Quizás el cardenal accedió a complacer las solicitudes hechas por el sector radical de la oposición solo con el fin de apaciguar el clima cismático que observó en la delegación del clero venezolano
Monseñor Pietro Parolin envió una carta al Presidente y a los coordinadores de cada sector en la Mesa de diálogo. Del contenido han circulado varias versiones y se conocen las líneas generales. Ahora, lo que sí puede afirmarse es que al enviarla, Parolin sabía que se convertiría en un hecho público. Como dice el refranero: “Secreto de uno, de ninguno; de dos, sábelo Dios; de tres, secreto no es”. La misiva solo tenía un carácter confidencial aparente.
Igualmente, puede señalarse que el hecho mismo de enviar una carta es en sí un mensaje, puesto que al existir un emisario designado por el Papa para relacionarse de manera directa con las partes, era obvio que la utilización de otra modalidad como la epistolar tendría un efecto automático de dramatización. Lo natural es que las gestiones, si son de buena fe, se realicen con prudencia y paciencia, a través del contacto persuasivo, pero no se hizo así. A todo esto se le añade el sesgo a favor de uno de los factores del diálogo, así como el tono conminatorio del texto.
Por lo demás, ya se conocía, por información difundida por el grupo que acompañó a monseñor Baltazar Porras al Vaticano, que las gestiones que hicieron durante el viaje habían resultado exitosas y que la iniciativa de una carta tendría lugar. Quizás Parolin accedió a complacer las solicitudes hechas por el sector radical de la oposición solo con el fin de apaciguar el clima cismático que observó en la delegación del clero venezolano, o tal vez lo hizo empujado por ciertas figuras del mundo socialcristiano venezolano que están en desacuerdo con la Mesa de diálogo, con quienes mantiene estrechos lazos y comparte posiciones políticas. En todo caso, lo cierto es que el secretario de Estado de la Santa Sede ha generado un nuevo embrollo, y su iniciativa epistolar ha perjudicado el proceso de diálogo y empañado la participación del Vaticano.
Por su parte, el Gobierno no podía comportarse como si esa realidad no existiera, y ha debido, desde el momento mismo en que se instaló la Mesa de diálogo, proceder a tomar algunas medidas, sin mayores condiciones, que contuvieran la previsible presión que vendría sobre el Papa de parte de la Conferencia Episcopal Venezolana, partidaria del esquema de las llamadas “primaveras” y opuesta a la nueva línea de la Mud. Por ejemplo, el Gobierno ha debido decretar una amnistía unilateral que cubriera un amplio abanico. Del mismo modo, ha podido, a tiempo, crear una fundación mixta para recibir donaciones internacionales. Pero no previó y llovió.
Leopoldo Puchi