Hace rato que en la casa de Francisca no se come caraotas, una casa que tradicionalmente tenía a ese alimento como parte de su sustento diario
7:00 am
Miguel es un hombre solo, trabajador, amigo de los amigos, un hombre normal de este país que no consigue la medicina que le prescribieron para combatir los ataques de epilepsia que sufre recurrentemente en el trabajo, en su casa, en la casa de los amigos.
Cuando anda bien, Miguel se faja con la vida, trabaja, hace colas como cualquiera en la Venezuela de hoy, busca comida, compra sus teticas, y camina bastante en sus tiempos libres, sobre todo con la esperanza de conseguir la medicina que le permita deshacerse de los dolorosos ataques que sufre sin aviso y sin protesto. «Toda esta semana se ha dado golpes. Ayer le dio un ataque en la oficina y se cayó de frente, no alcanzamos a evitarlo», contó Jesús a su hermana Francisca. «Eso es lo que no ve esta gente que está en el gobierno», le contestó la señora, con un dejo de molestia.
Pese a todo, Miguel se levanta todos los días muy temprano y cuando no tiene que salir a comprar comida, «a bachaquear», como le dice a sus amigos, se dirige a su trabajo, sin pensar en su enfermedad, pero además sin saber en qué momento puede volver a sufrir una recaída.
2:00 pm
Hace rato que en la casa de Francisca no se come caraotas, una casa que tradicionalmente tenía a ese alimento como parte de su sustento diario.
«Hay, Nena, todavía recuerdo a Carmelita, que hacía su olla de caraotas el lunes para toda la semana», le contó Francisca a su hija una tarde de estas. «Como las rendía no sé, pero siempre había caraotas para todos y hasta para quienes venían de afuera a buscar», agregó.
Pero ahora no solo no se come caraotas donde Francisca. Es que ni se ven en la calle. Cuando Francisca atina a verlas por ahí, simplemente pasa de largo, porque no puede costear su precio, se han vuelto una comida de lujo.
«En lugar de hacer hallacas, esta navidad lo que vamos a intentar hacer es un pabellón, a ver si nos damos el gusto de comernos un plato de caraotas bien bueno», comentó Francisca a la Nena al momento de proponerle hacer una «vaca» en la familia para darse ese gusto como un gran regalo navideño.
7:00 pm
Una noche de estas, Miguel estaba viendo televisión en la casa de los hermanos, tranquilamente, en silencio. Hasta que, de repente, su humanidad se irguió indefensa, sufriendo corrientazos de su cerebro, unos latigazos que le estremecían todo el cuerpo. Un quejido agudo salió de su boca, mientras la gente alrededor se acercaba para ayudarlo. Tras erguirse del asiento en el cual se encontraba, estremecido por una fuerza sobrenatural, se desplomó hacia adelante, antes de que llegara la ayuda. El golpe en la frente alarmó a todos. Entre varios lo recogieron y lo regresaron al asiento, mientras los corrientazos seguían estremeciendo aquel cuerpo sin respuesta, sin ayuda, y que estaba siendo presa de un ataque feroz.
«¿Y por qué no le dan la pastilla?», preguntó Eduardo, inocente. «¿Por qué crees?, porque no la consigue», espetó Francisca. «No es posible que este señor tenga que enfrentarse a esta enfermedad tan fuerte y no pueda comprar sus medicamentos», completó la señora mientras Miguel seguía sufriendo en el asiento, aguantando aquel atentado impune de una epilepsia que no se puede controlar. «Lo que es peor es que en una caída de esas se puede matar, vale», se lamentó Eduardo.
«Una noche de estas, Miguel estaba viendo televisión en la casa de los hermanos, tranquilamente, en silencio. Hasta que, de repente, su humanidad se irguió indefensa, sufriendo corrientazos de su cerebro…»
Edwar Sarmiento