Quieren sepultar el 16J
“Sería una pena que tanto la ciudadanía como los líderes no nos percatemos de este tesoro y nos vayamos hacia otras vías no fecundas…»
Según Laureano Márquez, en su artículo publicado en el semanario Tal Cual, “El día 16 de julio de 2017 será más importante en nuestra historia de lo que nosotros mismos pensamos: es el triunfo de la ciudadanía”.
Con él coincide plenamente el sacerdote jesuíta Pedro Trigo, uno de los más profundos conocedores de lo que ocurre en los sectores populares venezolanos, al señalar desde la revista SIC que “Lo que pasó el 16J fue demasiado grande”, para de inmediato alertar contra un peligro inminente: “Sería una pena que tanto la ciudadanía como los líderes no nos percatemos de este tesoro y nos vayamos hacia otras vías no fecundas. La más infecunda, la que el gobierno quiere provocar, es la confrontación total: la fuerza contra la fuerza para ver quién puede más. Eso sería perder la razón. Tenemos que mantenernos en nuestro terreno: vencer al mal a fuerza de bien”.
Peligro que también es advertido por Fernando Mires, que desde su blog señala: “El día después del 16J será, tanto en sus movilizaciones como en sus eventuales negociaciones -sí, negociaciones- un tiempo crucial. No serán los días de ninguna hora cero. Pero sí serán días peligrosos. Puede darse incluso el caso de que, como ya sucedió con Chávez y Erdogan, Maduro intente utilizar la ansiedad de políticos hambrientos de figuración, ejemplares que, lamentablemente, no son escasos en la oposición. Una de las tareas más importantes de esa oposición será, por lo mismo, neutralizar y/o aislar a eventuales salidas divisionistas que atenten en contra de la vía aceptada por su mayoría. Esa vía, hay que repetirlo, es constitucional, pacífica, democrática y electoral”.
Los peligros que Mires ve en “políticos hambrientos de figuración”, Joaquín Villalobos los ubica en sectores políticos minúsculos pero activos: “Es totalmente falso que en Venezuela haya una lucha entre izquierda revolucionaria y derecha fascista”, advierte desde el diario El País, de Madrid: “El régimen venezolano está enfrentado a una coalición de fuerzas esencialmente de centro que incluye a partidos, líderes, organizaciones sociales e intelectuales de izquierda que creen en la democracia y el mercado. Lo que está en juego en Venezuela es el futuro del centrismo político en Latinoamérica, porque en esta ocasión, las fuerzas democráticas no son compañeros de viaje de extremistas ni de derecha, ni de izquierda. La derrota del extremismo abre la posibilidad de alcanzar una mayor madurez democrática en el continente”.
Ha pasado apenas una semana de la multitudinaria hazaña del 16 de Julio, jornada en la que millones de venezolanos le dijimos sí al cambio y exigimos que ese cambio fuera por la vía pacífica y electoral, y ya hoy Venezuela se encuentra nuevamente montada en los rieles de la confrontación violenta: por un lado, el extremismo hecho gobierno insiste en convocar una “Constituyente” al margen de la Constitución y sin consultar al pueblo que -como se demostró el 16J- mayoritariamente la rechaza; por otro, “políticos hambrientos de figuración”, como dice Mires, coqueteando con pequeños grupos radicalizados políticamente inmaduros, como señala Villalobos, lanzan o apoyan acciones al margen de una MUD en la que sus propios partidos están representados, y nadie allí se atreve a poner orden por temor a lucir “menos radical” que su competidor.
Pero la mayoría del pueblo quiere cambio y lo quiere en paz, como afirman Pedro Trigo y Laureano Márquez. Eso solo será posible si los “moderados” de todos los sectores tienen el valor de romper el chantaje que les imponen los “radicales” de cada parcialidad. Si eso no ocurre, si los sectores que pudieran ser más responsables no tienen el valor político y el coraje cívico necesarios para posibilitar una transición ordenada y pacífica que permita a Venezuela salir de la confrontación política, del colapso económico y de la anomia social, entonces esos sectores “moderados” –hoy mayoritarios- seguirán secuestrados por sus radicales hasta que esos radicales tengan la fuerza o la oportunidad para eliminarlos, y el país seguirá deslizándose por el tobogán de la destrucción institucional hacia el barranco de la violencia generalizada.
Y ese será, hay que decirlo, un escenario en el que nadie ganará, en el que todos perderemos, porque sea cual sea el resultado de una dinámica como esa, no será sostenible: si el régimen llegara a lograr que su “Constituyente” fascistoide se vote e instale, y empiece a funcionar (como ya lo han anunciado Cabello y Flores) no como un órgano redactor de un texto constitucional sino como la dictadura de un grupo, como un “órgano de poder supraconstitucional”, tal dictadura corporativa tendría que enfrentar la rebeldía permanente de la mayoría del pueblo y el rechazo activo de la comunidad internacional, en medio además de una crisis económica que la dejará prácticamente sin margen de maniobra. Podrán tener una borrachera de poder que durara semanas o pocos meses, pero un régimen así no tiene en realidad posibilidades de sobrevivir. Por el contrario, su arbitrario desempeño lo llevará a perder cada día más apoyos y aliados, como ya está ocurriendo…
Igualmente precario sería el escenario en que una eventual implosión del régimen o el triunfo de la presión de calle coloque en el poder a una oposición sin la habilidad o sin el deseo de construir las alianzas políticas, militares, económicas y sociales que garanticen la estabilidad del nuevo gobierno. Porque una cosa es derrotar al madurismo y otra muy distinta es gobernar con todo el chavismo en contra. Y más complejo aún es lograr hacerlo en tiempos de hiperinflación, situación que -como hemos visto en América Latina en años recientes- suele convertir a los gobiernos en frágiles y fugaces. Salir de un poder inestable para entrar en una sucesión de “gobiernitos”, como ha ocurrido en Argentina, Ecuador o Bolivia, siempre es grave. Hacerlo en una situación de disolución institucional y de fractura de la convivencia social como la que hoy presenta Venezuela sería suicida. Tal espiral pondría el poder en manos de la mafias y la vida del venezolano de a pie en manos de los pranes.
La clave para evitar que no ocurra una cosa ni la otra está en lo que podríamos llamar el espíritu del 16J: un pueblo movilizado, usando el arma del hombre libre que es el voto, exigiendo acatamiento a la Constitución. Suspender la convocatoria a la Constituyente y proceder a negociar una transición pacífica y ordenada, que brinde garantías a todos los actores, sería la consecuencia lógica de atender ese llamado del soberano. Un proceso, hay que decirlo, sin vencedores ni vencidos, en el que todos asuman que la única posibilidad de que sus proyectos políticos y propuestas ideológicas puedan ser llevadas a la práctica pasa porque Venezuela exista como nación y funcione como república democrática.
Eso no es lo quieren todos los extremismos, que ven a Venezuela como un botín. Pero es lo que queremos la mayoría, que vivimos a Venezuela como un país, como un hogar. ¡Pa’lante!
“El régimen venezolano está enfrentado a una coalición de fuerzas esencialmente de centro que incluye a partidos, líderes, organizaciones sociales e intelectuales de izquierda que creen en la democracia y el mercado…» Joaquín Villalobos
Pedro Trigo