Si los seres humanos comprendiéramos en toda su magnitud el significado del sacrificio de Jesucristo, nuestra reacción ante esa realidad no sería tan superficial e indiferente como lo es, cuando no lo conocemos ni lo hemos recibido como nuestro Señor y Salvador personal.
La Biblia dice en Isaías 53:4-7: “Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Más Él herido fue por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre Él y por su llaga fuimos curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino, más Jehová cargó en Él, el pecado de todos nosotros. Angustiado Él y afligido, no abrió su boca, como cordero fue llevado al matadero y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca”.
Al leer este texto, que 700 años antes de Cristo escribió el profeta Isaías por inspiración del Espíritu Santo describiendo la horrible muerte que sufriría el Hijo de Dios, por ti y por mí, para salvarnos, lo menos que debemos hacer es darle las gracias por ese amor inmerecido.
“Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro”, capítulo 6, versículo 23 de la epístola de los Romanos.
“Nosotros le amamos a él, porque Él nos amó primero”, capítulo 4, versículo 10 de la Primera Epístola de Juan.
No recordemos este sacrificio sólo en Semana Santa, sino que cada día de nuestra vida esté presente que Jesucristo sufrió el castigo que nos correspondía a cada uno de nosotros por nuestros pecados.
El cristianismo no es una religión, es entregar nuestra vida a Jesucristo y aceptarlo como nuestro Señor y Salvador.
Dios te bendiga y te guarde. Hasta el próximo encuentro con La Palabra de Dios.
Lic. Beatriz Martínez (CNP 988)
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