El pensamiento neoconservador, que inicialmente fue patrimonio de los republicanos, se hizo dominante dentro del partido demócrata en lo referente a la política exterior
Más allá de las grandes expectativas que levantó la elección de Barack Obama hace ocho años, que sobrepasan sus realizaciones, a la hora de evaluar su paso por la presidencia de Estados Unidos habrá que tener en cuenta que fue el primer presidente de color de ese país y que su primera tarea era la de permanecer en la Casa Blanca durante los dos períodos previstos, sin acciones que pudieran conducir a un magnicidio o a un impeachement. Le correspondía actuar dentro de lo “políticamente correcto”, más que a cualquier otro presidente, para acostumbrar a una sociedad tradicionalmente racista a nuevos hábitos y conductas. Como cambio cultural, ya eso es un logro significativo, aunque para muchos pasa inadvertido.
¿Lo mejor de su gestión? El Obamacare, que lo aproxima a las políticas públicas del Estado de bienestar. En relación a Latinoamérica, pudiera citarse la apertura de relaciones diplomáticas con Cuba, pero el gesto fue empañado por el decreto que se dictó contra Venezuela, que ha sido ratificado recientemente.
¿Lo peor de la gestión de Obama? El apoyo del Pentágono y de los servicios de inteligencia a los grupos terroristas del Estado Islámico, a los cuales se les suministró armamento y se le dio apoyo logístico, antes de que se convirtiera en una especie de búmeran que retornó de manera sangrienta sobre quienes les dieron impulso.
¿Por qué cayeron Obama y su país en esa ciénaga? La explicación está en que el pensamiento neoconservador, que inicialmente fue patrimonio de los republicanos, se hizo dominante dentro del partido demócrata en lo referente a la política exterior. Como se sabe, esta ideología postula que Estados Unidos debe mantener y ampliar su hegemonía mundial en lo económico, político y militar por todos los medios, en razón de “la superioridad” de sus valores y principios, para lo cual ha de reordenar el mundo e intervenir en el extranjero, y así garantizar la permanencia de esa supremacía. Desde esta óptica, ese país se considera a sí mismo como excepcional, por lo que no estaría obligado a plegarse a las normas del derecho internacional.
Ahora es el turno de Donald Trump, y son muchas las incógnitas sobre el camino que tomará en política internacional. Se sabe que estaría dispuesto a llegar a acuerdos con potencias como Rusia, pero se desconoce cómo actuará en relación a los países latinoamericanos, si los respetará de manera realista o si, a pesar de su enfrentamiento con el stablishment, continuará guiándose por la lógica neoconservadora. Ya se verá si Trump es “neocon” o realista.
Leopoldo Puchi