Fue uno de los políticos más hábiles y talentosos del siglo XX. No en balde copó la escena internacional en la última mitad de esa centuria y en lo que va del siglo XXI
En el libro VI de La República, Platón, al defender su propuesta de un filósofo-rey, decía que los hombres de alma pequeña no podían acometer grandes empresas, mientras que los hombres que él conceptuaba de naturaleza superior podían generar grandes bienes para sus pueblos, pero también grandes perjuicios. Dejando de por medio las consideraciones filosóficas singulares del fundador de la Academia, creemos que este criterio aplica plenamente a Fidel Castro.
Fue -¿cómo negarlo?- uno de los políticos más hábiles y talentosos del siglo XX. No en balde copó la escena internacional en la última mitad de esa centuria y en lo que va del siglo XXI. Dotado de una excelente formación intelectual y de una gran intuición, podía entender con agudeza cada momento político y decodificar, como pocos, el signo de los tiempos. Gracias a su carisma pudo ilusionar a las masas y lograr que lo apoyaran en sus proyectos desmesurados, amén de poseer una increíble capacidad para comprometer a terceros en sus propósitos. Pasó sucesivamente por todas las facetas concebibles de la vida política moderna: la lucha gremial estudiantil, la acción armada, la actividad partidista y la diplomacia.
Todas esas habilidades y talentos le permitieron mantener a Cuba bajo su férreo y despiadado puño por más de 50 años, pero no le hubieran valido de nada si las circunstancias históricas nacionales e internacionales no lo hubiesen impulsado y favorecido.
Fidel, en efecto, insurgió en un período -los 50 y los 60- donde el dominio estadounidense -y en menor medida de las grandes otros potencias capitalistas- sobre muchos pueblos latinoamericanos fue particularmente odioso: la época de las repúblicas bananeras y de oprobiosas dictaduras que dieron pie al surgimiento de varios movimientos armados -como el 26 de julio- y a numerosas manifestaciones nacionalistas y populistas. En el mundo fue también la época de los procesos de descolonización de muchos pueblos asiáticos y africanos, sometidos en muchos casos a vergonzosas condiciones de explotación y discriminación racial.
Pese a que el líder cubano fue un hijo de su época, eso no le quita la responsabilidad última por el camino elegido para su pueblo, con todos los perjuicios que ha traído consigo. Al contrario. Porque fue decisión de él -y del plano mayor de la revolución- atar su carro a los designios de la otra gran potencia que marcó el escenario bipolar de ese tiempo: la Unión Soviética. Esa decisión -remachada con la crisis de los misiles- significó transitar el camino de un modelo -el socialismo real- que ya estaba marchito, lleno de perversiones políticas y sociales, sintetizadas en los dispositivos totalitarios desarrollados por Stalin, que los siguientes liderazgos soviéticos apenas moderaron.
Esos mecanismos son los que implementó y perfeccionó la revolución cubana, socavando el don más preciado de un pueblo, como lo es la libertad. Castro, como un Fausto caribeño, vendió su alma al diablo, pero no por el afán de poseer todo el conocimiento y la ciencia, sino por su afán insaciable de poder y dominio.
Fidel Canelón F.
fcanefe@gmail.com
Profesor de la Escuela de Estudios Internacionales
FACES-UCV