El nacimiento de nuestro Señor Jesucristo no fue un hecho imprevisto ni fortuito.
Este suceso que marcó a la humanidad para siempre ya había sido anunciado desde el inicio del mundo y así lo podemos leer en el Antiguo Testamento, desde Génesis hasta Malaquías, en los cuales Dios habla de la necesidad de salvar al hombre del pecado en que cayó como consecuencia de la desobediencia de Adán y Eva.
¡La humanidad necesitaba un Salvador! Y no podía ser un hombre, sino Dios mismo reencarnado.
Leamos Isaías 9:6, “Porque un niño nos es nacido, hijo no es dado y el principado sobre su hombro y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”.
El profeta Isaías escribió estas palabras bajo la inspiración del Espíritu Santo, siglos antes del nacimiento de Jesucristo, para darle ánimo del pueblo de Israel que estaba sometido a la esclavitud por el gobierno egipcio y anunciarles, que vendría su Salvador.
“Y Jehová dijo a Moisés: he aquí, yo os haré llover del cielo y el pueblo saldrá y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley o no” Éxodo 16:4.
Son numerosas las profecías del Antiguo Testamento que anuncia la llegada del Mesías, pero sólo vamos a mencionar dos más.
“Bendito quien viene en nombre del Señor” Salmo 118:26.
“Por tanto el Señor mismo os dará señal: he aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo y llamará su nombre Emmanuel” Isaías 7.14.
En la próxima columna, con versículos del Nuevo Testamento, conoceremos cómo estas promesas del Padres se hicieron realidad en su Hijo Unigénito, Jesucristo.
El cristianismo no es una religión, es entregar nuestra vida a Jesucristo y aceptarlo como nuestro Señor y Salvador.
Dios te bendiga y te guarde. Hasta el próximo encuentro con La Palabra de Dios.
Lic. Beatriz Martínez (CNP 988)
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