Si una persona que está en el poder quiere mantenerse “como sea” gobernando, lo menos que quiere a su lado es a hombres armados que tengan más de dos dedos de frente
Cuando entras por la Alcabala 3, que es la que normalmente permite el acceso de civiles y de “no afiliados”, a Fuerte Tiuna, la principal instalación militar de Caracas, el efecto se parece mucho a cruzar desde la realidad hasta ese mundo fantástico al que se llegaba a través de aquel ropero que inmortalizó C. S. Lewis en sus crónicas. De pronto, el ruido de la autopista Valle-Coche, apenas unos pocos metros atrás, se desvanece, el tráfico y la congestión vehicular desaparecen y hasta la temperatura se siente diferente. De un mundo multicolor, azaroso y desordenado pasas en pocos segundos a otro, verde oliva, rígido y sospechosamente tranquilo en la educación -fingida o no, eso no viene al caso- con la que todos te tratan desde el momento en el que anuncias tu deseo de entrar allí hasta que sales. Cuando te pierdes entre las múltiples veredas y vías que cruzan esa inmensa “ciudad dentro de la ciudad”,que es Fuerte Tiuna, no te falta quien amablemente te oriente y te ayude a llegar a tu destino final, tampoco escasean los “buenos días”, los “por favor” o los “gracias”. La paradoja es que ni siquiera tomando en cuenta que el exterior, la ciudad de Caracas, se ha convertido en un espacio arisco y agresivo, en el que la gente ya ni te mira cuando te habla, si es que te habla, estas sorpresivas y corteses sutilezas castrenses no te brindan alivio ni paz: allí todos los que se dirigen a ti, desde que entras hasta que sales, están vestidos y apertrechados para matar, y mantienen sus negros fusiles cargados y en alto, prestos a cumplir la orden de volarte la cabeza, si es que les llega.
Tenía mucho tiempo que no iba a Fuerte Tiuna. Antes, hace unos años, me había tocado incluso amanecer varias veces allá, cuando fui el abogado de Francisco Usón en la causa penal que se le abrió, a instancias de Chávez y de José Vicente Rangel, por supuestas “injurias a la Fuerza Armada Nacional”, que terminó condenándolo a cinco años y seis meses de prisión solo por haber explicado en televisión, como General de Brigada retirado que era y es, cómo funciona un lanzallamas. De aquellos tiempos me quedó el recuerdo, que ahora reafirmé en las nuevas lides judiciales que me ha tocado enfrentar, de lo duro que es argumentar derecho y Constitución cuando a pocos metros de la Corte Marcial está el Polígono de Tiro, y las detonaciones que desde allí se escuchan y te interrumpen continuamente durante las audiencias y que te confirman que no estás en el mundo normal, sino en uno en el cual viven personas que tienen permiso para administrar violencia y muerte a todo el que les sea identificado como enemigo.
Eso fue en 2004. Y la verdad es que desde ese momento hasta ahora Fuerte Tiuna ha cambiado mucho. Antes no te limitaban el acceso a la sede de los tribunales como te lo limitan ahora, el ambiente era mucho más “liviano”, si es que cabe el adjetivo en un cuartel militar, y solo te topabas allí, en general, con oficiales y soldados, con estructuras militares, o con las edificaciones y dependencias propias de cualquier institución castrense. Canchas de entrenamiento o deportivas, sedes de brigadas o batallones, direcciones de tal o cual desempeño bélico, torres de vigilancia, escuelas para los hijos de los militares allí destacados y unos pocos complejos habitacionales.
Ahora es muy diferente. Para empezar, ves a muchos más civiles habitando en el cuartel, y están allí tan a sus anchas como los mismos militares. Antes eso era la excepción. Por otro lado, en el no tan breve trayecto que se recorre desde la Alcabala 3 hasta la Corte Marcial, lugar en el que se encuentran los tribunales militares, lo que más se ve son edificaciones de viviendas, construidas o en plena construcción. Siguen allí un automercado, una panadería (muy barata y que sorpresivamente sí tiene pan, a diferencia de todas las demás de Caracas) y también encuentras varios edificios erigiéndose que no tienen, al parecer, destino definido. Tampoco es posible conocerlo a simple vista porque la “leyenda urbana” no es leyenda, es realidad: los carteles que indican quiénes están trabajando y qué se está haciendo allí están, literalmente, en chino. Alguien podría creer que eso tiene que ver con el hecho de que casi todos los lugares para estacionar que usan quienes allí trabajan están ocupados por carros “Chery”, de manufactura china, pero eso sería simplificar demasiado las cosas. La verdad es que los chinos, así como los rusos, los cubanos y los iraníes, de maneras que quizás algún día se conocerán en toda su profundidad, ya son parte esencial de ese mundo militar del que tanto se dice y especula hoy en Venezuela.
Se dice, no sin argumentos sólidos, que los militares de nuestro país apoyan a Maduro, o al menos no se le oponen, porque están “comprados”. Pero pasar un tiempo en el Fuerte Tiuna de hoy, con los ojos y los oídos abiertos, te demuestra que tras la supuesta complicidad o la pretendida apatía de los militares en todo lo que ocurre más allá de los alambres de púas y torres que los resguardan del mundo exterior hay mucho más que corruptelas y coimas.
Es verdad, se ha dicho que los altos mandos castrenses en Venezuela gozan de prebendas y de beneficios que van mucho más allá de los que, si las cosas fuesen diferentes, les permitiría su salario regular, y ya son varios los “escraches” recientes que, estemos o no de acuerdo con ellos, nos han mostrado la vida de “ricos y famosos”, absolutamente imposible para cualquier otro venezolano normal, que llevan los familiares de muchos de los que hoy ocupan las más altas jerarquías militares; pero tras las murallas militares se oculta en Venezuela mucho más que eso. Solo cabe añadir, basado en lo que se capta al vuelo allí, en Fuerte Tiuna, que la oficialidad media y la tropa no son sordas ni ciegas, y se dan cuenta de todo lo que pasa, al menos, en su mundo particular y uniformado (a final de cuentas, están entrenados para eso) y a sotto voce, pero de manera tal que cualquiera que aguce el oído puede escucharlos, critica a sus superiores la ostentación que hacen de esos lujos, bienes y viajes que ningún sueldo militar, sin importar la jerarquía, da para pagar.
Tampoco es que la tropa y la oficialidad media estén al margen de los beneficios (llamémoslos así, al menos comparados con las penurias que padece el resto de la población) de los que disfrutan, en general, todos los militares en nuestro país, de la mano de un gobierno que antes, con Chávez y ahora con Maduro, siempre tuvo claro que cuando perdiera el apoyo popular, lo cual era inevitable y se advirtió hasta el cansancio, dependería exclusivamente de las instituciones que le permanecieran sumisas y, por encima de todo, de los militares.
Pero en estos grupos subalternos, las necesidades y carencias que a todos nos afectan, se sienten también, en menor medida ciertamente, pero de manera indiscutible. A final de cuentas, ¿de qué les sirve que les den un “Chery” del año a precio de risa si cuando se les daña, como regularmente ocurre, no encuentran los repuestos que necesitan, o sencillamente no pueden costear la reparación? ¿De qué les sirve contar con un “Hospitalito” (así se le llama en Fuerte Tiuna) a escasos metros de su residencia si cuando se enferman allí tampoco se encuentran las medicinas que necesitan? ¿Les sirve de algo que les asignen una vivienda “bien equipada”, protegida tras alcabalas llenas de hombres y mujeres armados, si al final del día no es suya en realidad, no pueden legársela a sus hijos, y para permanecer en ella deben bajar la cerviz y, como decimos acá, “morir callados”? Además, tienen hermanos, padres, sobrinos, amigos y parejas a los que, porque la masa que a ellos les llega y que reciben no da para esos bollos, no pueden hacer partícipes de los lujos y prebendas que están solo reservadas para unos pocos, que no viven en su límpida pecera, y que todos los días les recuerdan, allí en la vida íntima, que es la que más nos llega a todos, que Venezuela es mucho más grande, cruda y difícil, que cualquier cuartel. Su situación es diferente a la de los altos oficiales, pero esto no hace más que volver más incomprensible su postura aparentemente apática frente a la grave realidad que ahora todos padecemos.
¿Qué pasa entonces? El silencio y la aparente indiferencia militar ante la situación del país, que no es necesariamente apoyo a Maduro, tiene causas muy profundas. En primer lugar, pese al discurso oficialista sobre la pretendida “unión cívico-militar”, a veces olvidamos en nuestros juicios que la Fuerza Armada Nacional ya tiene casi 20 años sometida a un crudo y directo proceso de alienación, de ideologización y de aislamiento de la realidad que se vive en todo el país más allá de los cuarteles. Lo ves apenas entras a Fuerte Tiuna, esa suerte de oasis atrincherado en medio del caos capitalino. Los “ojos de Chávez”, por ejemplo, están en todos lados, y la manipulación y el culto a la personalidad llegan al tal extremo que, en las oficinas y dependencias militares, al menos en las que yo he podido entrar, en las fotos en las que se recuerda a todos los presentes cuál es la “cadena de mando” se coloca, incluso por encima de la de Maduro, que es el Comandante en Jefe de la Fuerza Armada Nacional, la imagen de Chávez. Y como si esto no fuese suficientemente surrealista por sí mismo, lo peor es que todos los que hacen vida en tales oficinas lo aceptan, y asumen que eso de otorgar a un fallecido el rango inexistente de “Comandante Supremo”, por encima incluso del Presidente en funciones y como si aún estuviese vivo, es “excesivamente normal”.
Hasta hace muy poco, por ejemplo, los canales de televisión permitidos en las dependencias militares eran solo los oficiales, y ningún canal de sesgo crítico al poder podía aparecer en esas pantallas. Mucho menos se distribuían en los cuarteles diarios o semanarios libres y a veces hasta se ha sancionado disciplinariamente a quien se haya atrevido a leerlos o comentarlos. Si eso ha cambiado y ahora se permite en esos predios, al menos en las dependencias que permiten el acceso al público, que se vean Globovisión o Venevisión, eso es porque la férrea censura y autocensura a la que han sido sometidos y se someten los ha vuelto, en cierta forma, “inofensivos”.
En Fuerte Tiuna, un militar y su familia, salvedad hecha de lo que no se consigue en ninguna parte ya, pueden vivir perfectamente sin tener ningún otro contacto con el exterior. En general, pueden adquirir lo que deseen y esté a su alcance, y satisfacer todas sus necesidades, sin tener que pisar más allá del Ipsfa, apenas a unos metros de la Alcabala 1, o del Círculo Militar, en los que encuentran desde tiendas de todo tipo hasta bares y sitios de esparcimiento que, por supuesto, son exclusivos para los militares y “afiliados” y muchísimo más seguros y baratos que cualquier otro sitio de la ciudad. Tal es el nivel de aislamiento al que están sometidos, o al que se someten voluntariamente, que un comunicador amigo mío me comentaba en estos días que, entrevistando a algunos de los GNB que han traído a Caracas a reprimir las manifestaciones recientes, un joven uniformado le indicó que él hacía vida regular en su cuartel, que jamás había venido antes a la capital y que a él solo lo montaban en un camión, lo traían a “repartir coñazos” –así le dijo textualmente- y luego se lo llevaban de nuevo a un sitio determinado de pernocta o de nuevo a la sede militar en la que prestaba sus servicios. Ni cuando era traído, ni mientras estaba en Caracas, se le permitía ver o conocer más que el lugar en el que era dejado para reprimirnos.
Sumada a la comodidad aparente a la que tienen acceso los uniformados, la misma que los separa de manera drástica del resto del país que sí se las ve negras para subsistir, los principios de Goebbels, el de simplificación y “enemigo único”, el de transposición, el de la silenciación, y especialmente el de la orquestación (encontrar las pocas ideas que se quieren transmitir, y repetirlas sin pausa hasta que el público las interiorice, sean válidas o no) han sido sistemáticamente implementados en el mundo militar venezolano desde hace casi ya dos décadas. Y han funcionado. El poder en Venezuela se ha dado con ahínco a construirle a los militares una “realidad”, así entre comillas, interna y externa que les fuerza a ver y a interpretar la situación del país desde un velo que todo lo distorsiona, y que siempre se dirige a neutralizar cualquier posibilidad de que el anhelo popular de cambio, hoy indiscutible en la mayoría de la población, cristalice en los uniformados. No hay oficio, instrucción o memo militar que no se encabece enviando a sus destinatarios un “saludo revolucionario, bolivariano, socialista, patriota y antiimperialista” y que no cierre con un “Patria socialista o muerte, venceremos”. No hay canal o medio oficial que no se dedique las 24 horas del día a servir como arma de propaganda y de ideologización. La falacia de que “Chávez vive” y “la lucha sigue”, es consigna común en los cuarteles. Y así sigue. El mensaje repetido hasta el cansancio es que los “buenos” son los que apoyan al gobierno, o los que callan y se someten, y los “malos” son los que critican y se oponen al gobierno. Cuando esto se repite incesantemente durante cerca de veinte años, llega un momento en el que se hace muy difícil no aceptarlo.
Además, como parte del discurso oficial, a los que denuncian o critican a sus más conspicuos representantes, siempre se les ha individualizado y señalado como “enemigos de la patria” contra los que, tenidos como contrarios en un ilusorio conflicto bélico inventado por quienes están en el poder, todo vale.
Por eso cada decisión que se tome, en el país o afuera, contra cualquier alto funcionario a nivel personal es automáticamente tergiversada, identificada, referida, difundida masivamente y manejada por el poder como un “ataque a la soberanía”, como un “atentado contra la patria”, como una “afrenta contra nuestra independencia”. Se disfraza de atentado contra Venezuela, contra el país entero, lo que nunca es más que una acción dirigida contra unos pocos y a título personal. Es un mecanismo perverso que coloca a los militares en “tres y dos”, como decimos acá, porque ciertamente su trabajo no es el de servir de guardaespaldas ni de brazo armado para la protección de ninguna individualidad, pero su juramento les impone velar por la patria, por la soberanía y por la independencia e integridad de nuestra nación. El poder tiene casi 20 años disfrazando de “nación” a las individualidades que la dirigen, solo para que la Fuerza Armada ponga sus armas al servicio de tales individualidades, que no de la nación, y difundiendo la idea de que no son aplicables contra los “traidores” (señalados a dedo y para resguardo de los objetivos personales de quienes están y han estado en el poder) las reglas del Estado de Derecho, sino las del Estado de Guerra.
Añadámosle a todo esto que, incluso desde mucho antes de que el chavismo llegara al poder, por mera conveniencia de los gobernantes, a los militares se les ha mantenido aislados de los desarrollos universales sobre el tema de la “obediencia debida” que hoy han derivado en el concepto de la “obediencia reflexiva”. Esta manipulación es perversa, pero lógica: si una persona que está en el poder quiere mantenerse “como sea” gobernando, lo menos que quiere a su lado es a hombres armados que tengan más de dos dedos de frente y que reflexionen antes de cumplir cualquiera de sus órdenes, por espurias que sean.
Y también, lo cual no es menos importante, debemos recordar que cualquier asomo de disidencia u oposición en el mundo militar es de inmediato perseguido y criminalizado drásticamente y sin contemplaciones. No son pocos en estos años los oficiales y miembros de tropa que han terminado expulsados de la FAN, sancionados o presos solo por atreverse a murmurar contra el poder.
Por eso la aparente indiferencia militar ante los ya más de 50 asesinados, algunos de ellos por paramilitares que son, por definición, enemigos naturales de cualquier militar de carrera; por eso el silencio ante los miles de civiles encarcelados e incluso llevados, contra lo que ordena la Constitución, a la justicia militar, solo por ejercer su derecho a la protesta y por exigir elecciones libres y cambios en Venezuela. Por eso no hay respuesta, por ahora, ante las decenas de torturados y ante el indiscutiblemente mayoritario reclamo de la ciudadanía. Sorprende, eso sí, porque en 2002 por mucho menos a Chávez se le exigió la renuncia, la cual “acectó”. Pero ha pasado mucho tiempo desde aquellos primeros momentos, y las manipulaciones y amenazas continuas han rendido sus frutos. Así de aislados, de amenazados, y de sometidos al continuo bombardeo ideológico y personalista, están ahora nuestros militares. Eso explica, en mucho, el silencio castrense y su aparentemente apática postura al día de hoy.
¿Esto se va a mantener? Yo creo, y esto es solo una opinión, que no. El mundo y las comunicaciones han cambiado y cualquiera que quiera enterarse de lo que en realidad ocurre más allá de su zona de confort puede hacerlo no más encendiendo su celular. Por eso creo que se incurre en un grave error de cálculo, tanto en el gobierno como en la ciudadanía que se le opone, al confundir esta aparente apatía, esta supuesta indiferencia militar, con un apoyo irrestricto y absoluto al poder. Ya son varios los destellos, las desobediencias, las pequeñas o grandes insurrecciones castrenses, las numerosas solicitudes de baja o de permiso para no participar directamente en oprobio reciente que, aquí y allá, nos demuestran que en las filas militares las cosas, para el gobierno de Maduro, no son ni rojas ni color de rosa. Amanecerá, y veremos…
CONTRAVOZ / Gonzalo Himiob Santomé