A los tiranos les gusta ver sus estatuas por todas partes, saludan de la misma manera y hasta tienen el mismo estilo de hablar, haciendo que la mentira parezca verdad y la verdad parezca mentira
A través de los siglos el hombre se ha pasado la vida sembrando odio, venganza y corrupción; inventando guerras y exacerbando la violencia. No es de extrañar entonces que esos sean los males presentes hoy en la humanidad. Todas estas injusticias nos han sumergido en un océano de vicios, en un enemigo poderoso que no debemos ignorar como decía San Pablo.
El Apóstol nos recuerda que el amor al prójimo no debe terminar nunca. El amor que nos ofrece el Buen Pastor es paciente y bondadoso, no tiene envidia. No reprime ni persigue y respeta el Estado de Derecho. No es grosero, ni egoísta, no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su realización en la verdad.
Quienes detentan el poder deberían entender que son simples mortales, alojados en la cumbre temporalmente, pero que en un parpadeo pueden caer a las profundidades del abismo. La historia muestra que los autócratas nunca han prevalecido, ni prevalecerán, digo yo. La mayoría de ellos cultivan el espíritu del error, de la maldad.
Son seres malignos que no respetan los derechos fundamentales de los seres humanos. A los tiranos les gusta ver sus estatuas por todas partes, saludan de la misma manera y hasta tienen el mismo estilo de hablar, haciendo que la mentira parezca verdad y la verdad parezca mentira. Hablan de justicia pero actúan injustamente. Usan la religión como excusa para oprimir a los pobres y siembran el terror a su alrededor. Hablan de democracia pero actúan como dictadores. Reverencian a Dios llevando un Cristo en la mano, pero no siguen el camino, la verdad y la vida. Hablan de paz y amor pero agreden brutalmente a quienes se les oponen.
Nimrod fue el primer animal dictador que quiso apoderarse del mundo, construyendo la Torre de Babel, pero su poder se derrumbó como un castillo de naipes. Una y otra vez los humanos se empeñan en conquistar el espacio y dominar el mundo. No solamente la historia de la Torre de Babel nos manifiesta esta intención.
Lo vemos en la mitología griega, en la historia de Ícaro, en la novela Alsino, del chileno Pedro Prado, en las historias de Julio Verne y en muchos otros.
El segundo dictador de la humanidad, Faraón, controlaba el imperio egipcio sostenido por sus milicianos.
Este gobernante tenía poderes absolutos y una mente enferma. Sus asesores eran sabios, adivinos, encantadores y astrólogos.
La casa real era un lujoso palacio en el cual se celebraban grandes bacanales. Bebía de la copa del poder y tenia fantasías de ser Dios. Al sentir la presión opositora, Faraón levantaba su voz y sus secuaces salían con lanzas, jabalinas, mazas, hachas, espadas y sables. La infantería utilizaba arcos y flechas rudimentarias hechas con una aleación imperfecta de bronce con las cuales atacaba a los manifestantes, causándoles daños en el cuerpo y algunas veces hasta la muerte.
Noel Álvarez
@alvareznv