El compa Andrés padeció en Madrid, en la década de los treinta, lejos, muy lejos de su Venezuela, de Cumaná y de su casa, con el estanque y mata de uva que tanto anhelaba, escribiendo asomado por una pequeña ventana de un cuarto que daba a la calle
El compañero y poeta Andrés Eloy Blanco, revive su dolor de exiliado aquí en el presente tras décadas de escribir Las Doce Uvas del tiempo y lo hace en el sufrimiento que este fin de año traerá al corazón de tantos hermanos desterrados vagando emocionalmente por el mundo, y de tantas madres con el aliento en pena. El compa Andrés padeció en Madrid en la década de los treinta, lejos, muy lejos de su Venezuela, de Cumaná y de su casa con el estanque y mata de uva que tanto anhelaba, escribiendo asomado por una pequeña ventana de un cuarto que daba a la calle. Algo tan vigente, en una estrofa, en la cual exclama “Madre: esta noche se nos muere un año. En esta ciudad grande, todos están de fiesta; zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!; claro, como todos tienen su Madre cerca”. Estoy en mi mente recitando el poema y escribiendo las líneas y debo en honor a la verdad transferir la carga sentimental que trae la unión de décadas con el presente, quebrándome el pecho y hasta destilando lágrimas por lo profundo de estos hechos. Cómo no hacerlo, si el compa Andrés nos esboza en los treinta un suplicio emocional que pasan nuestros hermanos desterrados en otras tierras, quejándose de la frialdad sentimental tan diferente en nuestro terruño. Asimismo el poeta dice: “Pero aquí no se abrazan ni gritan: ¡feliz año!, como en los pueblos de mi tierra; en este gozo hay menos caridad; la alegría de cada cual va sola, y la tristeza del que está al margen del tumulto acusa lo inevitable de la casa ajena. Oh nuestras plazas, donde van las gentes, sin conocerse, con la buena nueva, las manos que se buscan con la efusión unánime de ser hormigas de la misma cueva; y al hombre que está solo, bajo un árbol, le dicen cosas de honda fortaleza: venid compadre, que las horas pasan; pero aprendamos a pasar con ellas”.
Cómo parar en este año y el entrante tantos sentimientos de tantas ausencias. En otros cañonazos he defendido la alegría al son de la doce uvas, pero cómo defenderla si la madre, el padre, el amigo, el primo, y el vecino sufren la amargura de la distancia. Es una tarea difícil, aunque al final, hay dos reinas, si señor, está la fe y la esperanza siempre al final del túnel.
Carlos Pérez Rondón