Niveles récord de impopularidad y graves acusaciones de corrupción: el cóctel que haría tambalear a los políticos más experimentados no amedrenta al presidente de Brasil, Michel Temer, que espera esta semana enterrar su segunda denuncia penal en manos de los diputados.
Con un Congreso dominado por sus aliados, el gobierno espera ganar holgadamente la votación que decidirá el miércoles si las acusaciones de «asociación criminal» y «obstrucción a la justicia» que pesan contra el mandatario deben ser analizadas por la corte suprema o congeladas hasta el fin de su mandato.
Hace dos meses, el presidente conservador logró vencer la primera acusación -por corrupción pasiva- y salvó su mandato por una amplia mayoría de votos de una Cámara también bajo sospecha: de los 513 diputados, 185 son objeto de investigaciones por corrupción.
«Temer representa la supervivencia del antiguo establishment. Si él cae hoy, ¿quién caerá mañana?», se pregunta el profesor de Derecho Constitucional Daniel Vargas.
«Temer es un profesional de la política. Sabe manipular la máquina y hallar los aliados que necesita», agrega.
El mandatario, de 77 años, asumió el poder en 2016 tras el impeachment de la izquierdista Dilma Rousseff. Desde entonces, este veterano de la política ha logrado mantenerse en pie, pese a los escándalos que forzaron la renuncia de varios de sus ministros, e impulsar ajustes reclamados por el mercado como estrategia para sacar al país de la recesión.
Sus adversarios lo acusan de utilizar fondos públicos para «comprar» el apoyo de los legisladores, otorgándoles partidas presupuestarias para realizar obras en sus Estados.
«Pese al desgaste de este gobierno, a estos diputados [Temer] todavía les resulta ventajoso», explica Antonio Augusto de Queiroz, analista del Departamento Intersindical de Asesoría Parlamentaria (DIAP).
Pero el apoyo puede costarles caro.
Popularidad cercana a cero
Primer presidente en la historia de Brasil en ser denunciado por una causa penal durante el ejercicio de su función, Temer es también el mandatario más impopular desde el retorno a la democracia en 1985, con apenas 3% de aprobación.
Con la proximidad de las elecciones generales, en octubre de 2018, respaldar al impopular presidente parecería no ser la mejor estrategia para mantenerse en el cargo.
Sin embargo, muchos ven con malos ojos la opción de derrocar a un gobierno después de traumático proceso de impeachment que dividió al país y paralizó el Congreso durante meses.
En nombre de esa estabilidad, reivindicada también por el mercado, los diputados lo salvaron una vez y todo indica que volverán a hacerlo.
Y Temer, que anunció que no será candidato a la presidencia en 2018, está dispuesto a sacrificar su popularidad para concluir su plan de ajuste.
«A Temer simplemente no le importa lo que la población piensa de él», resume Vargas.
«Es quizás la primera vez en la historia que vemos cómo, para impulsar su agenda, tal vez sea mejor tener la popularidad en cero que tenerla alta», ironiza.
Apoyo del mercado
Librarse de la segunda denuncia esta semana despejaría el camino para concluir a tiempo su programa de reformas con el que prometió «poner a Brasil en los rieles»: sanear las cuentas públicas y reavivar una economía que lentamente está saliendo de dos años de recesión.
Entre ellas, la más esperada por el mercado, es la reforma del sistema de jubilaciones, que endurece las condiciones del retiro y genera fuerte resistencia incluso en la base oficialista.
Para Queiroz, el respaldo del mercado es crucial. «Sin el apoyo de los mercados, Temer cae en una semana», opina. «Se convirtió en su instrumento».
La oposición, muy dispersa, ya no reúne multitudes en las protestas contra el gobierno.
«Sin la presión de la calle» y frente a «la ausencia de un proyecto real de oposición, el Parlamento no se verá obligado a votar en contra de Temer», opinó Vargas.
Louis Genot / AFP