La clave para mantenerse en el poder o para alcanzarlo no es atrincherarse detrás de escritorios y privilegios, ni cabalgar sobre ambiciones tan legítimas como no pertinentes, sino atender al reclamo urgente de los venezolanos
Ya es legendaria la frase que el estratega James Carville convirtió en santo y seña de la victoria del entonces joven Bill Clinton sobre el aparentemente todopoderoso George Bush padre, en la campaña electoral norteamericana de 1992: “¡Es la economía, estúpido!”, para señalarle cual era la clave de la victoria.
Hoy es Monseñor Diego Padrón, presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, quien con palabra pausada, pero firme, le dice al Gobierno y a la oposición venezolana que la clave para mantenerse en el poder o para alcanzarlo no es atrincherarse detrás de escritorios y privilegios, ni cabalgar sobre ambiciones tan legítimas como no pertinentes, sino atender al reclamo urgente de los venezolanos, hoy casi todos sumidos en situación desesperada: “Es el pueblo, estúpidos, el pueblo!”, parece ser el subtexto del discurso con que ayer sábado este sacerdote, nacido en Carabobo en 1939 y desde 2002 obispo de Cumaná, instaló la 107 Asamblea Anual de los obispos venezolanos.
Clara condena al gobierno
En efecto, frente al dolor de un pueblo que escarba en la basura para tratar de encontrar entre la podredumbre algo con qué mitigar el hambre, el presidente de los obispos venezolanos dijo con claridad al gobierno: “En nuestro país, el 2016 ha terminado muy mal, con gran desesperanza. El saldo está ‘en rojo’ en todos los rubros. Casi 29.000 muertes violentas; hambre y falta de comida que solo producen agonías y desnutrición; desabastecimiento de medicinas, que provocan decesos y reaparición de epidemias; más de 120 presos políticos injusta e ilegalmente privados de libertad; la corrupción generalizada, el ataque sistémico a la empresa no oficial y a los medios de comunicación independientes, la inconsulta, violenta e inconstitucional ideologización de la educación; los intentos de anular a la Asamblea Nacional; el cierre del camino electoral; la crisis financiera y, últimamente, la improvisación y confusión con el uso y desuso de la moneda de mayor valor que creó gran incertidumbre y angustia en la población, sobre todo en los más pobres”.
Crítica descarnada a la oposición
Tras aclarar que “señalar a la Santa Sede o a los partidos políticos como supuestos responsables de que no se haya favorecido la convocatoria efectiva del Referendo, no solo no es cierto, sino que le quita el peso de la responsabilidad histórica al único responsable real: las autoridades del Gobierno Nacional y sus operadores electorales y judiciales”, Monseñor Padrón hace una crítica abierta y descarnada a cierta conducta política opositora que antepone intereses particulares a las necesidades del país: “En ese marco, por honestidad y deber de justicia, los jefes de algunos partidos políticos de la oposición deberían admitir que en los días del diálogo no se comportaron a la altura de las circunstancias. No quisieron ‘retratarse’ hablando con un gobierno que nunca ha dado garantías reales de cumplir lo que promete. Prefirieron preservar sus candidaturas personales de todo riesgo político-electoral. Pero este comportamiento táctico no los libra de su responsabilidad frente al pueblo”.
De bandos en guerra a servidores del pueblo
Para el Papa Francisco, “la política es una de las formas más elevadas del amor”. Pero no se refería el Santo Padre a “cualquier forma” de acción política. No se refería ni a la política que desde el poder encubre la corrupción y el saqueo, ni a la que desde cualquier oposición solo busca el “quítate tu para ponerme yo”. De aclarar el punto se encarga el mismo Francisco, cuando –tras la afirmación que une en una misma frase las palabras “política” y “amor”- le preguntó el periodista de Vanguardia Internacional: “¿Por qué?”, y vino entonces la respuesta precisa del latinoamericano que hoy es Sucesor de Pedro: “La política es una de las formas más elevadas del amor y la caridad, porque lleva al bien común”. Es decir, si no lleva al bien común, ni es amor ni es política: es politiquería, que es algo muy diferente, politiquería que incluso a veces se disfraza de anti-política, algo de lo que el pueblo puede y debe defenderse.
Nuevo gabinete y desamor por el pueblo
Un ejemplo claro de lo que es la politiquería, es decir, el ejercicio de la política divorciado del bien común, es la designación de los “nuevos-viejos” ministros del régimen: colocar en posiciones claves de gobierno a personas que han fracasado estruendosamente en responsabilidades públicas que anteriormente han ejercido (El Assaimi, Jaua, Adán Chávez,) o a personas que no tienen experiencia o formación para dirigir esos despachos oficiales (Ramón Lobo, Hugbel Roa) o “rotar las sillas” de quienes en sus cargos originales tampoco hicieron nada bueno por el país (Istúriz, Farías), es la más clara demostración de que al régimen no le importa nada el bienestar del pueblo, en tanto que la asignación de responsabilidades ejecutivas está determinada por el reacomodo de los grupos de poder dentro del gobierno y no por la búsqueda de mejorar la prestación de servicios a un pueblo que clama al gobierno no por excusas sino por soluciones.
Nueva AN, reestructuración de la MUD…
La instalación de la nueva Junta Directiva de la Asamblea Nacional y el anunciado proceso de reestructuración de la Mesa de la Unidad Democrática abre a la oposición venezolana una oportunidad de oro para demostrar que hace política en vez de politiquería, es decir, que su accionar político está dirigido a lograr el bien común y no solo a determinar “quién se sienta en la silla después de Maduro” o qué grupo se “posiciona” como el “trending topic” más lisonjeado por “los duros del teclado”.
En efecto, Henry Ramos Allup acaba de concluir una gestión brillante en la presidencia de la AN durante un año muy difícil. Toca ahora a un nuevo equipo llevar al Parlamento a sesionar, como dijo el nuevo presidente del Legislativo, Julio Borges, allí donde esté el pueblo sufriente. Para eso es necesario algo obvio: que el Parlamento exista. Y eso implica derrotar en vez de facilitar el inconstitucional propósito oficialista de disolver la Asamblea Nacional.
Hacer de la reestructuración de la MUD un proceso que construya una verdadera unidad de propósitos que promueva el fortalecimiento de los partidos y que logre el establecimiento de una relación fluida y permanente de estos con la sociedad civil organizada, es otra oportunidad que hoy tiene el campo democrático para demostrar que aprendimos de la victoria unitaria del 2015 y de la frustración que la dispersión produjo en 2016. Esa será la mejor respuesta a un pueblo que clama a la oposición por resultados tangibles en vez de promesas o “ultimátums”. ¡Pa’lante!
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