Tom en la granja

 

Se acerca el final del Festival de Jóvenes Directores Trasnocho

La homofobia existe y arruina la existencia a los humanos, ya que, según escribe el crítico Carlos Boyero, existen pavorosos datos de cómo en múltiples países, subdesarrollados o no, nacer o crecer con la legítima opción de desear y enamorarse de la gente de tu propio sexo, supone que te humillen, marginen, acorralen, lapiden, castren, exorcicen o arranquen la cabeza. “Porque, según los heterosexuales más bestias, o las leyes de los dioses, o la moral que conviene a los paridos como Dios y la naturaleza mandan, la homosexualidad, además de una aberración es un imperdonable delito. Si nacer o desarrollarse en posesión de esa condición sexual en gran parte de la Tierra puede suponer un problema social o psicológico, todo se reduce a justificarlo con una antipatía o un odio que justifica todo lo demás”, o sea la homofobia.

En Venezuela tambien existe la homofobia, pero su teatro, por voluntad de sus artistas y de sus espectadores, entró en la lucha mundial contra ella y lo hizo con las obras Los ángeles terribles (1967) y El pez que fuma (1968) de Román Chalbaud y La revolución (1971) y La máxima felicidad (1975) de Isaac Chocrón. Pero es hacia los años 90, cuando Elio Palencia, Marco Purroy, Johnny Gavlovski y David Osorio Lovera coincidieron llevar a escena como elementos dramáticos de sus piezas a homosexuales infectados por el Síndrome de la Inmunodeficiencia Adquirida (Sida). En síntesis, se fijaron en esa tema del Sida, lo estudiaron y optaron por escribir sus textos: Anatomía de un viaje, Habitación independiente para un hombre solo, Hombre y El último brunch de la década.

Añadieron a la larga lista de personajes venezolanos, a homosexuales, bisexuales o heterosexuales infectados por el Sida y eso era precisamente una novedad en el teatro criollo, para no citar al de otros países. Esas piezas, junto a Síndrome (1987) de Amado Naspe, son las primeras que se mostraron en Caracas. Esa lista prosiguió aumentando: Palencia estrenó en 1997 Arráncame la vida y en 2010 se agregó el trabajo de Julio Bouley y José Luis Pérez: Vamos a imaginar que nos estamos tomando un café treinta años después/ Testimonio teatral en 7 tiempos. Y paremos de contar.

Mentir antes de amar

Y recordamos esta minihistoria criolla sobre la homofobia y el Sida en el teatro, porque, precisamente, el Tercer Festival de Directores Trasnocho entró en la recta final para su culminación, después de haber presentado tres piezas que tocan esos temas, como ocurre en el recientemente estrenado espectáculo Tom en la granja, de Michel Marc Bouchard (Quebec, Canadá, 2 de febrero de 1958), cuyo director, Carlos Fabián Medina (24 años), escogió ese texto para darle un nuevo enfoque a la temática y presentarla a manera de lección, contando con la excelente colaboración de los actores Gabriel Agüero, Elvis Chaveinte, Haydée Faverola y Sahara Álvarez, y lo presentará hasta el domingo 19 de febrero, en Espacio Plural del Trasnocho Cultural.

Tom en la granja (2011) es la cruel y amarga historia de Tom, joven publicista de una capital , que viaja al pueblo de su difunto novio para asistir al funeral y conocer a su familia política o sanguínea, perfectos extraños para él. A su llegada a la remota granja, descubre con horror el legado de engaños y mentiras que tras de sí dejó su compañero. El novio amado legó una maraña de mentiras y falsas verdades que, de acuerdo con sus propios diarios de adolescencia, fueron esenciales para su supervivencia. Ahí conoce a la madre Ágatha y al hermano Francis, sin saber que nadie sabía de su existencia ni de la homosexualidad de su difunto, porque, como lo explica el dramaturgo, los homosexuales aprenden a mentir antes de aprender a amar, ya que no pueden revelar a todo el mundo lo que hacen, porque la homofobia está ahí, cual siniestra espada de Damocles que lo despedaza todo.

Sadomasoquismo

Una cosa es contarlo aquí, pero otra es ver la entrega “sadomasoquista” que materializan Agüero y Chaveinte con sus personajes de Tom y Francis, seres desvalidos que deben acompañarse y bailar hasta un tango para purgar   traumas y frustraciones en medio de una sociedad que no permite esas liviandades que conspiran contra pautas sociales y normas religiosas. Es estrujante verlos, tratando de darse afectos cuando lo que quieren es devorarse cual bestias irracionales, como finaliza toda esa visita inesperada. Medina, con su montaje, cuya duración alcanza 90 minutos intensos, logra sensibilizar al espectador a partir de la exposición de los miedos de cada personaje. «Mi idea es ir más allá de lo que se puede ver. Que en cada diálogo, momento concreto, y en cada silencio entre los personajes, los que vean la obra conozcan a fondo las psiques de cada hombre, que se sepa el verdadero sufrimiento de un individuo que es su mismo juez. Eso duele. Pero duele más cuando sabemos que a nadie le importa el dolor del otro. El ego va primero», dice. Que un venezolano de 24 años haya seleccionado este texto y lo haya convertido en un estremecedor y correcto montaje por el virtuosismo de sus intérpretes, demuestra que las nuevas generaciones de artistas y espectadores están claras de lo que son y lo que les tocará vivir y soportar o combatir. Y que todo aquello que comenzó en los años 70 no se ha perdido, ha penetrado y que en la cultura del venezolano la homofobia está presente y la combate día a día, porque es fatal para la libertad, don preciado no solo para los venezolanos sino para la humanidad entera.

E.A. moreno-Uribe

@eamorenouribe/emorenouribe@gmail.com/

elespectgadorvenezolano.blogspot.com

 

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