El hecho de poner la libertad en un lado de la balanza y en la otra la comida, en un régimen a la cubana, es un desastre humanitario
El centro de las discrepancias en la oposición ha sido el lugar que en Venezuela ocupa la lucha por la libertad. No es cierto que frente a un kilo de arroz o un pollo la libertad valga menos.
Quien piense así, no importa cuánta gente comparta la tesis, desvaría. El hecho de poner la libertad en un lado de la balanza y en la otra la comida, en un régimen a la cubana, es un desastre humanitario: no asume que la libertad es el espacio en el que la comida puede obtenerse con certeza, por medio del trabajo, de la elección de las oportunidades, del emprendimiento y la dignidad.
Es errónea la idea de que la oposición debe centrarse en resolver “el problema económico” porque el hambre aprieta y la gente no aguanta. Doblemente falaz: primero, porque no hay forma de resolver “el problema económico” en un régimen para el cual los factores de la producción constituyen el enemigo; para el que la productividad es una exquisitez capitalista; y la iniciativa individual es abominada por ser enemiga del colectivismo bárbaro; segundo, porque si los gobernantes son los que deciden cuándo, cuánto y qué comen los ciudadanos, sólo hay lugar para la ruina, y en la ruina cada vez comen menos personas, y cada persona come cada vez menos.
No haber colocado como prioridad la libertad explica el desastre que arrastró la posibilidad de cambiar el régimen en 2016. Cuando el centro de gravedad de la oposición pasó de la MUD a la Asamblea Nacional en enero pasado, la promesa fue la de eyectar a Maduro de Miraflores, lo que aglutinó a todos los partidos. El lenguaje radical de Ramos Allup como Presidente de la AN parecía augurar que el cambio no se haría esperar; cuando estaba a punto de concluir el primer semestre se conoció la colosal idiotez de los cuatro partidos que jefean la MUD con el “pre-diálogo” de Punta Cana. Allí murió el perverso diálogo, todavía hoy mantenido en artículo mortis por el régimen, así como por la vileza de los malandrines Samper y Zapatero, y por la conducta doble de ciertos opositores.
Cuando la presión social levantó de nuevo, la oposición se unificó. Los moderados se volvieron súbitamente radicales. La idea de destituir a Maduro se hizo unánime. Hasta que la nueva juerga del diálogo se hizo presente, con el enviado papal incorporado al juego zapateril y samperista.
El objetivo por la libertad fue pospuesto. No hubo cambio de régimen. No hubo solución “al problema económico”.
La dirección opositora fue rebasada totalmente y el país que no quiere esperar quedó a la intemperie, en la soledad y con su furia.