El que no considera oportuno ostentar abiertamente su nombre político no posee el coraje necesario para defender abiertamente sus ideas, ya que el nombre no es algo accidental sino la condensación de las ideas
«Se nos viene con sus trazas de inadaptado y diferente, lúcido y estrafalario, alucinado y santón, filósofo idealista, preavisado y avisador, desavenido y alterador, discordante y concordante, insólito y ordenado, reiterador de preguntas completas, desolado pastor a contracorrientes, inventor discrepante y planificador para pasado mañana. Los que dejaron testimonio de su trato nos lo devuelven como personaje de fábula, fábula molesta, irritante, inconveniente, conocimientos, pero de carácter excéntricos; no solamente instruido, sino sabio».
Es una vieja experiencia que el que no considera oportuno ostentar abiertamente su nombre político no posee el coraje necesario para defender abiertamente sus ideas, ya que el nombre no es algo accidental sino la condensación de las ideas. Por eso Marx y Engels se llamaban comunistas y nunca les gustó el nombre de socialdemócratas: por eso Lenin abandonó la camisa sucia de la socialdemocracia y adoptó el nombre de Partido Comunista para su organización, por ser más intransigente y militante. Ahora, nuevamente tenemos que tirar los nombres que han sido prostituidos y elegir uno nuevo. No tenemos que buscarlo adaptándonos a los prejuicios de las masas sino, por el contrario, tenemos que oponernos a estos prejuicios con un nombre adaptado a las nuevas tareas históricas.
Un nombre anodino pasa inadvertido, y esto es lo peor en política, especialmente para los revolucionarios. La atmósfera política está ahora extremadamente confusa. En una reunión política, cuando todos hablan y nadie escucha a los demás, el presidente pone orden dando un fuerte golpe sobre el escritorio. El nombre del partido tendría que resonar como ese golpe. La clase oprimida que no trata de aprender a utilizar las armas ni trata de conseguirlas merece que no se la trate mejor que a un esclavo.
Hitler hablaba de «la nación», «la raza», la unidad de la «sangre». En realidad, su objetivo es ampliar la base militar de Alemania antes de entablar una lucha abierta por la posesión de las colonias. Aquí la bandera nacional es solo la hoja de parra del imperialismo.
Los jacobinos fueron la fracción política más radical de la Gran Revolución Francesa. Dominaron la política francesa desde el derrocamiento de la Gironda en 1791 hasta el Termidor de 1794, cuando fueron derrotados por el ala reaccionaria de la Revolución, que sin embargo no llegó a restaurar el régimen feudal.
El principio de la «democracia» juega un rol similar en el bando opositor. Sirve a los imperialistas para ocultar sus conquistas, violaciones, robos y prepararse para otros nuevos. Democracia significa que todas las naciones tienen derecho a la autodeterminación. Sin embargo, atendiendo a los objetivos estratégicos de la Entente imperialista triunfante, para garantizar la paz entre los pueblos tenemos que derribar al imperialismo en todo el mundo.
En el socialismo, la tendencia intermedia, y tal vez la más extendida, fue el llamado centro (Kautski et al). En tiempos de paz vacilaban entre el reformismo y el marxismo; mientras continuaban ocultándose tras amplias frases pacifistas, se convirtieron casi sin excepción en cautivos del social-chovinismo. En esa eventualidad sobre vendrá una aterrorizante descomposición del capitalismo, que hará retroceder muchas décadas a todos los pueblos de nuestra América. Por supuesto, si se impone esta perspectiva de pasividad, capitulación, derrotas y decadencia, los pueblos oprimidos y todos los pueblos se verán obligados a subir nuevamente, desandando sobre sus manos y sus rodillas, con sangre y sudor, el camino histórico que ya una vez y otras recorrieron.
Hegel solía decir que todo lo racional es recto. Esto quiere decir que toda idea que se corresponde con las necesidades del desarrollo objetivo logra triunfar.
Manuel Taibo
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