Hasta enero fue aplazado el estreno de la famosa obra de Román Chalbaud, en versión escénica de Ibrahim Guerra
Desde septiembre comenzaron los ensayos y cuando estaba listo para programar su estreno todo se aplazó. Murió Fidel Castro, vino el duelo internacional y nacional y el magno evento musical Suena Caracas. Por ahora, El pez que fuma, de Román Chalbaud, y bajo la dirección escénica de Ibrahim Guerra, se quedó sin espacio escénico.
Esta magna producción teatral de Alfredo Caldera para la Compañía Nacional de Teatro podrá ser mostrada a mediados del próximo mes de enero en la sala Ríos Reyna. Después tendría una gira a Maracay y regresaría para el Teatro Nacional, en la esquina de Cipreses de Caracas.
El espectáculo en sí es monumental, gracias además al trabajo del escenógrafo Armando Zullo y la dinámica de los personajes y su composición. Sobre todo ese conglomerado habrá que escribir cuando se haga el estreno oficial. Mientras tanto esperamos volver a ver y disfrutar de aquellos maravillosos personajes y sus intérpretes, a quienes conocimos y palpamos en un ensayo general en el Teatro Teresa Carreño. Ellos son La Garza (Francis Rueda), Tobías (Ludwig Pineda), La Argentina (Aura Rivas), El Profesor (Antonio Cuevas), Dimas (Jesús Hernández), Robin (Francisco Aguana), Juan (Larry Castellanos), Marlene (Juliana Cuervos), Ganzúa (Citlalli Godoy), Batman (Keudy López),Bagre (Andy Pérez), Jacinto (Jean Manuel Pérez), La colombiana (María Alejandra Tellis),Selva María (Marcela Lunar) y Muñeco (Ángel Pelay).
Conviene recordar que este montaje trascurre en un burdel venezolano, de los años 60 del siglo XX, y ahí, como dice su autor Chalbaud, están los personajes que él inventó, quienes le dictan lo que quieren ser y así los presenta. No intentó jamás explicar sus obras teatrales, ni tampoco sus películas, dejó que el público las digiriera y sacara sus propias conclusiones. Los prostíbulos son sitios donde, especialmente los hombres, drenan pasiones y tratan de conseguir por horas ese amor que se sale no solo por la boca. Hay muchos sueños o anhelos que ahí se forjan o que naufragan. El poder y el amor son las dos grandes pasiones de los seres humanos y eso ahí está muy bien marcado o definido. Son el alfa y el omega del ser venezolano o quizás del ser básico de este irredento continente que tiene prestado hasta su nombre.
El pez que fuma es, pues, un bar de copas y prostíbulo, o burdel o lupanar, administrado por La Garza, quien confía en su amante de turno, Dimas, para que deposite las ganancias en el banco; pero este es un dilapidador del dinero ajeno y además la engaña con otras meretrices. Desde la cárcel, Tobías, examante de La Garza, conspira, y le manda a Juan, quien se encarga de emponzoñar todo y enamorar a la patrona del burdel. Dimas no se deja cambiar tan fácilmente y mata, sin querer, a la codiciada dama; termina en la cárcel y deberá resolver así su conflicto con Tobías. Una ópera tropical con música popular latinoamericana.
El montaje de Guerra no es atemporal. Hay especial hincapié en acentuar los elementos de época, tanto del texto, como en algunos de caracterización. Se mantiene fiel a la época tratada, porque cree que la Venezuela de hoy en día, para bien o para mal, es otra completamente distinta a la del año 68. Venezuela cambió a raíz de Chávez. “Eso es un hecho indiscutible, pero, tal vez, el deseo consumista siga siendo el mismo, aunque no ejercido de la misma manera, y por la misma gente, o clase social de antes. Ahí está la vigencia universal y eterna de la pieza. Muestra un universo que está latente en todos los venezolanos y que muchos añoran, y que, de hecho, es la que el mundo conoce cuando describe a Venezuela como el país más rico del mundo, ahora empobrecido. Muchos de estos aspectos aún persisten en nuestra esencia anímica, en nuestra mentalidad venezolana, y seguirán existiendo mientras sigamos añorando la riqueza y el resplandor ardiente de los fuegos infernales y efímeros que generan los pozos petroleros. Mientras sigamos atados a ellos, tanto en lo financiero como en lo mental, seguiremos prostituyendo nuestras ilusiones, porque nos alienta el dinero y no la producción” lo dice Guerra y yo lo refrendo.
Montaje 2017
El director Guerra advierte que la obra ocurre en 1968 y no sabe si por estrategia o por picardía dramatúrgica, específicamente, el 10 de octubre, día del nacimiento de Chalbaud, en Mérida de 1931. Esto demarca un contexto histórico, y, desde luego, social. Pero la obra no habla ni se recrea en la historia patria. Se desarrolla dentro de su propia circunstancia argumental. Esa época, siendo la obra estrictamente venezolana, se desenvuelve dentro de un país resplandeciente por el brillo petrolero, que vivía en la abundancia, en el derroche. Es significativo que a una de las paredes del burdel le hayan crecido hongos. Este y otros detalles hablan claramente de que se trata de una casa gastada y marginal, en medio de ese mundo de oropel. Sus personajes no están dentro de esa mecánica oficial, enriquecida, que caracteriza el medio social que los circunscribe. Están marginados, por lo que no es difícil suponer que posean sus propias formas de vida. Conforman una especie de estado paralelo, que tiene leyes y normas, y en el cual la economía se rige por las cifras escritas en papelitos en los que se anotan los consumos de los clientes del burdel. La Garza, la dueña, los contabiliza y administra. No es una economía formal, es un parasistema administrativo propio, en el que está prohibido que las putas firmen vales, pero, que, se hacen, para extraer a escondidas de la dueña, dinero de la caja registradora, valga decir, de las arcas del burdel, dice Guerra.
E.A. Moreno-Uribe / EL ESPECTADOR