A las 5:00 pm ya anda corriendo, apurando las cosas, recogiendo su oficina, para salir en punto de las 5:30 pm, para que no lo agarre la noche en la calle
7:00 am
Eutanasio, hombre humilde, lector voraz, se pregunta todos los días si esos voceros del gobierno, que todos los días salen por los medios de comunicación, serían capaces de pasar un día bebiendo agua, aguantando hambre, echándole bolas a la vida, esperando que llegue la noche para comer algo, acaso una arepa.
«La vida está dura», le dice Eutanasio a su compañero de trabajo, en su trabajo de toda la vida. «Yo no veo a ninguno de esos tipos aguantándose como yo para comer algo en la noche, pasando todo un día sin comer», agregó. «¿Tú crees que el Presidente aguantaría días de hambre como yo?», se preguntó. Y su amigo, con cara de solemnidad, solo movió su cabeza en señal de negativa.
Eutanasio se levanta temprano, se bebe un vaso de agua y se va a la calle; ni soñar con llevar almuerzo para comer algo al mediodía. Lo único que lleva a su trabajo es su orgullo y su responsabilidad, sus ganas de vivir, sus ganas de progresar, sus deseos de que los suyos puedan comer algo en base a su esfuerzo.
En la noche llega y su mujer le alcanza un plato con una arepa de masa de maíz pilado comprado en la calle, porque ya ni se acuerdan de qué color es el empaque de la Harina Pan. A veces le toca arepa con lengua, pero de vez en cuando una mortadela le da sabor a su vida.
Cuando le toca la hora de descansar enciende la televisión y vuelve a ver a los políticos, la mayoría de ellos regordetes, hablando como si aquí no estuviera pasando nada. «Claro, porque ellos no tienen problemas para conseguir comida; nosotros sí», le dijo a su mujer, ya con el sueño en puertas».
12:00 m
Denis hace su vida a diario entre Guarenas y Guatire, advirtiendo lo duro que está la cosa, luchando para sobrevivir. Y no ve buenas señales. En estos días entró a una carnicería que queda en la avenida Bermúdez de Guatire para comprar dos bolívares de carne, que es lo que puede, y observó que los estantes donde tenían otros productos ya no están allí, no hay nada; caminó hacia los centros comerciales y observó que la floristería que quedaba en la entrada de la población (al lado de la licorería) está cerrada; siguió avanzando, y la ferretería que quedaba frente al cyber del Centro Comercial Castillejo bajó su santamaría definitivamente, y el cyber ya no es lo que era antes, cada vez tiene menos espacio, menos computadoras, menos productos. De allí se fue al Centro Comercial Buenaventura, y no solo notó que cerró la oficina principal de servicio técnico de Movistar, sino también un agente autorizado de la misma empresa a la entrada del mall, así como una tienda de ropa en el Centro Comercial Vista Place. «¿Qué está pasando en este país», se preguntó. «¿Y qué le pasó a la gente que trabajaba ahí?»
2:00 pm
Juanito, que tiene un trabajo más o menos, hace algunos esfuerzos para que su mujer y su hijo puedan comer decentemente. Y, por lo menos, todos los días.
Mientras lucha por alcanzar una bolsa de las que promete el gobierno -y que nunca llegan- y da pelea por algunos de esos productos que de vez en cuando llegan al barrio a través de los consejos comunales, se lanza a la calle a buscar uno que otro producto que le falte, muy necesario, aunque sea entre los bachaqueros.
«¿En cuánto tienes esa harina»?, le preguntó a un sujeto echado en una silla reclinable en la entrada del Centro Comercial Miranda, en Guarenas, una tarde de estas. «Cuatro mil quinientos, mi pana», le espetó el tipejo. «¿Te puedo pagar con tarjeta de débito?», le preguntó. «Sí, pero si te pasamos la tarjeta te cobramos 15 % más».
Juanito no lo podía creer. No solo era que aquel tipo le estaba vendiendo a Bs.4.500 un producto que marca Bs.635 en el empaque, sino que además lo quería pechar por usar su tarjeta de débito. «¿Y las autoridades de este país dónde están?», se preguntó. «Esto sí es una guerra económica, pero contra uno el pobre», se quejó.
Al final, Juanito buscó el efectivo y compró la harina. Se sintió estafado, burlado, atracado sin armamento a la vista; haciendo negocios con delincuentes para comer.
5:00 pm
Manuel Alejandro sale todos los días a las 5:30 pm de su trabajo, ya cuando la noche se acerca.
A las 5:00 pm ya anda corriendo, apurando las cosas, recogiendo su oficina, para salir en punto de las 5:30 pm, para que no lo agarre la noche en la calle.
Cuando va a subir a una unidad de transporte le ve la cara a todo el mundo, buscando sospechosos, rezándole a Dios para que no le pase nada. «Subirse a un transporte es una lotería, uno no sabe si ese día lo roban a uno, lo desnudan o lo matan, así de simple», le dijo a su esposa Marisabel una noche de estas. «Tantas cosas que pasan en la calle, uno anda asustado, predispuesto a todo, sin saber quién va a saltar a un lado de uno para atracar, robar, a la gente», agregó
Edward Sarmiento / @edward42r