En Venezuela, todavía, tenemos un amplio margen de posibilidad de entendimiento, entre otras razones, porque la gran mayoría de nuestro pueblo, independientemente, de sus preferencias políticas, quiere la paz
Diálogo o desventura. He allí el dilema. Tal como van los acontecimientos, en nuestro país, estamos frente a unos nubarrones que pudiesen convertirse en tempestades, dependiendo de si a quienes les corresponde tomar decisiones optan por la afirmación del diálogo como camino para despejar las evidentes diferencias o se inclinan, tozudamente, por el despeñadero del no diálogo, es decir, por el camino de la desventura.
Sin condiciones
En pocas palabras, o dialogamos o nos matamos, esta es la ecuación disyuntiva ante la cual nos encontramos los venezolanos. Para quienes se refocilan con la segunda incógnita de la ecuación hay que ponerles sobre aviso con los cercanos ejemplos de Guatemala, El Salvador y Colombia, donde llegaron al inevitable sendero del diálogo después de decenas de años de guerra y desolación y centenares de miles de muertos y refugiados, o con los más alejados en la distancia, pero más contemporáneos en el tiempo, como los trágicos casos de Libia y Siria, que hemos, de manera dramática, virtualmente presenciado según la narrativa de la plataforma cibernética informativa transnacional.
La experiencia de otros pueblos nos enseña que hay que concurrir al diálogo sin condiciones. Estas, las pautas, sobre las cuales se van a desarrollar las deliberaciones han de surgir del mismo proceso dialogante y no de un pre condicionamiento que de entrada obstruye cualquier posibilidad de acuerdo inicial.
En Venezuela, todavía, tenemos un amplio margen de posibilidad de entendimiento, entre otras razones, porque la gran mayoría de nuestro pueblo, independientemente, de sus preferencias políticas, quiere la paz, descarta la violencia, que es la consecuencia del no-diálogo, para dirimir las contradicciones.
Voz suprema
Por supuesto que hay diferencias, incluso, de carácter antagónico; están en disputa dos concepciones de la economía, de la política, de la historia, de la cultura, de las relaciones sociales, en fin, de la vida y del mundo, pero hay también espacios para canalizar las divergencias existentes, en los que resalta, en primer término, el respeto a la Constitución, que es el pacto social por excelencia, y la salida electoral, en la que el pueblo tiene la voz suprema, como dijo Séneca, el pensador latino: crede mihi, sacra populi lingua est («créeme, sagrada es la lengua del pueblo»).
Aparentemente, todos los sectores aceptan la idea del diálogo, aún cuando hay algunos factores políticos que han demostrado no tener interés en el mismo y, esto, es lo que cuenta; son los grupos radicales que bien por su noviciado político o por cálculos personales o grupales consideran que la solución es la violencia; importándoles muy poco las consecuencias que tal “solución” generaría: los eufemísticamente calificados como daños colaterales, que, por lo general, no padecen quienes los auspician, puesto que siempre están a buen resguardo. Este es el caso, por demás, notorio, a nivel mundial, de los yanquis, que promueven cuanto conflicto bélico hay en el mundo pero siempre bien lejos de sus fronteras, de manera que los daños colaterales los sufran otros pueblos.
Tres sectores
Si analizamos con cierto cuidado el caso venezolano, observamos que en el ámbito de la oposición se expresan, entre su dirigencia, tres sectores: los que son manifiestamente partidarios del diálogo, pero que no tienen la fuerza suficiente para implantarlo como estrategia colectiva; los oportunistas, tal vez, los de mayor cuantía, pero que por su dispersión e incoherencia actúan de manera ambivalente, con altibajos, temiéndole al chantaje del tercer sector, minoritario pero osado, rabiosamente anti diálogo y que sin tapujos plantea que “con un régimen como el actual, autoritario y dictatorial, no hay acuerdo que valga, sino lo que se impone es la presión de calle hasta salir del gobierno”, desconociendo o violentando la Constitución, como en su momento lo expresó el caro inquilino de Ramo Verde.
Frente a este sector calenturiento, de naturaleza filo fascista, que representa más nítidamente los intereses oligárquicos e imperialistas, con estrechos nexos con las fracciones más radicales de la derecha internacional, que le cuesta esconder sus costuras insurreccionales, hay que mantener una posición de alerta permanente para evitar que sus ímpetus violentos perturben las posibilidades de acuerdo institucional. Hay que hacer lo posible por encontrar la senda a través de la cual superar la coyuntura política presente en el país.
Reasumir el diálogo
Está claro que las fuerzas políticas afectas al gobierno bolivariano están en la disposición de reasumir el diálogo con la oposición, que nunca han obviado, con la mediación de Unasur, el Vaticano y los expresidentes Rodríguez Zapatero, Torrijos y Fernández. Destacados voceros bolivarianos se han pronunciado por la realización de elecciones este año (Gobernadores, Consejos Legislativos y Alcaldes y Concejales) y las presidenciales el año próximo de acuerdo a lo pautado en la CRBV y en base al cronograma indicado por el CNE; han manifestado que, junto con las tareas que les compete emprender en aras de enfrentar la guerra económica a la que está sometido el pueblo venezolano, están preparados para acometer los retos electorales que constitucionalmente corresponde.
Disyuntiva opositora
De tal forma que, realmente, la disyuntiva la tiene la oposición, expresada en la MUD, que, producto de los grandes errores políticos cometidos el año pasado, más la ausencia en su seno de un liderazgo inteligente que la dotara de la unidad de propósitos y coherencia necesaria, ahora se encuentra sumergida en una crisis orgánica y funcional, cuya superación, desde nuestro punto de vista, pasa por aislar o minimizar a los grupos insurrectos que se mueven en su seno y atizados desde Miami y Bogotá. En concreto: o la oposición controla a sus locos calenturientos y asume el diálogo con la responsabilidad que amerita o se precipita la espita de la violencia con toda su carga de desventura para el país.
NOTAS PARALELAS / Miguel Ugas