”.
Es lamentable que el pueblo norteamericano haya tenido que escoger entre los dos peores candidatos posibles. Y es que del otro lado de la acera estaba doña Clinton, con un baúl lleno de acusaciones de corrupción, de subvertir la ley y de crímenes guerra contra los pueblos árabes por autorizar infinidad de bombardeos contra la población civil y por crear, armar y financiar, nada más y nada menos, que a los grupos terroristas que tienen ensangrentado todo el Medio Oriente y tienen horrorizada y temblorosa a toda Europa.
Frente a esta diabólica candidata, se alzó el Trump misógino, racista, xenofóbico, guapetón de barrio y sin nada de experiencia en el ejercicio de gobierno, que convenció a esta inmensa mayoría de blancos, a los que llaman despectivamente los del “cinturón del óxido” (rust belt) principalmente en el eje entre Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Es gente que viene acumulando décadas de resentimiento, padeciendo una calamitosa crisis económica que ya es generacional. A ellos les quitaron sus hogares con la crisis hipotecaria (subprime), les quitaron sus empleos con el cierre de miles de fábricas y tienen años subsistiendo precariamente con sus salarios congelados. A toda esta gente, Trump les prometió que venía a “drenar el pantano”, que venía con todo a salvar América, a restaurar las condiciones de vida del pueblo norteamericano.
Pues veremos el margen de maniobra que las cúpulas del Congreso le permiten. Hasta adónde le sueltan la cuerda y lo dejan concretar sus extremistas propuestas como la revisión de los Tratados de Libre Comercio, los gastos de Estados Unidos en entelequias como la OTAN o el controversial muro en la frontera sur. Recordemos que a Obama a duras penas le permitieron manejar la cantina de la Casa Blanca.
Estuvo casi todo su gobierno bloqueado, imposibilitado de ejecutar mayores cambios.
Por otro lado, resalta como nota curiosa el papel de los candidatos alternativos. Los “invisibilizados” jugaron un digno papel, a pesar de la resistencia y obstaculización de los medios y el propio sistema electoral norteamericano. Gary Johnson, del Partido Libertario sacó 4.152.009 votos (3.26 %), y Jill Stein del Partido Verde, sacó 1.250.391 votos (0.98 %). Muy respetables los dos. Esto es una proeza, pues estos candidatos muchas veces compiten sin poder aparecer en los tarjetones electorales (cosa más rara), ni cuentan con la abrumadora campaña mediática y financiera hecha a la medida del bipartidismo de los Demócratas y Republicanos. De tanto desgaste y decepción, en un futuro se les puede meter uno de estos partidos, rompiéndoles el Colegio Electoral, tal como lo hizo Podemos en España.
Pero no todo es color de rosas en el imperio norteamericano. Desde la victoria electoral de Trump, está el rancho ardiendo en Estados Unidos. Solamente al Ku Klux Klan le dio tiempo de celebrar y expresar sus plácemes. En la mayoría de las grandes ciudades, por el contrario, se ha levantado un pueblo descontento y furioso. En Los Ángeles, Nueva York, Filadelfia, Boston, Chicago, San Francisco, Seattle, Texas y Washington miles de manifestantes se han alzado bajo un solo grito: “¡Ese no es mi presidente!” Dios proteja a América.
Richard Canán
aporrea.org