No se extinguirá la protesta ni con miedo, ni con represión, ni con gritos ni con órdenes. Todo esto la alimenta, porque lejos de ser un capricho, es la legítima expresión de las necesidades no satisfechas y de los derechos negados
En mucho se ha comparado desde hace rato la situación de Venezuela con una olla de presión, en cuanto al hecho de toda la tensión que se viene acumulando sin válvula de escape alguna.
Y ese símil parece que está encontrando su plena justificación en estos días, cuando la ciudadanía se ha volcado a protestar en contra de las incontables penurias que padece.
Sin embargo, la reacción de quienes hoy gobiernan, muy lejos de ser la de escuchar las demandas de la gente, ha sido exactamente la contraria: reprimir a los manifestantes.
Nos preguntamos: ¿hacia dónde vamos si seguimos viviendo esta situación?
Porque los venezolanos, efectivamente, vivimos literalmente en una olla de presión desde hace tiempo: la presión inflacionaria, la de la cada vez menor oferta de alimentos, la de los insólitos precios que alcanzan los que se consiguen, el viacrucis de recorrer infructuosamente farmacias buscando el medicamento para algún familiar, el acecho del hampa sin castigo que se lleva numerosas vidas casa día.
Y sí, había una válvula de escape a toda esta presión, como en las ya mencionadas ollas: contarnos. Recordemos que el año pasado nos tocaba el derecho a un referendo revocatorio, para cuya cita se movilizaron las fuerzas democráticas nacionales; pero que fue negado por las autoridades competentes, a fuerza de excusas endebles que a nadie convencieron.
También tenemos pendientes las correspondientes elecciones regionales, las cuales se han postergado con el insólito pretexto de la crisis. Una crisis que provocaron ellos mismos con su nefasta administración y que solamente se puede resolver permitiendo a los venezolanos reemplazar mediante el voto popular a las autoridades que no han sabido hacer su trabajo.
Pero, tras la avasallante victoria de la democracia en las más recientes elecciones parlamentarias, el miedo ha cundido en el oficialismo y han venido las excusas para no volver a medirse.
Mucho más allá de eso, factores afines a la ideología roja, están buscando la manera de confiscar las funciones legítimas del parlamento nacional, con el fin de anular el contrapeso que este debe ser por derecho y por mandato de la ciudadanía.
Y es allí donde la gente levantó su voz. No es ya solamente que el dinero no alcance, que no haya insumos para atender la salud o que la delincuencia sea un azote. No es simplemente el hecho de correr la arruga electoral: es pretender anular la única voz legítimamente electa con la que contamos los venezolanos.
Lo menos que se podía esperar era que la gente se lanzara a las calles. Y se lanzara indignada. Con la ira de las frustraciones acumuladas, de las necesidades postergadas, de los derechos atropellados y confiscados.
Pero ni siquiera esa expresión legítima es permitida. La represión por parte de las fuerzas del orden público ha sido tan desproporcionada como condenable.
Los ojos del mundo pueden verlo a través del valiente trabajo reporteril, ahora asistido por los dispositivos móviles y las plataformas sociales de todos los ciudadanos, que han documentado en fotos y videos numerosos excesos policiales que no pueden ser casualidad.
Olvidan quienes hoy administran a Venezuela, que esa gente que está siendo atropellada por gritar su descontento, es la misma a quien le deben cuentas.
Parecen no tener idea de qué es la democracia y parecen también creer que el poder es su propiedad y no una encomienda entregada por los venezolanos a través del voto, sobre cuya administración tenemos derecho a exigir cuentas.
La realidad es que lo han hecho muy mal y que como empleadores de tan malos funcionarios tenemos derecho a despedirlos por las vías democráticas. Pero ellos no lo quieren aceptar. Aumenta la presión. Y la represión.
La gente se sigue citando en las calles. Los gobiernos del mundo se siguen pronunciando ante la alarmante situación nacional. Y la razón cada vez está menos del lado de la tolda gobiernera.
No se extinguirá la protesta ni con miedo, ni con represión, ni con gritos ni con órdenes. Todo esto la alimenta, porque lejos de ser un capricho, es la legítima expresión de las necesidades no satisfechas y de los derechos negados. Los poderosos juegan hoy en su propia contra, porque no saben qué más hacer.
El brutal y documentado trato a los manifestantes agrega más presión a la olla, que no tiene válvula. Que no tiene ni referendo, ni elecciones y ya ni siquiera protesta. ¿A qué están jugando quienes gobiernan? ¿Miden, aunque sea remotamente, el tamaño de la tragedia nacional que están provocando? ¿Hasta dónde puede llegar la irresponsabilidad de estos empleados del pueblo?
El gobierno ha enviado un mensaje muy claro: no está dispuesto a escuchar ni a dialogar. Creen que siempre tienen la razón y si no logran imponerla, avasallan a quien pretenda reclamar.
«Tras la avasallante victoria de la democracia en las más recientes elecciones parlamentarias, el miedo ha cundido en el oficialismo y han venido las excusas para no volver a medirse…»