Hasta con el tobo

El complemento normal de la defecación es el cuesco; hoy lo apreciamos como un acto asqueroso e indecente, pero, como se ha reseñado, no fue así en el pasado

Hay un término boxístico en la parla popular que en la Venezuela actual viene a lugar, y este es “le dio hasta con el tobo”; se usa cuando un púgil vence a su contrincante limpiamente, coñaceándolo a su placer; tal como Canelo hizo con Chávez jr., con lo que dio por terminada la leyenda forjada por su padre con coraje y destreza. Admitiendo que un tobo no se diferencia mucho de una cacerola, los enfrentados a la dictadura encaramada en nuestra yugular, literalmente le estamos dando hasta con el tobo al gobiernóculo, y tanto como ocurrió con el Chávez mexicano, en eso seguiremos hasta dar fin a lo que no es ninguna leyenda heroica, sino una historia verídica de terror, delincuencia, cinismo y miseria vivida por todo un pueblo en las últimas dos décadas de su existencia.

La canalla en el poder responde a la protesta pacífica con gas que en infeliz calificativo el padre de la desgracia llamó “del bueno”, balines y balas de verdad-verdad, cañones de agua, atropellos con vehículos blindados, látigos con clavos y asaltos de pandillas paramilitares armadas. Los enfrentados a ella nos valemos de los medios tradicionales de protesta democrática, y además hemos puesto en función de la rebelión las artes, el desnudo, el gesto de hacer el calvo y como recurso extremo, las bombas de excrementos.

Con todo, y aunque colgando de un hilo, no termina de caer el malhadado gobiernóculo, porque está atornillado con dos pernos poderosos bien entrelazados: la fuerza armada y el narconegocio.

A propósito de evaluar la magnitud de este enfrentamiento, considérese que los contrarios a un pueblo desarmado son dos de las instituciones más poderosas jamás inventadas con el fin de destruir a la humanidad; la primera, con muchos bemoles en lo concerniente a la moralidad de su administración; la otra decididamente malévola. Es algo así como David contra Goliat; entonces, ¿nos vamos a poner exquisitos ante el uso de la **** como forma de protesta? Una táctica defensiva no letal, porque nadie se ha muerto de un salpique de boñiga.

Pero así ocurre. Los objetores del recurso alegan que rebaja a quienes luchamos por la libertad al nivel de la bazofia represiva en el poder; al respecto, me permito hacer algunas acotaciones con las que pretendo demostrar que la repugnancia por la caca no tiene continuidad histórica ni el menor fundamento natural; es una actitud moderna impuesta por razones religiosas en primer lugar, y por la generalización de la cultura de la higiene.

Antes de que los judíos inventaran el monoteísmo, los cananeos, sirios, moabitas y los madianitas, pueblos del Oriente Medio, adoraron a una deidad llamada Baal el Peor, versión local del dios mesopotámico Baal. Baal el Peor fue un dios de los excrementos, y en cuanto a tal, se le asoció al sistema digestivo, flatulencias y otras funciones corporales relacionadas con la deposición de los residuos orgánicos. Estaba relacionado con el antiguo dios egipcio Le Pet, representado como un niño con la tripa hinchada y, avanzando en el tiempo, con Crépito, dios romano de las ventosidades intestinales.

Los fieles le ofrendaban sus heces; defecaban en la boca de una estatua que representaba al dios; lo reverenciaron en el templo dejando al descubierto su trasero y tirándose pedos, cuanto más prolongados, sonoros y hediondos, más celebrados. Los oferentes suplicaban la cura de males intestinales, o, con un propósito más social, en ciertas celebraciones colectivas pedían cosechas abundantes; de sobra sabemos que las deyecciones hacen fértiles las tierras de cultivo. El rozagante rábano de su ensalada puede provenir de alguna manera de una deposición humana debidamente transformada como efecto de la química orgánica natural.

Comprensiblemente, en los templos consagrados a Baal el Peor no reinaba la higiene; sumada tal condición al clima seco y caliente de la zona, estaban siempre repletos de moscas, las cuales se convirtieron en símbolos de la deidad; sus figuras talladas en oro se han encontrado en excavaciones arqueológicas del lugar .

No sorprende, por tanto, que la Biblia se refiera a Baal como “el señor de las moscas” (Mateo, 12:22-24), milenios antes de que William Golding escribiera la novela de ese título.

Con la progresiva formación de la doctrina judía, Baal el Peor perdió su elevado estatus de deidad asociada a la salud y la prosperidad agrícola; su culto fue considerado obsceno y asqueroso y pasó, por así decirlo, al lado opuesto, transformándose en el archienemigo de Jehová; su nombre se transformó en Baal-Zebú y con el correr del tiempo fue Belcebú, el mismísimo diablo.

Sin embargo, el pensamiento judeocristiano -aunque tapándose la nariz-, no deja de hacerle un reconocimiento al valor de la **** mediante la palabra de Jehová, quien ordena a Ezequiel:“Y comerás pan de cebada cocido debajo de la ceniza; y lo cocerás con los estiércoles que salen del hombre, delante de los ojos de ellos” (4:12).

El complemento normal de la defecación es el cuesco; hoy lo apreciamos como un acto asqueroso e indecente, pero, como se ha reseñado, no fue así en el pasado. El pedo tiene un papel relevante en la historia humana; está vinculado a la religión, como antes fue dicho; figura en la mitología; fue un componente de las costumbres áulicas; se ha usado en función de la protesta social y política y -bajo sombra de duda- como arma de guerra; ha sido celebrado en la literatura y hasta en las artes plásticas clásicas y modernas. ¡Asombroso!, pensará el lector, porque, ¿cómo representar lo que solo por excepción no es más que un efluvio invisible, apenas reconocible mediante el olfato y el oído?; sin embargo, forma sutil y simbólica se le ha dado lugar en varios de los cuadros más valiosos de la historia del arte.

En un artículo por venir nos ocuparemos con más detalle del pedo, especialmente de su función como recurso de protesta.

Rubén Monasterios

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