El fantasma del trumpismo que hoy recorre Europa solo se puede entender en el marco de la fibrilación que afecta a las democracias liberales de baja intensidad
Un fantasma recorre Europa. Es el fantasma no del comunismo, como dijeron Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto del Partido Comunista, sino el fantasma del Trumpismo.
Donald Trump ganó las elecciones en Estados Unidos, como se sabe, con un discurso nacionalista, xenófobo y antiglobalizador, pero no está solo. Su mensaje (los inmigrantes mexicanos «traen drogas, crimen, son violadores y por tanto hay que construir un muro para contenerlos”), tiene muchos seguidores en Europa. Solo hagamos alusión a lo que dicen tres conspicuos trumpianos: en Reino Unido, Nigel Farage, quien abogó por el Brexit, sentenció: “basta de extranjeros en Reino Unido; la inmigración es la gran plaga que la Unión Europea ha traído al país”; en Francia, Marine Le Pen, candidata presidencial dice: «Hay que expulsar a todos los fundamentalistas extranjeros”; y en Hungría, el primer ministro Viktor Orbán, aseguró tras el triunfo de Donald Trump, lo siguiente: «El mundo será un lugar mejor con el nuevo presidente estadounidense. Los americanos eligieron ahora un presidente contrario a la inmigración».
Aunque sus propuestas políticas puedan diferir, estos xenófobos tienen ciertos métodos y características comunes. Son constantes en el desprecio hacia los inmigrantes. Saben utilizar muy bien las redes sociales. Son especialistas en la mercadotecnia. Se manifiestan abiertamente contra la globalización financiera, digital, logística, política, étnica y religiosa y abogan por la defensa del Estado-nación, de su cultura, su idioma, los puestos de trabajo y de su credo nacional.
Plantean que para que un país sea grande y robusto lo primero es proteger a sus nacionales, ricos, clase media, trabajadores, ciudadanos y tradiciones de los tsunamis de inmigrantes, de los terrorista islámicos, de las redes sociales y de los productos chinos.
Trump y los trumpianos al unísono ofrecen una respuesta clara y reconfortante: todo es culpa de los extranjeros, que están en todas partes y compiten por un puesto de trabajo, con aspecto diferente, hablan idiomas extraños y profesan religiones que en la mayoría de los casos son infames o incluso peligrosas.
El fantasma del trumpismo que hoy recorre Europa solo se puede entender en el marco de la fibrilación que afecta a las democracias liberales de baja intensidad, erosionadas por su fundamento oligárquico, por el miedo, la inseguridad, la guerra y la desigualdad. También por la serpenteante insatisfacción ciudadana por el sistema político europeo que es percibido negativamente por una gran mayoría y con el agravante de un creciente escepticismo de un electorado heteróclito y contradictorio.
Dado que tal proceso de fibrilación continúa en marcha, tanto en Estados Unidos como en Europa, no hay ninguna garantía de que los trumpistas no acaben imponiéndose a largo plazo, convirtiéndose entonces en un mal peor que la enfermedad que los produjo.
Por esos algunos ya vociferan que el camino está en que todas las fuerzas de Europa se unan en santa cruzada para enfrentar la arremetida que encierra ese fantasma.
Franklin González
Nota internacional
La caída de Renzi
El primer ministro italiano, Matteo Renzi, recibió el pasado domingo una ración del lapidario rechazo popular que en otras partes del mundo ha provocado cataclismos políticos, al perder el referéndum para aprobar la reforma constitucional que había impulsado. La reforma contenía 47 artículos sobre diversos aspectos de la organización del Estado y los poderes públicos, pero sus puntos fuertes eran sin duda la amplia reducción de las competencias del Senado (convertido en una especie de cámara menor y para asuntos muy puntuales) y la disminución de sus miembros (de 315 a 100), así como la notoria extensión de las competencias del poder central, en detrimento de las regiones y municipios.
Al tenor de lo ocurrido con el Brexit y con la derrota del Acuerdo de Paz en Colombia, las encuestas no acertaron la contundente derrota de Renzi -con casi un 60 % en contra- quien parece haber subestimado las grandes aprehensiones de la clase política italiana con sus propuestas, al punto de no realizar un mayor esfuerzo por alcanzar un consenso.
Fidel Canelón F
AP / Andrew Harnik