Si no fuera por la política que puso en práctica el comandante Hugo Chávez, el deporte tricolor aún estuviera en pantalones cortos
Ildegar Gil / aporrea.org
De la noche a la mañana, Rafael Dudamel se ha convertido en potencial interlocutor entre los factores políticos en Venezuela, a mi modo de ver las cosas. El director técnico del fútbol vinotinto goza en este instante de la credibilidad (sin temor a equivocarme), de la totalidad de las y los venezolanos. No es para menos: la hazaña lograda con nuestra selección sub 20 en Corea del Sur, donde quedó subcampeona mundial apenas a un tris de conquistar la gema universal de esa categoría, demuestra seriedad absoluta en el trabajo.
La derecha y la izquierda tienen en el estratega del balompié criollo, a alguien que sabe tomarse las cosas con altura, dejando –además- huella de su perseverancia. Muchos como él, hacen falta en diversos campos del quehacer territorial.
Este antojo me viene a propósito de una conclusión primaria, pero muy válida: al entrenador le gusta la política, cosa que en lo particular celebro. No formo parte de quienes sostienen que la política y el deporte son primos lejanos. Todo lo contrario: van de la mano, como lo demuestra la historia en todas las naciones. Si no fuera por la política que puso en práctica el comandante Hugo Chávez, el deporte tricolor aún estuviera en pantalones cortos.
En cuanto a Dudamel se refiere, el hombre se atrevió a pisar los pedregosos terrenos de cuanto vivimos hoy en la patria. Lo hizo luego del triunfo de Venezuela ante Uruguay, para pasar a la gran final contra Inglaterra. Pidió al presidente Nicolás Maduro, “parar ya las armas”. Lo hizo a propósito de la lamentable muerte del Neomar Lander, el niño de 17 años mandado a la tumba por la oposición apátrida que usa a nuestros niños en sus macabras intenciones desestabilizadoras.
Ciertamente, Dudamel se peló de tiro a tiro porque Maduro no ha ordenado accionar armas contra nadie, pero más allá de su error, lo importante es que lo motiva la paz. Eso es lo que cuenta. ¿Habrá quién lo emplace? ¿Él aceptaría? Debería hacerlo. Podría estar ante las puertas de su mayor conquista.