Quien “está en el lugar que no debe, haciendo lo que no sabe y poniendo en entredicho el nombre del país” es Nicolás Maduro
Está en el lugar que no debe, haciendo lo que no sabe, poniendo en entredicho el nombre del país… ¿Quién es? ¡No! No es Adrián Solano, “esquiador mundialista” y militante madurista de reciente y lamentable actuación en el Campeonato Mundial de Esquí Lahti 2017, competencia de nivel olímpico organizada por la Federación Internacional de Esquí (FIE), en Finlandia. Ese desastre particular es consecuencia del desastre nacional, y quien quiera encontrar mayores detalles sobre ese gélido bochorno, puede buscar investigaciones periodísticas serias como las hechas por los portales Caraota Digital (http://www.caraotadigital.net/nacionales/la-oscura-historia-detras-del-esquiador-adrian-solano/) o Runrunes (http://runrun.es/nacional/298836/adrian-solano-o-la-improvisacion-como-carta-de-presentacion-de-un-pais.html). El que sepa leer entre líneas encontrará allí mucho más que lo que se escribió.
Quien “está en el lugar que no debe, haciendo lo que no sabe y poniendo en entredicho el nombre del país” es Nicolás Maduro. Esa es la respuesta correcta a la pregunta. Maduro está en el lugar de alguien que -de acuerdo a la Constitución- debe velar por los intereses de los venezolanos, no de los cubanos de la nomenklatura castrista. Y esta allí para gobernar, cosa que no sabe ni le interesa aprender, pues lo que hace desde esa posición es generar constantemente ingobernabilidad. Y pone en entredicho el nombre del país a veces asociándolo a circunstancias que de tan ridículas parecen jocosas, como la de Solano en Finlandia, o con otras tan trágicas y luctuosas como la presunta vinculación del gobierno venezolano con el origen de la línea aérea Lamia, de dolorosa memoria vinculada a la tragedia que acabó con la vida de 71 personas, entre ellas los integrantes de todo un equipo de futbol, el Chapecoense de Brasil.
Si los efectos de estas historias de improvisación, asociadas de diversas maneras al chavo-madurismo como forma de gobierno y aun como manera de encarar la vida, han llegado a generar efectos en lugares tan distantes como Cerro Gordo en Colombia o Lahti en Finlandia, cualquiera puede imaginar el devastador impacto que esta anticultura y éstas prácticas tienen en la propia Venezuela. Pasada la borrachera de los altos precios del petróleo, que le daban al régimen capacidad para disimular internamente su ineficacia y corrupción y también para proyectar una “petrodiplomacia” que en el exterior comprara indulgencias, el país y el mundo descubre bruscamente la manera salvaje como “el proceso” ha venido destruyendo a Venezuela, el país que hace 25 años era vanguardia de la modernidad en América Latina y refugio democrático para todos los que en la región huían de las dictaduras y de las penurias económicas, hoy convertido en Estado fallido… y en reino del hambre.
Si, del hambre. No se trata ya de discursos políticos o de disquisiciones supuestamente técnicas (¿recuerdan aquellas peroratas interminables en las que desde el poder se pretendía convencernos de que algo llamado el Índice de Gini revelaba que “Venezuela era el país con mejor distribución del ingreso en América Latina”?). Se trata de la realidad, de la vida: en Venezuela hay hambre. Hay hambre en los barrios… ¡Y también en las urbanizaciones! Hay hambre en las “invasiones” recientes y en los barrios consolidados. Hay hambre en los bien construidos urbanismos de vivienda social levantados entre los años 60 y los 90 por los obreros, técnicos, arquitectos e ingenieros venezolanos del Banco Obrero y del Inavi, como Caricuao o Casalta, y también la hay en los ya agrietados desarrollos de la Gran Misión Vivienda Venezuela, construidos en fecha reciente no se sabe por quién (porque nadie conoce ni contratos ni montos de esas negociaciones), como Santa Rosa o Ciudad Caribia. Hay hambre en todas partes. Y rabia también…
El hambre encontró al fin investigadores objetivos que se atrevieran a reflejarla en indicadores no maquillados: la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), realizada por la Universidad Católica Andrés Bello, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Simón Bolívar, transforma en realidad estadística la verdad que el pueblo venezolano padece y que los números oficiales pretenden ignorar o falsear: 75 % de la muestra encuestada refirió pérdida de peso no controlado, o sea, perdió peso sin querer en un promedio de 8 kilos y medio, y en el caso de los más pobres eso llega a más de 9 kilos (esta tragedia es lo que el régimen intentó convertir en chiste procaz al decir “la dieta de Maduro te pone duro…”). También revela la Encovi que hay 9,6 millones de venezolanos que come dos o menos comidas al día, y que esas “comidas” generalmente no contemplan la presencia de proteínas en sus platos; a 93,3 % de los venezolanos el dinero no les alcanza para comprar comida… La investigación registra al menos una “victoria” para el régimen de Maduro: le ganó la competencia a Haití. Oficialmente, ya somos el país más pobre de América Latina.
“La lengua es castigo del cuerpo”, reza el viejo refrán. En efecto, cuando Chávez llegó al poder, allá por 1999, afirmó que en Venezuela había entonces 80 % de pobreza. Mentía, y lo hacía a conciencia. Él sabía, por tener ya en su poder los datos oficiales del Sistema Estadístico Nacional, que en ese tiempo era operado y dirigido profesionalmente por técnicos solventes, que la pobreza relativa en Venezuela estaba por el orden del 45 % y, dentro de ella, la pobreza extrema rondaba el 13 %. Venezuela llega a superar el 80 % de pobreza es precisamente ahora, 18 años y un millón de millones de dólares después, tras 14 años de desgobierno de Chávez y 4 años de desastre absoluto de “su hijo” Maduro. Es ahora, revela la Encovi, cuando el país presenta 82 % de pobreza relativa y, dentro de ella, 52 % de pobreza extrema (caso único en el mundo en el cual la pobreza extrema supera, casi duplica, la pobreza moderada o relativa). Es ahora cuando la realidad supera las peores exageraciones y mentiras utilizadas en los años 90 por el chavismo y sus aliados mediáticos de entonces para llegar al poder.
Otra de las mentiras de entonces superada por las terribles realidades de ahora es aquella leyenda urbana difundida por el régimen según la cual “en la Cuarta República los pobres comían Perrarina”. Decir eso siempre fue falso, pues un kilogramo de alimento concentrado para mascotas siempre fue más costoso que un kilogramo de arroz para consumo humano, por ejemplo. Quien hacía esa afirmación o nunca había tenido perro o nunca había hecho mercado, o probablemente nunca había hecho ninguna de estas dos cosas, pues ambas conductas implican asumir una responsabilidad y este es un régimen alérgico a ello. Pero lo que si es innegable ahora, porque existe suficiente evidencia testimonial y gráfica sobre esa cruel realidad, es que los pobres y los empobrecidos en la Venezuela desgobernada por Maduro no están “comiendo perrarina”… ¡Sino comiendo perros!
En efecto, Maduro reinventó el “hot dog”. Ya no se trata del bocadillo universal, salchicha, pan y salsas. Ahora es literalmente perro caliente, hervido o asado, desollado en las calles, convertido por los más pobres en doloroso sustituto del inalcanzable pollo o de la ya casi olvidada carne de res. A estos extremos de abyección hemos llegado en la Venezuela desgobernada por Maduro y su claque. Este es el “vivir viendo” que nos ofrecían. Esta es la miseria que hay que derrotar, y esos son sus responsables. ¡Pa’lante!
COLUMNA RADAR DE LOS BARRIOS»