El mirandino Oswaldo Guillén disfruta el trabajo que realiza al frente de los Tiburones de La Guaira, en una época en la cual usualmente hacía maletas y viajaba a Colombia para seguir a los toros, su otra gran pasión
Ozzie Guillén cambió su rutina familiar. Todos los años, por estas fechas, hacía maletas y viajaba con su esposa Ibis a Colombia, para disfrutar de una de sus mayores pasiones: la tauromaquia.
En suelo neogranadino se siente a sus anchas. Puede caminar las calles de Cali o Manizales sin ser reconocido. Siete peloteros colombianos jugaron esta temporada en el beisbol invernal de Venezuela, pero son la excepción en su país. Allá el fútbol manda. Y el ciclismo. Y cuando el calendario deja caer su última página, también los toros.
El exmánager de los Medias Blancas de Chicago y los Marlins de Miami se confiesa fanático del ruedo. Busca videos en YouTube. A menudo tuitea algo relacionado con ese antiguo y polémico arte.
Esta vez Guillén no vio los toros desde la barrera. Rompió su costumbre para quedarse en Caracas con Ibis y su hijo menor Ozney, quien sigue sus pasos como pelotero profesional. Se perdió la Feria de Manizales y cuenta que lo hizo a regañadientes. Hay pocas cosas que compiten en sus gustos con los pases de los matadores. Uno de esos amores es el beisbol.
El piloto campeón de la Serie Mundial del 2005 tomó las riendas de los Tiburones de la Guaira para la temporada del 2016-17 en Venezuela y ha disfrutado su regreso al rol en el que más fama ganó. No dirigía desde el 2012, su única campaña en Miami, aquel torneo en el que todo salió mal. Y está contento con el reencuentro.
«Estoy aquí porque me gusta», asegura. «Hay gente que cree que acepté dirigir a los Tiburones de La Guaira para conseguir un equipo en las Grandes Ligas, como si un scout fuera a seguirme los pasos y proponer mi contratación. Estoy aquí porque hacer esto me encanta».
Guillén ganó un Guante de Oro en las Mayores, fue figura de los Medias Blancas en los años 80 y 90. Tuvo una cortísima trayectoria como coach en Grandes Ligas antes de convencer a Jerry Reinsdorf, dueño de los patiblancos, de que él era la opción ideal para conducir a esa franquicia hasta su primera corona en casi un siglo.
Tuvo razón. Menos de dos años después, recorría las calles de Chicago en una parada que todavía recuerda, después de barrer a los Astros de Houston en el Clásico de Otoño. Hoy le parece que aquello era un juego de niños, ante el reto de dirigir en el Caribe.
«Aquí es más complicado», expresó. «Aquí tienes un equipo nuevo todas las semanas, un cuarto bate que no conoces, peloteros diferentes. Eso es lo difícil en este beisbol. No importan los importados que traigas, los venezolanos son los que te van a meter en la pelea. Pero antes te jugaban los cuatro meses; ahora tienen que irse. No los critico, pero es así».
Las limitaciones impuestas por los clubes de MLB han hecho que Guillén haya aprendido a adaptarse, incluso resignarse.
Su as William Cuevas se marchó en plena recta final, cuando dominaba la Triple Corona del pitcheo, porque firmó contrato con los Tigres de Detroit. Su campocorto Miguel Rojas tomó vacaciones para estar con su familia y para recuperarse de una lesión y ya no regresó. Su jardinero derecho José «Cafecito» Martínez se fue al llegar la postemporada, a petición de los Cardenales de San Luis. Prospectos como el patrullero Omar Carrizales y el zurdo José Alvarado debieron terminar de jugar a mediados de justa.
«Así son las cosas aquí», se encoge de hombros. «Es difícil, porque el equipo me duele. Si viniera por el dinero, sería perfecto. Me he gozado los viajes, los hoteles y las ciudades, estoy ciento por ciento satisfecho. Sabía, al venir, que iba a ser difícil, porque no conocía a los peloteros. Pero es que todavía no los conozco; todas las semanas me traen a alguien nuevo».
Guillén tenía una vieja deuda con la Liga Venezolana de Beisbol Profesional. Como campocorto activo, formó parte de la llamada «guerrilla de La Guaira», aquella generación combativa que enalteció a los Tiburones hace tres décadas, un grupo que incluía a los grandeligas Luis Salazar, Gustavo Polidor, Alfredo Pedrique y estrellas como Norman Carrasco y Raúl Pérez Tovar.
Los dueños de los escualos pasaron años tratando de convencerle a apropiarse de la oficina que alguna vez fue de Preston Gómez y de Ozzie Virgil. Él, en cambio, prefirió aceptar un contrato como analista en ESPN.
Los Pericos de Puebla y los Acereros de Monclova también le cortejaron. Él solo aceptó ayudar como asesor.
«No puedo ser mánager en el verano, mientras tenga que hablar tonterías por el micrófono», ríe. También le hicieron ofertas en la República Dominicana, cuenta, pero su regreso tenía que ser con la novena de sus amores.
«Puedo escribir un libro sobre esta experiencia. Y uno muy bueno», afirma. «Al principio, me preocupaba por la situación que vive el país. Pero me ha ido bien. Eso sí, ha sido mucho estrés. Soy un tipo apasionado y me estreso mucho, porque quiero ganar».
No se queja. Asevera que los peloteros «han jugado duro», como les ha pedido, incluyendo a su hijo Ozney. Pero también asegura, para sorpresa de todos: «¿De verdad no me creen? Quisiera estar en Manizales».
No es cierto. Le gusta ser piloto, enfrentarse todos los días a la prensa, dirigir la práctica, sufrir y gozar en cada encuentro, encabezar un dugout.
«Adoro a los muchachos», admite.
También reconoce que le gustaría repetir la experiencia en las Grandes Ligas, aunque subraya que no lo está buscando. «No digo que yo sea mejor que los mánagers actuales, pero no llego enojado al estadio, aquí, porque no dirijo allá», sostiene. «Si pasa, bien. Pero ese trago ya lo bebí y fue sabroso. De todos modos, aún soy joven. Tengo 52 años de edad. No pierdo el sueño por eso. Lo pierdo porque no fui a Cali ni a Manizales. Y por los Tiburones».
Con los escualos clasificó a la postemporada, eliminó a los campeones defensores, los Tigres de Aragua, y se metió en la semifinal contra los Cardenales de Lara. Todavía puede cortar otra sequía, una que es tan célebre en Venezuela como aquella de los Medias Blancas: los 31 años sin títulos que tiene La Guaira.
Guillén sonríe nuevamente. Jura que nadie quiere ganar esa corona más que él. Y ya tiene una conclusión sobre su primera experiencia como estratega en su país natal: «Ser mánager acá es más difícil que allá. Quiero regresar».
Yangervis buchón
El antesalista venezolano Yangervis Solarte pactó un contrato con los Padres de San Diego por dos años y 7,5 millones de dólares, que incluye opciones del equipo por las temporadas de 2019 y 2020.
Solarte tuvo la mejor temporada de su carrera en 2016, cuando bateó .286 con 15 jonrones y 71 remolcadas. Tendrá una bonificación por firmar de 250.000 dólares, y salarios de 2,5 millones este año y 4 millones en 2018.
Los Padres tienen una opción por 5,5 millones para 2019, con una cláusula de rescisión de 750.000, y otra opción por 8 millones para 2020, con la misma cifra de rescisión. El acuerdo evitó que el oriundo de Valencia, de 29 años, acuda a un proceso de arbitraje salarial.