No se despide a un despojo vencido y humillado, sino a un comandante que parte intacto, que nunca se rindió ni negoció
Martes 29, la Plaza de la Revolución desbordada aunque no habla Fidel, que igual está.
Llego cinco horas antes del acto y entro en la Plaza con la Facultad de Humanidades.
El acto empieza puntual a las 19. Y es como si Fidel estuviese, que es el sentir que domina. Porque no se despide a un despojo vencido y humillado, sino a un comandante que parte intacto, que nunca se rindió ni negoció, campeón de la solidaridad, ser de intelecto brillante, vencedor de todas las batallas, admirado en el mundo entero. Y que debe destacarse que hasta se ganó el respeto de sus enemigos. Me hago cargo de la afirmación de que no ha existido estadista igual.
Es notable la unanimidad de los discursos. Asiáticos, caucásicos, africanos, se esmeran para decir en castellano “Hasta la victoria siempre”, Venceremos” o “Hasta siempre comandante”; aunque la coincidencia se registra, sobre todo, en el cáracter de luchador incansable del despedido y en el inventario de solidaridades que Cuba y Fidel dispensaron por el mundo, ese mundo que acude a este homenaje. Leí que en Pakistán, donde médicos cubanos acudieron a auxiliar a las víctimas de un terrible sismo, hoy nacen niños que se llaman Celia, Fidel, Ernesto o Camilo. He visto a esos médicos en Haití trabajando anónimos, vergonzosamente ninguneados, salvando vidas sin hacerse lugar a pechazos ante las cámaras. Y es notable la unanimidad en destacar con toda claridad, debe insistirse, ese carácter indómito de quien jamás arrió su bandera y siempre luchó por los desposeídos.
En algunos casos, los discursos fueron una especie de liberación de quienes en otros escenarios se difuminan en la prudencia.
Los latinoamericanos Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa y Nicolás Maduro motivaron ovaciones, y no defraudaron. Enrique Peña Nieto zafa con los tradicionales lazos de amistad y que el luchador incansable y que lo del Granma y todo eso. Pero casi parece decir que el mal que Fidel ha enfrentado sería un ente metafísico. No viene usted de un cantón suizo, presidente, para tanto eufemismo.
Raúl habla, quizá, menos de lo esperado. Creemos que hará anuncios importantes el 3 de diciembre, cuando las cenizas de Fidel sean depositadas en Santiago de Cuba, junto a José Martí.
Pero el pueblo cubano fue el gran protagonista. Los estudiantes y los trabajadores llegan a la Plaza en perfecto orden. No hay consignas soeces ni ofensivas. No hay entre la millonada que colma la Plaza roces ni avalanchas ni desbordes ni mala onda. Algunos discursos con palabras de Fidel son replicadas por la multitud, porque las llevan en el corazón. He estado en otras Plazas aquí, pero sigue asombrándome esa organización, esa disciplina. Ese fervor.
Nadie estaba preparado. Aunque él mismo, con su tacto de siempre había insinuado más de una vez que el ciclo es inexorable. Diego Maradona ha contado que en una visita, una advertencia similar de Fidel le partió el corazón.
Pero el desgarro es sereno y digno. Las lágrimas se mezclan con el orgullo de despedir al hombre que hizo de la ética un principio irrenunciable, que jamás defraudó, que se fue sin una mancha, que luchó y ganó y resistió y hasta erró. Y tantos.
Ahora la Plaza está vacía. Pero la presencia de Fidel en su Plaza es rotunda y eterna.
Que descanses en paz, incansable luchador. Hemos escrito lo suficiento para aprender que cuando la subjetividad está tan ahí hay que sofrenar las teclas. Tanta excepcionalidad en un ser humano, además, merece más texto y más reflexión, claro. Mientras tanto, con todo el corazón te decimos sobriamente Hasta la victoria siempre.
Agustin Prieto
aporrea.org