Artículos escritos para La Voz por los profesores de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Central de Venezuela. La responsabilidad de las opiniones emitidas en sus artículos y Notas Internacionales es de los autores y no comprometen a la institución.
Trump-manía
El nuevo presidente estadounidense abraza la insolencia de sus predecesores, exacerbando aún más el tono y tomando medidas más drásticas en corto tiempo, amparado en su identidad de outsider de la política
Héctor Constant Rosales
Luego de asumir el poder el pasado 20 de enero, el presidente Donald Trump acapara todos los titulares de la prensa internacional. Con un mundo acostumbrado al “soft power” estadounidense, las medidas tomadas por Trump son consideradas como insólitas, sin tomar en cuenta que estamos en presencia de un cambio de estilo, más que de un cambio de timón.
En efecto, desde que Estados Unidos (EE.UU.) desplaza a Gran Bretaña como exportadora de capitales primero y como potencia militar después, la hegemonía de ese país no ha dejado nunca de estar presente en sus relaciones exteriores. Bien lo atestigua el amargo historial de intervenciones directas o indirectas que ha tenido con América Latina y el Caribe en el último siglo. Más recientemente, las invasiones en Medio Oriente han sido catastróficas para las naciones víctimas, que han sufrido con similar encono tanto bajo administraciones demócratas como republicanas.
Ciertamente, las gestiones de los representantes del bipartidismo estadounidense guardan diferencias de forma. No es lo mismo la abierta arrogancia de los presidentes Reagan, Bush padre o Bush hijo en los ataques militares a Granada en 1983 o a Irak en 1990 y 2003 -inventando notables mentiras, como aquella que aseguró la existencia de armas de destrucción masiva bajo suelo iraquí-, que los recatados e inteligentes modales de los presidentes Clinton y Obama, construyendo el primer muro hacia México en 1994 o deportando cerca de 3 millones de indocumentados entre 2008 y 2016.
Como buen republicano, Trump abraza la insolencia de sus predecesores, exacerbando aún más el tono y tomando medidas más drásticas en corto tiempo, amparado en su identidad de outsider de la política. Pero mal podemos señalar que el señor Trump represente un “punto de inflexión” para el orden mundial o que su gestión represente el fin de la hegemonía estadounidense, anclada en el solo hecho de ser la primera potencia militar sin comparación del planeta.
Si bien las medidas antimigratorias de Trump son vergonzosas y despreciables, lo cierto es que responden a promesas pre-electorales, mediante las cuales logró captar la atención de un votante ávido de encontrar “chivos expiatorios” extranjeros como culpables del desempleo y la inseguridad. Pero buena parte de la crítica sin cuartel que anima a la prensa contra Trump tiene su causa en dos otras razones: la primera es la tensa relación que mantiene con los medios de comunicación y las élites tradicionales, a los que ha criticado abiertamente; y la segunda su cercanía con Rusia, pretendido enemigo potencial de occidente. De otra manera, no existiría esa especie de Trump-manía, cuando sabemos cómo la situación de los migrantes en EE.UU. o los ataques contra civiles en Irak o Afganistán por parte de EE.UU., tiene años empeorándose bajo la mirada silente de muchos analistas.
Trump representa la hegemonía hecha discurso y acción, una hegemonía sin maquillajes pero la misma hegemonía histórica del coloso norteño. Ojalá esta arrogancia suponga un despertar de los pueblos y una reacción global no solo contra Trump sino contra el sistema en general.
Nota internacional / Prudencia en la V Celac
Mirna Yonis / @mirnayonis
Los primeros días de Trump con la firma de actos/decretos y las muestras de diplomacia digital con el mandatario mexicano, fueron parte del contexto informativo en el cual se desarrolló la Cumbre de la Celac. La ausencia de varios líderes del continente generó una foto familiar en la que destacaban los mandatarios y primeros ministros de los países caribeños y del ALBA. Con la V edición concluyó el periodo rotativo de la Secretaría Pro témpore, pasando el testigo a El Salvador; y permitió despedir a Rafael Correa (Ecuador) y a Jocelerme Privert (Haití). En términos generales, el ritmo de la reunión fue de una prudencia supina. No hubo discursos provocativos con el nuevo inquilino de la Casa Blanca; se siguió el cronograma en el caso de las reuniones técnicas y de cancilleres, pero fue recargado por reiterativos discursos en la sesión de mandatarios y representantes. Solo destacarían dos casos: 1) los calificativos característicos al respaldar los temas de las relaciones Cuba-Estados Unidos (fin del bloqueo económico y devolución de la base de Guantánamo), demostrando el peso de la diplomacia cubana en estos espacios; y 2) los alegatos del mandatario venezolano sobre una conspiración desde Washington (no fue avalada por las delegaciones) y en su lugar la declaración final le da peso al diálogo y al cumplimiento de los compromisos adquiridos