Los dos hombres más poderosos de Venezuela son los que desde hace casi tres años la mantienen encarcelada y sin derecho a que se realice siquiera su audiencia preliminar
CONTRAVOZ Gonzalo Himiob Santome
Su nombre es Skarlyn Duarte y yo, que soy su abogado, no he podido visitarla. La última vez que logré entrar al Sebín, a la sede de El Helicoide en Caracas, no habían pasado ni diez minutos cuando los funcionarios de golpe dieron por finalizada la visita de todos los abogados. Después de eso traté de volver, y tras identificarme ante el oficial de guardia y esperar cerca de una hora, unos funcionarios armados hasta los dientes me hicieron saber que la dirección les había ordenado que me “escoltaran” fuera de las instalaciones, pues yo no tenía autorizado el ingreso a la sede. De nada valieron mis quejas ni el hecho de que estoy acreditado por los tribunales como abogado defensor de varios de los que allí se encuentran injustamente detenidos. La ilegal orden fue directa y clara: no tengo derecho a visitar a allí a mis representados, y ni siquiera puedo permanecer en la sede. Tras alegar en ese momento, infructuosamente, lo que la ley y la Constitución me permitían alegar, lo único que pude hacer fue decirles que yo no me movería de allí, y que si querían sacarme de allí tendrían que golpearme o que cargarme ellos mismos. No se atrevieron ni a lo uno ni a lo otro, pero allí se quedaron conmigo, rodeándome con esa cara que solo pone el que sabe que está sirviendo a quien no debe, hasta que el último defensor que sí pudo entrar salió de su visita y no me quedó más que irme con él, lo cual hice, sobre todo, para que los demás colegas, y por encima de todo, los presos, no pagasen los platos rotos de mi rebeldía ante el evidente atropello del que estaba siendo objeto.
Pero Skarlyn sí está allí, desde agosto de 2014. La vinculan con unos mensajes supuestamente desestabilizadores que salieron de una cuenta en Twitter. La acusan por instigación, espionaje informático, acceso indebido y ultraje a funcionario público. En el expediente y formalmente, las “víctimas”, así entre comillas, de los que al menos a los ojos de la “revolución” son sus “graves pecados”, son Diosdado Cabello y Nicolás Maduro.
Este dato es importante. Los dos hombres más poderosos de Venezuela, los mismos que cuentan con infinitos recursos a su disposición para usar y abusar de ellos a placer, por temor a enfrentarse en el estrado a la verdad de una mujer, de una menuda y joven bailarina (en ese momento contaba poco más de 22 años), son los que desde hace casi tres años ya la mantienen encarcelada y sin derecho a que se realice siquiera su audiencia preliminar, que al día de hoy ha sido diferida 36 veces (sí, así como se lee) por “inasistencia de las víctimas”. Cabello y Maduro han sido citados todas las veces, las 36 veces, y si no han querido asistir o excusarse, eso es su responsabilidad. La ley dice que el proceso debe continuar entonces, pero no continúa y sigue en el limbo. Así es la administración de injustica en Venezuela.
Skarlyn es hija de Virginia y de Oscar. Su padre murió hace unos meses, se lo llevó el cáncer, o la tristeza, nunca se sabrá, y Skarlyn no pudo despedirlo. Si le preguntas a Skarlyn, ella te dice que el momento más difícil de su encierro comenzó cuando su madre le informó que su papá estaba enfermo y que su condición era irreversible, y que su mayor dolor, que guardará toda su vida, es que no pudo estar con él en sus últimos momentos. No la dejaron tampoco asistir a su funeral. Yo, como padre de una niña, que conozco muy bien ese vínculo especial que nos une a los padres con nuestras hijas, no quiero siquiera asomarme a la tristeza que debió haber sentido también Oscar al saber que tendría que irse sin haber podido abrazar, así fuera una última vez, a su pequeña danzarina. Seguro es que desde donde está vela por ella, los que aman así nunca se van realmente, pero nada más escribir sobre esto trae lágrimas a mis ojos. Es la muestra clara de que las consecuencias de la injusta prisión no se quedan solo en quienes están tras las rejas, sino que se extienden, perversas, a todos los que les son cercanos.
Ella es una muchacha emprendedora, enfocada en sus metas y para nada conformista. Es bailarina profesional, especializada en Salsa Casino y yo, que no bailo ni “pasito tun tun”, siento admiración y hasta una sana envidia de ella. Desde chiquita quiso serlo, me cuenta su mamá, Virginia, y su familia siempre la apoyó. Su sueño era destacar en la danza y representar a Venezuela dejando siempre el nombre de nuestra nación bien en alto, y se daba con ahínco a ello. Para Skarlyn, los recuerdos más hermosos que guarda tienen que ver con eso, con la danza, con los concursos que ganaba y con los triunfos que compartía con su familia, que se siente orgullosa de ella. Y tienen buenas razones para ello. Aún desde la oscuridad de su encarcelamiento, Skarlyn se anima a sacar lo mejor de lo malo, a crecer como mujer y como ser humano. Se ha descubierto mucho más fuerte de lo que creía ser, ha aprendido a ser más tolerante y a valorar más a sus seres amados. Su llamado es a no rendirse, pide que nos reencontremos con las luces de lo que fuimos y que, aunque no solo ella sino todos nosotros estemos de alguna manera también encarcelados, no perdamos la fe. Ella no pierde sus esperanzas, a pesar de todo lo que ha pasado sigue pensando que Venezuela es el mejor país de mundo, y que a nosotros nos toca rescatarlo.
Sin embargo, Skarlyn ya no baila. El breve espacio entre los barrotes de la indignidad no da para eso. En su casa, su cuarto sigue vacío y las vistosas y sensuales galas que lucía cuando danzaba sonriente su pieza favorita, “De qué estamos hablando” de Elito Revé y su Charangón, siguen esperando ansiosas su regreso a las tablas. Dos hombres poderosos, y todos sus secuaces, vestidos de intolerancia y de odio han puesto, por ahora, el sueño de una joven mujer en puntos suspensivos. ¿Qué está pasando? Sean ustedes los jueces, porque los que están encargados de su causa no se atreven a darle la libertad que le corresponde legalmente, porque los nombres de las supuestas víctimas de sus pretendidas felonías pesan demasiado. Y el miedo, lamentablemente, es por ahora la regla.
Yo sigo soñando con que algún día, ojalá no muy lejano, la libertad de todos los injustamente encarcelados se haga realidad. Sueño con que Skarlyn pueda volver a ver la luz del sol y pueda de nuevo abrazar a su familia y danzar al ritmo de la libertad. Quisiera verla cumpliendo sus sueños y los nuestros. No sé, quizás entonces ella pueda curar o al menos aliviar sus heridas, seguir creciendo como mujer y como persona y también se anime a enseñarme, si es que me tiene paciencia, uno o dos pasos de Salsa Casino, tal vez al son de alguna pieza de Elito Revé.