Los documentos del MBR 200 que, a los pocos días de la insurrección, comenzaron a circular, daban cuenta del claro sentido democrático y de liberación nacional que inspiraba a aquellos militares patriotas
Elías Jaua Milano
A finales de 1991 comenzó a correr, entre los núcleos revolucionarios ubicados en los barrios, en las fábricas, en los pasillos universitarios y de los liceos, la información sobre una insurrección militar en marcha.
Estas informaciones llegaban en el contexto de un crecimiento de los movimientos barriales, estudiantiles, de campesinos y trabajadores, que en la calles, desde mediados de los años 80, veníamos haciendo frente a las agravadas políticas de exclusión y represión del decadente Pacto de Punto Fijo.
Dichas políticas se volvieron especialmente cruentas, cuando después de la implementación del modelo neoliberal por parte del gobierno de Carlos Andrés Pérez, el pueblo respondió con la rebelión del 27 de febrero de 1989 y la reacción del sistema fue la brutal masacre de los días subsiguientes.
El movimiento popular de las barricadas, que lloraba a decenas de sus mártires, cargado de dolores, de heridos y perseguido brutalmente recibió la noticia de la inminente asonada militar, con una mezcla de incertidumbre y expectativa, solo teníamos información indirecta y poco confiable.
No hubo que esperar mucho para que se aclarara el panorama. A principios de 1992 llegó la madrugada luminosa de aquel 4 de febrero y cerca del mediodía el mensaje del líder del Movimiento Militar Bolivariano (MBR 200), comandante Hugo Chávez Frías, despejaba para nosotros cualquier duda acerca del carácter popular y revolucionario de aquella rebelión.
Los documentos del MBR 200 que, a los pocos días de la insurrección, comenzaron a circular, daban cuenta del claro sentido democrático y de liberación nacional que inspiraba a aquellos militares patriotas.
Los valores antiimperialistas y antioligárquicos de independencia, libertad, igualdad social, honestidad y democracia popular, sustentados ideológicamente en el pensamiento de Simón Rodríguez, Bolívar y Zamora, marcaban una clara diferencia con las corrientes militaristas que tanto sufrimiento han causado a nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños.
Esos planteamientos expresaban nuestros anhelos y nos convencieron a la mayoría de los militantes de base de la izquierda revolucionaria de entonces, a reconocer con humildad, sin pedir nada a cambio, el liderazgo bolivariano y socialista de Hugo Chávez. Tal como él lo expresa en el libro Mi primera vida, entrevista biográfica realizada por el buen amigo Ignacio Ramonet:
“Ese núcleo de verdad, en la mentalidad colectiva de la sociedad venezolana de los años 1992 a 1998, radicaba en el renacimiento de la esperanza. El pueblo volvía a reclamar su derecho a soñar y, más aún, su obligación de luchar por su sueño.
O sea, comenzó a existir en la imaginación colectiva el deseo de un nuevo país con más justicia, más igualdad y menos corrupción”.
Tiene razón el comandante en esa afirmación. El 4 de febrero expresaba y sigue expresando las mejores aspiraciones de nuestro pueblo y las banderas de lucha de generaciones de revolucionarios y revolucionarias, como él mismo lo reconoce en un discurso de 2004, en ocasión del XII aniversario de la rebelión:
“El 4 de febrero, fecha que recoge muchas fechas, recogió dos siglos, estaban allí recogidos muchos mártires, muchos sueños, muchas pasiones, muchos amores, muchos dolores. El cuatro de febrero recoge el amor de ese pueblo traicionado”.
Vaya mi reconocimiento, como parte de la generación de jóvenes revolucionarios de los 90, a la valentía de los hombres y mujeres que, convocados por liderazgo y por el pensamiento del comandante Chávez, dieron un paso al frente por nosotros el pueblo, por Venezuela.
De manera especial reivindico a quienes, tras 25 años de aquellos sucesos, siguen siendo auténticamente leales al espíritu de desprendimiento que demostraron aquel día y que de ninguna forma lo han traicionado, porque como lo expresó el comandante Chávez el 4 de febrero del año 2011:
“Así como hace poco decíamos que el Pacto de Punto Fijo traicionó al espíritu del 23 de enero, también tenemos que seguirlo diciendo: el espíritu del 4 de febrero no nació para ser traicionado”.
Nosotros debemos caminar hacia nuevas situaciones para seguir consolidando y expandiendo una patria soberana y una sociedad honesta, de trabajo productivo, de igualdad social, de protagonismo y democracia popular, una sociedad socialista.
Que, “por ahora y para siempre”, el espíritu del 4F se proyecte hacia el futuro, depende del trabajo, la lucha y la conciencia del pueblo sabio y libre de Venezuela. Se lo debemos a Chávez.