La mayoría de las organizaciones de oposición ha decidido adoptar una ruta diferente y se ha escogido el camino del derrocamiento en 2017 del Gobierno
Una parte de los problemas por los que atraviesa el país tiene que ver con errores cometidos por el propio Gobierno.
En lo económico pesan decisiones macroeconómicas que dificultan el desenvolvimiento de las actividades productivas y comerciales, en particular una política cambiaria que disloca el sistema de precios y enriquece a unos pocos, del sector público y del empresariado privado, que se aprovechan de la adquisición de divisas preferenciales, venden los productos importados a precios del mercado paralelo y fugan las ganancias al exterior.
En lo político, no se ha atinado a crear mecanismos de encuentro para estructurar un marco de convivencia en medio de las diferencias. Todo esto ocurre en un cuadro caracterizado por la caída de los precios del petróleo y de las medidas de cerco financiero internacional, lo que agrava todos los problemas.
Es en este escenario en el que se libra la lucha por el poder entre Gobierno y oposición. Unos aspiran a acceder al Ejecutivo y los otros a mantenerse en él. Una disputa que bien puede transcurrir por los caminos institucionales y tener como momento decisivo las presidenciales de 2018, como también pudiera desviarse fuera de la senda electoral y resolverse por medio de un enfrentamiento violento.
Del lado gubernamental, Elías Jaua ha declarado que “la salida política a las diferencias, en la democracia que nosotros hemos construido, se da en las elecciones”. Esta declaración sugiere que el Psuv ha descartado el viejo modelo del llamado “socialismo real” y que en 2018, en caso de no ganar las elecciones, se produciría una alternancia en la presidencia.
La situación del país, y sobre todo el malestar generado por la escasez y la inflación, le brinda grandes posibilidades a la oposición de ganar la presidencia en las elecciones de 2018. Desde 2006, con la candidatura de Manuel Rosales, esta fue la ruta trazada por las fuerzas partidistas del campo opositor. Sin embargo, no ha existido siempre un criterio uniforme, y en oportunidades han cobrado fuerza otras visiones.
En la actualidad, la mayoría de las organizaciones de oposición ha decidido adoptar una ruta diferente y se ha escogido el camino del derrocamiento en 2017 del Gobierno, por medio de la estrategia conocida como “revoluciones de colores” o “primaveras”, en las que un movimiento de masas pacífico, que dura semanas o meses, es combinado con acciones de violencia de calle de baja y mediana intensidad, con el fin de provocar un resquebrajamiento del estamento militar que dé lugar a un golpe que saque de Miraflores al Presidente.
De modo que se ha impuesto el criterio de los factores radicales internos y la presión que se ha ejercido desde la OEA, a pesar de que importantes sectores de la oposición son contrarios a esta estrategia y buscan los mecanismos de diálogo para un entendimiento que facilite la alternancia en 2018.