Todo indica que los principales representantes de la Conferencia Episcopal Venezolana no ven de modo favorable el viraje dado por varios partidos de la Mud hacia una estrategia enmarcada dentro del concepto de “larga marcha a través de las instituciones”
Leopoldo Puchi
El debate sobre la estrategia a seguir es fuerte y tenso en el seno de las distintas organizaciones que conforman el campo opositor. Es mucho lo que se discute en privado y son miles los mensajes en las redes sociales. Entre los factores de la oposición que se han pronunciado al respecto se encuentran destacados voceros de la Iglesia católica venezolana, que se han manifestado partidarios de la línea política anunciada en enero de este año, que plantea la salida del Presidente antes de que culmine su período constitucional.
Del mismo modo, luego de la suspensión del procedimiento de recolección de firmas del referendo, las figuras clave de este sector se han inclinado a favor de la “rebelión pacífica” anunciada semanas atrás desde la Asamblea Nacional. Se argumenta que problemas como la escasez, las largas colas y la inseguridad justificaban la adopción de esa política, que finalmente no se concretó.
En relación con la discusión del momento, todo indica que los principales representantes de la Conferencia Episcopal Venezolana no ven de modo favorable el viraje dado por varios partidos de la Mud hacia una estrategia enmarcada dentro del concepto de “larga marcha a través de las instituciones”, que apunta a los próximos procesos electorales de gobernadores y alcaldes en 2017 y presidenciales en 2018. Un camino no solo electoral sino también institucional, dentro del sistema vigente, que se propone alcanzar la alternancia a mediano plazo.
Obviamente, no hay por qué estigmatizar la participación activa de esta institución en la política ni sus divergencias con otros integrantes de la oposición. Sin embargo, hay un punto, el diálogo, frente al cual la CEV ha adoptado una actitud de reticencia y discordancia que no es fácil comprender, no solo por la inclinación básica de la Iglesia hacia la concertación, sino porque además el papa Francisco es protagonista de la iniciativa, en su doble condición de Jefe de Estado y Sumo Pontífice.
Son numerosos los dirigentes políticos del campo socialcristiano que han expresado que el diálogo no es conveniente porque, a sus ojos, oxigena al Gobierno, apacigua los ánimos y enfría la calle. Pero el asunto está en que, a diferencia de los políticos, el clero es parte de la estructura jerárquica eclesiástica, y la disidencia convertida en obstrucción, desobediencia y desafío al Papa pudiera tener implicaciones inesperadas. Claro está, no se puede hablar de cisma, pero lo que sí es innegable es que la polarización nacional genera pasiones cismáticas.