Fue un incendiario, violador, asesino y ladrón de casas. No hubo delito que no cometiera y se dice que mató a 100 personas o más, sin discriminar entre niños y adultos, además de haberlos violado a todos. A sus 14 años ya era uno de los más peligrosos criminales de Estados Unidos
Medía un metro ochenta y pesaba 100 kilos. La mandíbula era fuerte y se le notaba una marcada calvicie. Tenía una enorme ancla tatuada en el antebrazo izquierdo y en el derecho lucía otra, pero adornada con un águila y la cabeza de un chino. La amplitud de su pecho impresionaba y en el centro del mismo tenía otro tatuaje de dos águilas con las palabras “Libertad y justicia”. Se llamaba Carl Panzram y realmente daba miedo.
La mañana del 5 de setiembre de 1930 hacía mucho frío en la prisión federal de Fort Leavenworth, en Kansas, Estados Unidos. Doce guardias se encargaron de sacar de su celda a Carl Panzram para llevarlo hasta la horca. Toda la noche había estado cantando un estribillo pornográfico que él mismo había inventado: “¡Malditos sean. Maldita sea mi madre que me parió y maldita sea toda la raza humana!”
Caminó con energía. Tenía los dientes apretados y la mirada desafiante. Subió los 13 escalones hacia la horca y se paró de golpe. Cuando dos guardias se acercaron para ponerle la capucha negra, los escupió a ambos en la cara y le dijo a su verdugo: “¡Apúrate, bastardo. Yo en tu lugar ya hubiese matado a diez!”
Las puertas de la trampa se abrieron de golpe y Panzram cayó. Nadie habló por unos minutos, mientras el cuerpo de quien había sido el peor criminal que haya existido jamás se balanceaba de un lado a otro. Poco después, lo revisó un médico y lo dio por muerto. Nadie reclamó el cuerpo, así que lo enterraron en el cementerio de la prisión. Su tumba quedó identificada con el número que tenía como presidiario: 31614.
El peor criminal
Charles Panzram nació el 28 de junio de 1891 en Minnesota, hijo de inmigrantes de Prusia. Creció en la granja de su familia y la gente que le conocía hablaba de él como un alcohólico que frecuentemente tenía problemas con la policía, normalmente por robos y hurtos.
Panzram fue especialmente conocido por sus crímenes despiadados y sobre todo por su costumbre de violar a sus víctimas, tanto hombres como mujeres. Esto no se entiende como una conducta homosexual, sino como una forma de humillar y someter a sus víctimas.
En 1903, Carl, con 12 años, irrumpió en una casa para robar y fue descubierto. Recibió una cruel paliza de uno de sus hermanos mayores y fue recluido en el Minnesota State Trainin School, una institución reformatoria en la cual la vida no resultaba nada fácil.
Los abusos comenzaron nada más al entrar, cuando un oficial le hizo desnudarse y le toqueteó sin miramientos.
Al poco tiempo de estar allí, prendió fuego a un salón del reformatorio y lo vio arder con satisfacción. No se supo qué había sido él y dos años después consiguió hacer creer a los miembros del comité de libertad que se había reformado y fue devuelto a su familia. Pero no tardó en cansarse de la vida en la granja y comenzó a detestar a su madre.
Harto y asqueado, se subió a un tren y partió hacia lo desconocido. Durante su viaje, fue violado y golpeado por unos vagabundos, lo que hizo que su rencor hacia la humanidad aumentara hasta límites insospechados. Los siguientes meses fueron una sucesión de robos, incendios, asaltos y violaciones.
Los chicos más jóvenes eran sus principales víctimas, hasta que fue detenido y encarcelado de nuevo en un reformatorio. A la mínima oportunidad que tuvo, mató a un celador y escapó. Al huir, continuó con su campaña de crímenes, con los muchachos y las iglesias como principales focos de su atención.
En 1907 decidió alistarse en el ejército, aunque solo consiguió permanecer en él durante un mes. Ese periodo de tiempo le valió para ser expulsado con deshonor y condenado a trabajos forzados durante tres años. Llevaba una bola de acero de 25 kilos atada en su tobillo derecho y picaba piedras durante diez horas al día.
Al cumplir la condena, vivió durante unos años en las calles, asesinando, violando y asaltando a los incautos que se pusieron a su alcance. Salió en marzo de 1915 y en junio volvió a estar encerrado, esta vez en Oregon. De allí salió en 1917, aunque no tardó en ser detenido de nuevo.
En 1918 escapó en medio de un tiroteo y se refugió en un tren que le llevó hasta la costa del Atlántico. En Connecticut continuó aumentando su número de violaciones, asesinatos y robos, así que, huyendo de las autoridades, buscó refugio en un carguero que le llevó hasta Angola, donde trabajó para una empresa petrolera, pero sus incesantes crímenes terminaron por hacerle huir de nuevo a Estados Unidos.
En 1922 continuó con sus fechorías. Varios niños murieron a manos de Panzram, que continuaba su terrible viaje por la Costa Este Americana. Tras ser detenido por enésima vez, decide confesar todos sus crímenes. Era el año 1923 y la cuenta de víctimas superaba ya el centenar.
En prisión se hizo respetar por el resto de internos y nadie le molestaba. Intentó escapar de nuevo, pero fracasó y luego fue condenado a muerte en la horca. Su amistad con un oficial de la prisión le hizo escribir una confesión de 20 mil palabras en la que relató, con detalles, todos sus crímenes.
Ni en la cárcel
En prisión, Carl Panzram se hizo respetar por el resto de internos. Nadie le molestaba y nadie se atrevía a cruzarse en su camino. El único que lo intentó acabó muerto. Fue Robert Warnke, su supervisor en la lavandería, donde lo habían designado. Lo asesinó con una barra de hierro y salió caminando tranquilo, hasta que llegó a su celda y se sentó a esperar. Por este último homicidio lo enviaron a la horca. Tenía 39 años.
Edda Pujadas