Cuando termina la bonanza petrolera que permitía ocultar toda la ineptitud, y cuando fallece el caudillo cuyo liderazgo carismático convertía en entretenido espectáculo televisivo todo el abuso, el régimen sabe que su fin se acerca
En lugares con alto nivel de vida, como los países escandinavos, el suicidio es un problema de salud pública que ha merecido el desarrollo de intensos programas de prevención. En lugares como Haití, por el contrario, la acelerada sucesión de tragedias (terremotos, huracanes, epidemias, dictaduras sangrientas sucedidas por gobiernos inestables) hace que seres humanos en la miseria se coloquen en trance de perder la vida por desesperación. Uno y otro motivo son lamentables, terribles. Pero ni en un extremo ni en el otro nadie se ha planteado la insólita posibilidad que enfrentamos los venezolanos: la de, literalmente, matarse por flojera…
El régimen empuja la violencia
¡Si, por flojera! Un excelente ejemplo es lo que hace (y sobre todo lo que deja de hacer) el régimen presidido en Venezuela por Maduro. La situación que confronta ese proyecto político es dramática y trágica, pero no es ni original ni inédita: han tenido una estadía en el poder exageradamente larga, a lo largo de la cual se produjo la bonanza petrolera más prolongada y alta de nuestra historia, y durante la misma el gobierno controló de manera omnímoda todas las palancas del poder, sin contrapeso alguno. Por esas razones, durante estos 17 años el viejo problema de la corrupción se transformó en saqueo masivo, las violaciones de derechos humanos se volvieron moneda frecuente y el abuso de poder se convirtió en parte del paisaje.
Cuando termina la bonanza petrolera que permitía ocultar toda la ineptitud, y cuando fallece el caudillo cuyo liderazgo carismático convertía en entretenido espectáculo televisivo todo el abuso, el régimen sabe que su fin se acerca. Y aunque después del 6D del 2015 es evidente que está derrotado políticamente y con un apoyo popular francamente minoritario, el régimen cuenta aún con suficientes instrumentos para hacer política y, de esa manera promover una transición en paz donde ellos puedan obtener amplias garantías de respeto a sus derechos constitucionales. Controlan, en efecto, lo que queda de la economía (el menguado ingreso petrolero), controlan la violencia legal e ilegal (los cuerpos de seguridad del Estado y los paramilitares oficialistas mal llamados “colectivos”) y controlan toda la burocracia (con lo que se aseguran que no le pase a Maduro lo que le ocurrió a Dilma en Brasil o a Nixon en EE.UU.), poder más que suficiente para promover un diseño en el cual lo inevitable (la pérdida del poder) signifique para ellos un revés, y no el exterminio o el colapso final.
Todo eso es verdad, pero hay un detalle: para plantearse eso como objetivo y estrategia el régimen tendría que hacer política, y para eso hace falta tenacidad y talento. En vez de ello la clase gobernante lo que tiene es prepotencia y flojera. Por eso en vez de hacer política prefiere reprimir. Esa es la razón por la que el régimen en vez de cumplir los compromisos contraídos en la Mesa de Diálogo prefiere destruir ese proceso con su incumplimiento y termina creando un “Comando Antigolpe”. Esa es la única explicación real: ineptitud y, en el fondo, flojera.
Radicalismo ciudadano y flojera dirigente
En el caso de la oposición, los motivos son distintos pero los resultados son similares: tras 17 años de agresiones, vejámenes y escarnio, hay mucha justa rabia contenida, mucho legítimo dolor acumulado. Aunque el deterioro del país ha afectado a todos los venezolanos, no todos han sentido la pérdida de la calidad de vida con la misma brusquedad: para los que siempre han sido pobres, se ha agravado lo ya conocido, pero para la clase media la pérdida de su capacidad de consumo, tanto de bienes culturales como de alimentos, es una ofensa de data más reciente, que genera una indignación fresca y vehemente. Por cierto, una parte de ese mismo sector social (es decir: una minoría de esa minoría), es la que tiene acceso más frecuente a los medios de comunicación convencionales y sobre todo a las redes sociales, por lo que su opinión pasa por ser la “opinión pública”.
Y esa “opinión pública” expresa a través de esos mecanismos su dolor, su justificada indignación, con honesto sentido de urgencia: son los que quieren “salir de esto ya, como sea”; los que desean “que pase de una vez lo que tenga que pasar, porque nada puede ser peor que esto”; los que sostienen que cualquier intento de construir una solución pacífica a este drama es “puro bla bla”, que se explica solo por la presunta “falta de bolas” de la dirigencia política. Cuando los resultados electorales y las encuestas revelan que una determinante mayoría del pueblo venezolano quiere una solución pacífica a la crisis e incluso que para lograr construir esa solución pacífica hay que dialogar, entonces parte de esos ciudadanos lanzan en twitter expresiones como estas: “Claro, por eso es que se merecen lo que tienen»; “por eso es que no vamos a salir nunca de esta vaina”; o, incluso, el ofensivo “este es un pueblo de cobardes”…
Una confrontación peligrosa
Ese sector de la población tiene un dolor y una rabia justas y legítimas. Pero para lograr un cambio en positivo y sostenible necesita sumarse a otros sectores de la población para ser mayoría amplia. Y es allí donde se hace necesaria la existencia de una dirigencia que haga politica de manera profesional y eficiente, una política que logre articular la radical indignación de los sectores medios con esa determinación serena (que algunos por desconocimiento confunden con resignación) de los mayoritarios sectores populares, para, con esa mayoría, construir una solución pacífica en vez de promover un desenlace “como sea”.
Si se hace el trabajo, si esa dirigencia hace política, con talento, con dirección colectiva, anteponiendo el bien común a los intereses individuales y a las agendas particulares, se obtienen victorias como la del 2015, lograda porque ganamos en Altamira y en Catia, en Guaparo y en Miguel Peña, en Puerto Ordaz y en San Félix, en la urbanización y en el barrio. Pero si se impone la flojera dirigencial, el legítimo sentido de urgencia de la clase media desesperada termina generando en sectores de la clase política opositora un radicalismo hueco y estridente, que fija plazos que no puede cumplir y decreta “soluciones” que no puede concretar, generando entusiasmos pasajeros que luego se transforman en decepciones duraderas.
Es de esa manera como la flojera de importantes sectores de la clase política, tanto gubernamental como opositora, puede llevarnos a una confrontación tan peligrosa como evitable. La alternativa es dar orientación política a la calle social hasta lograr desbloquear la ruta electoral con la movilización pacífica, para lograr así un gobierno de unidad nacional capaz de instrumentar un proyecto de reconstrucción nacional que sea respaldado no solo por los “radicales” de la oposición, sino por la determinante mayoría de la ciudadanía. Porque, por cierto, esa fue la promesa por la que votaron los venezolanos en 2015: ¡la Venezuela unida! ¡Pa’lante!
RADAR DE LOS BARRIOS / Jesus «Chuo» Torrealba