Quienes adversan al gobierno bolivariano han incluso a la ridícula y postrada desfachatez de desconocer la existencia misma del imperialismo
Con marcada frecuencia, los más diversos sectores opositores vienen declarando, arguyendo que en Venezuela se vive bajo una dictadura y que Nicolás Maduro, en su afán de mantenerse en el poder, está violentando la Constitución. Con este falaz argumento soportan el planteamiento del por qué hay que desalojarlo, lo más pronto posible, de Miraflores.
Sostienen que el país se encuentra en el peor momento de su historia, que Maduro, alicaído, ha descendido a niveles muy bajos de popularidad, teniendo que apelar cada vez más al autoritarismo y que, por tanto, se hace imperativo forzar las circunstancias para acelerar el cambio de gobierno que, según estos enfoques, requiere la nación venezolana.
En la irrigación de tales propósitos participan opositores del más amplio pelambre, tanto dirigentes de partidos políticos aglomerados en la MUD, periodistas y opinadores de toda laya, miembros de la jerarquía eclesiástica, sacerdotes, militares retirados, laureados académicos e intelectuales de ceño fruncido, banqueros, voceros empresariales y gremiales, faranduleros, etc., así como también, es verdad, gente del común, hombres y mujeres de a pie, que, confundidos, coinciden en la lectura que se realiza de la presente coyuntura por la que atraviesa el país.
Intromisión imperialista
Por supuesto que se comprende que haya personas disconformes con el gobierno. Eso ocurre y es una verdad incontrovertible en cualquier país del mundo y, más aún, en una Venezuela que, como la actual, al estar sometida a tan altos niveles de desestabilización, sufre y se resiente de los efectos perversos inducidos por el imperialismo estadounidense, el más condenadamente voraz, implacable e intromisor en los asuntos internos de otros países y que no tiene parangón con ningún otro que haya existido en la historia de la humanidad.
Intromisión imperialista que, al margen de los avatares internos, indiscutiblemente, trastoca el desenvolvimiento económico-social y político de nuestro país; y que, por cierto, quienes adversan al gobierno bolivariano tienden a negar, llegando incluso a la ridícula y postrada desfachatez de desconocer la existencia misma del imperialismo, sosteniendo que “las acciones que se le atribuyen responden antes que a una vocación imperialista a su condición de país grande” (Maxim Ross, dixit).
Siendo, entre tantas, una de las más evidentes manifestaciones de esa intromisión, con clara intención intimidante, la declaratoria por parte del gobierno de Barack Obama de calificar a Venezuela -a través de una Orden Ejecutiva de marzo de 2015 (que tiene carácter de Decreto-Ley)- como una amenaza a la seguridad de los Estados Unidos; infame acción que ha sido ratificada en dos años consecutivos, la última, el reciente pasado 13 de enero, y que, en ningún caso, la desvergonzada y apátrida oposición venezolana ha rechazado y denunciado.
Primera tarea
De manera que niegan el imperialismo, que es una verdad incontestable en la realidad nacional y para la geopolítica mundial, pero sostienen que en Venezuela vivimos bajo una férrea dictadura. Y esto lo dicen, a voz en cuello, con el mayor desparpajo, obviamente, no por valentía, sino, sencillamente, porque en este, nuestro país, los venezolanos gozamos de las más amplias libertades; tal vez con exceso, que es lo que hace posible que quienes de manera consuetudinaria atenten contra el orden constitucional lo hagan sin que ello le acarree, por ahora, mayores consecuencias.
Claro está, todo tiene su límite y pareciera que ya estamos llegando al mero borde del mismo. La primera tarea de un gobierno, además, por supuesto, de gobernar, es no dejarse tumbar y más aún si lo guía un proyecto revolucionario cuya concreción requiere la permanencia en el poder, no precisamente para medrar en él, sino para avanzar, como se ha venido haciendo, en el proceso de transformación revolucionaria de la sociedad.
Frágil escama
Bien cierto es que el proceso revolucionario venezolano se ha venido cimentando en los cánones de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) que, sin dudas, los bolivarianos somos y debemos ser los primeros en hacer valer y preservar, teniendo presente la posibilidad de la alternancia en el poder como un mecanismo plausible que, en su momento, habría que respetar, pues así lo pauta el juego democrático en el cual estamos inmersos.
Pero otra cosa es permitir que quienes han mantenido una contumacia conducta anticonstitucional, sibilina y socarronamente, pretendan, ahora, revestidos de una frágil escama constitucional, asaltar el poder político con la intención de revertir los avances sociales alcanzados y desandar el camino que en función de la consolidación de la soberanía nacional ha transitado nuestro pueblo-nación.
Porque asalto del poder es lo que pretenden quienes confabuladamente se han concitado para decretar, desde la Asamblea Nacional, un espureo abandono del cargo por parte del Presidente de la República y con ello intentar dar el zarpazo que han pretendido desde hace 18 años.
Más nunca
Para ello hablan, impúdicamente, de dictadura, de desmedido y creciente autoritarismo presidencial, a fin de justificar su abrasivo apetito de poder, teniendo como eco y secuaces a la inmoral mediática privada, a la desvergonzada Conferencia Episcopal, a la enmascaradora Academia, a decadentes intelectuales, a la pútrida e insaciable burguesía parasitaria, a la clase media desnacionalizada, a venales y maleables funcionarios públicos, en fin, a toda una variopinta y antipatriótica alianza, pletórica de las más diversas ambiciones, frustraciones y añoranzas de un pasado que se resisten a aceptar que más nunca volverán.
No terminan de entender que se enfrentan a todo un renacer de un pueblo que, inspirados en Bolívar y orientados por la estrategia chavista, no está dispuesto a ceder un ápice en su decisión de avanzar. Nuevamente serán derrotados con la diferencia que en esta oportunidad tendrán que responder por sus obstinados desatinos. Es bueno el cilantro pero no tanto.
COLUMNA NOTAS PARALELAS / Miguel Ugas