Cuando unos pocos quieren abusar de su fuerza, de la violencia y de su poder para someternos a todos, no podemos optar por la sumisión ni por el silencio
Hola mamá, discúlpame si durante estos días no he estado a tu lado como corresponde. Sé que mi repentina ausencia te ha producido una tristeza infinita para la que no hay adjetivo ni verbo que valga. Hoy, que es tu día, tampoco podré compartir contigo más que estas líneas, que recibirás de manos de un tercero desconocido, porque mi lucha y mis desvelos por mi futuro y por el de toda la nación me han llevado muy lejos, a ese lugar en el que solo en sueños podemos encontrarnos, a este sitio en el que tu beso cálido y amoroso de cada día y de cada noche se ha convertido en un melancólico pero indeleble anhelo mío, y tuyo; acá donde nuestros abrazos y juegos cotidianos (esos en los que tu volvías a ser esa niña esperanzada y feliz, y yo un pequeñín sonriente y desordenado que veía e interpretaba el mundo entero solo a través de tus ojos, de tu voz y de tus caricias) viven y vivirán vestidos de eterno recuerdo. Desde acá te veo y te siento, desde allá me sientes, pero no me ves. Es difícil, lo sé, pero es un poco como cuando me llevaste en tu vientre antes de traerme al mundo, así me gustaría que lo vieras, y aunque esta vez no hay modo de calcular la fecha en la que podremos abrazarnos de nuevo, me gustaría que sepas que me rodea la luz, que acá no hay miedo ni dolor, que estoy sereno y protegido, como cuando tus pliegues y tu piel eran mi palacio y mi remanso. Ten la certeza de que, porque así será, volveremos a estar juntos, cuando Dios lo disponga, porque esta distancia que ahora parece insalvable no es más que una ilusión.
Desde acá puedo ver mucho más de lo que veía cuando estábamos más cerca, y comprendo mucho mejor la magnitud de los compromisos que asumí, y que asumimos, cuando decidimos que había que ponerle por fin un límite a la terca oscuridad que, por ahora y aunque cada vez menos, todo lo domina. Sé que te preocupabas por mí, que sentías miedo por lo que pudiera pasarme, y que cada vez que me armaba con mi bandera y mi voz para salir a la calle a vencer el miedo, tu corazón se encogía de angustia pero, por favor, entiende que nunca quise inquietarte y que no lo hacía para hacerte daño, sino para que te sintieras orgullosa de mí. Aunque muchas veces, de la mano de mi impetuosa juventud, cerré mis oídos a tus advertencias y a tus preocupaciones, nunca lo hice para irrespetarte ni para llenarte de tristeza o desazón, sino para que te llenaras de orgullo, pues fue entre tus brazos, que yo llamo y siempre llamaré mi hogar, y de tus palabras, que son y siempre fueron mi guía, que aprendí que cuando unos pocos quieren abusar de su fuerza, de la violencia y de su poder para someternos a todos, no podemos optar por la sumisión ni por el silencio. No es de tu vientre que nació un indiferente, un cobarde, ni un esclavo. Tú me hiciste inteligencia, bondad, brío y valentía, y jamás quise otra cosa que honrarte, demostrándote que esos valores y principios que me inculcaste, a veces zapatilla en mano cuando era necesario, no habían caído en saco roto.
Para papá esto no es fácil. Pero tú lo conoces. De él aprendí a mantenerme fuerte y sereno incluso cuando el mundo se nos hacía añicos y cada paso que intentábamos no daba más que con el vacío del abismo. Él no te lo va a demostrar, porque entiende, y así me lo enseñó a mí, que su deber ahora es cuidar de su amada atribulada y de su familia, dejando su tristeza guardada en el cajón más profundo de su alma, al menos ante ti y ante quienes tienen ahora roto el corazón por mi ausencia. Pero habla conmigo todo el tiempo y, cuando algún espacio de soledad se lo permite, lanza su mirada al cielo y deja que sus lágrimas corran mientras le pide explicaciones, con justos motivos, a Dios. Compréndelo como él te comprende a ti, pues nadie está preparado para despedirse de un hijo, y si alguna vez se deja vencer por el dolor o la rabia, déjalo hacerse niño entre tus brazos. Solo ustedes dos pueden entender lo que mi ausencia significa en realidad, y solo él y tú, unidos, pueden hacer frente a esta tormenta que, aunque ahora no lo parezca, también terminará, dejándole el paso libre al sol, que todo lo ilumina. Dile por favor, de mi parte, que no quedan entre él y yo deudas pendientes de ningún tipo, que lo amo y amaré siempre, como te amo y te amaré a ti y que, aunque quizás no nos lo demostrábamos tan abiertamente (son cosas de hombres, tú sabes) siempre fue mi referencia, mi ejemplo y el objeto indiscutible de mi más profunda admiración. No pude haber tenido, mientras estuve con ustedes, un más hermoso motivo de orgullo que el que su nombre en mis labios, desde que tuve uso de razón, siempre haya sido “papá”.
No tuve tiempo de hablarte de mis planes con mi novia, de los sueños que estábamos empezando a construir juntos y del amor que, incluso ahora tan jóvenes, ya sentíamos el uno por el otro. No estés celosa, lo que de ti aprendí a amar y respetar en las mujeres, está en ella, y eso es lo que me tenía enamorado. Me duele que le toque construir ahora otros sueños, otros senderos, otra vida, pero es lo que el destino dispuso y me toca aceptarlo. Tiéndele tu mano en estos momentos, ve en ella a la muchacha enamorada, hermosa y joven que está aún en ti, escondida tras los años que le llevas, ayúdala a crecer desde su tristeza y háganse una en la certeza de que están unidas, cada una a su manera, en el amor y en el dolor que les ha dejado mi partida.
Debo despedirme, mamá. Me toca velar desde acá por los que dejé atrás en el campo de batalla luchando por sus sueños, por los que eran y son también los míos. Aunque no los conozcas, aunque no hayan bebido la vida de tus pechos, aunque no hayan sentido tu arrullo en las canciones que siempre me cantaste de pequeño, aunque no hayan sentido tus besos ni tu abrazo, son también tus hijos. Son mis hermanos de lucha.
Recuérdame en cada uno de ellos, no solo ahora, cuando también llenan a sus madres y a sus padres de angustia cada vez que salen a la calle con valentía a plantarle la cara al abuso y a la oscuridad, sino también después, cuando la maldad sea vencida, que lo será, y puedan ellos, como era y es mi deseo, disfrutar de su patria en libertad, en paz y llena de la alegría que a mí y a nuestra familia nos negó la violencia y la irracionalidad de los que ya no tienen de su lado más que el idioma de las balas, de la represión y del miedo.
Yo me fui, pero me he vuelto eterno. Ellos permanecen, y aunque no se dan cuenta, ya se han condenado a sí mismos. No les espera más que la justicia, que llegará, y el olvido, que también llegará. Te amo mamá, nunca lo olvides.
CONTRAVOZ / GONZALO HIMIOB SANTOMÉ