No necesariamente la secuencia que precede a los alzamientos militares conduce a la fase siguiente, ni los conatos, asonadas o golpes definitivos son necesariamente exitosos
Leopoldo Puchi
En el transcurso de las últimas semanas se ha instalado como algo crónico el ciclo de la conflictividad, los disturbios, las acciones de violencia en las calles y la represión de los cuerpos de seguridad. Esta dinámica es el resultado de la combinación de las denominadas condiciones objetivas, es decir malestar social por el desabastecimiento y el elevado precio de los bienes de primera necesidad, y de la estrategia formulada por el actual centro de dirección de la oposición, que se corresponde con los métodos de las llamadas “primaveras” organizadas en otras partes del mundo, basados en una violencia de baja o mediana intensidad, que escala hasta resquebrajar las altas esferas de los poderes públicos y busca expresarse finalmente en el interior de las fuerzas armadas.
El episodio del helicóptero del Cicpc encuentra su explicación dentro de estos parámetros en los que se mueve la política venezolana y puede considerársele como una antesala o señal de otros eventos que pueden tener lugar en las próximas semanas. Como imagen de este tipo de acontecimientos de “propaganda armada” pudiera recordarse el secuestro y sobrevuelo en los cielos de Caracas de un aeroplano desde el que se lanzaban volantes con propaganda y mensajes contra el gobierno de entonces, el de Rómulo Betancourt, hecho que precedió en semanas al alzamiento militar de Carúpano de 1962. Son acciones que algunos estudiosos de estos asuntos consideran como fríamente calculadas y parte de un guion, pero que bien pudieran obedecer a movimientos que son generados en determinadas circunstancias por su propia fatalidad y constituyen una secuencia intrínseca de los golpes de Estado.
Pero, como se sabe, no necesariamente la secuencia que precede a los alzamientos militares conduce a la fase siguiente, ni los conatos, asonadas o golpes definitivos son necesariamente exitosos. De modo que el clima de violencia crónica que se ha instalado en el país a lo largo de las últimas semanas puede prolongarse por mucho tiempo como un fenómeno que se hace cotidiano, hasta que los sentimientos involucrados, frustración y rabia, de lado y lado, den paso a la aceptación de una realidad caracterizada por el equilibrio de fuerzas de los sectores en pugna, en la que ninguno de ellos está en condiciones de imponerse completamente, de modo que estarán en la obligación de pasar a la fase de negociación, hecho que puede tener lugar en lo inmediato o luego de un prolongado periodo de confrontación y violencia, en el que nadie gana y el país pierde.
En este sentido, son de una gran utilidad todas las iniciativas que se realicen en función del inicio, lo más pronto posible, de negociaciones. Una de ellas es la propuesta de incorporación a la mediación de cuatro países, invitados de mutuo acuerdo, que junto con El Vaticano pudieran retomar las conversaciones entre las partes, para construir un escenario de entendimiento negociado, de coexistencia, sin vencedores ni vencidos. Hay que salir de la fase de la violencia.