Todo empezó hace siete décadas cuando Pascual Florido, un rico hacendado, regaba su descendencia hasta tener 45 hijos. Hoy, tres de sus nietos -enemigos políticos- se sientan a la mesa de diálogo para intentar sacar a Venezuela del foso.
De un lado, Luis Florido, diputado del ala más conservadora de la oposición, y del otro los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, parte de la cúpula chavista. Primos y adversarios sin tregua.
Su abuelo tuvo 45 hijos de varias mujeres, pero solo reconoció a su primogénita y a nueve concebidos en matrimonio, entre éstos Vicente, padre del parlamentario.
Los demás crecieron con sus madres, incluido Jorge Rodríguez, reconocido dirigente comunista torturado y asesinado en 1976 en un calabozo policial, contó a la AFP el legislador y empresario de 51 años.
Desde niño, Florido escuchó hablar en su casa sobre los Rodríguez, pero recién a los 17 años conoció a su primo en el liceo donde estudiaba.
«¡Epa, cómo estás!, le dije. Fue la única vez que lo vi hasta ahora. Tenía yo 17 años y él era un peludo», añade, marcando el contraste con la calvicie del actual ministro de Comunicación.
A Delcy, presidenta de la todopoderosa Asamblea Constituyente chavista, apenas la vino a conocer personalmente en República Dominicana, sede de los diálogos que se reanudarán este viernes.
Virulencia política
La fecundidad del patriarca es origen de múltiples paradojas.
En una ocasión, evoca Florido, su padre le dio un aventón a un desconocido que viajaba desde Caracas a Lara, de donde es la estirpe, y el hombre resultó ser su hermano.
«Le comentó que era de Jabón, un pueblito llamado así porque es muy resbaloso cuando llueve, y mi padre le dijo: ‘¡chico, yo también!, ¿cómo se llama tu papá?’. Y el hombre le respondió: ‘Pascual Florido. ¡Pero si es el mismo mío!'», relató el diputado.
Por esas mismas casualidades, Florido y Delcy han librado una guerra fuera de Venezuela: él denunciando la «dictadura» del presidente Nicolás Maduro, y la beligerante excanciller de 48 años acusando a los «apátridas» y defendiendo al gobierno de los «ataques del imperio».
La virulencia, sin embargo, se limita al terreno político. En una oportunidad, Jorge, psiquiatra de 52 años, pidió investigar a Florido por supuestamente especular con importaciones de alimentos.
Las cuestiones personales las han ventilado terceros. El año pasado, el poderoso dirigente chavista Diosdado Cabello acusó la familia Florido de haberle robado la herencia a los Rodríguez.
«¿Dónde está la parte de los hermanos Rodríguez? Se la robaste, así son los pillos», sostuvo Cabello, trenzado en una pelea con Florido tras denuncias del diputado sobre malos tratos en prisión a su líder, Leopoldo López.
«¿Tú crees que cuando nosotros estemos en el poder no te podemos hacer lo mismo? Te podemos hacer cosas peores… pero no somos así», había dicho Florido.
En orillas distintas
La polarización ha permeado a muchas familias venezolanas, y los antagonismos tocan altas esferas.
Una hija criada por el exalcalde de Caracas Antonio Ledezma, quien en noviembre escapó de su arresto domiciliario a Europa, está casada con Andrés Izarra, exministro chavista.
Otro caso es el de Didalco Bolívar y su hija Manuela. Oficialista él, opositora ella, rivalizaron como parlamentarios.
Florido cuenta que algunas personas lo han cuestionado en la calle por su vínculo sanguíneo con los Rodríguez, pero es enfático: «Hemos crecido en orillas muy distintas y muy distantes».
Los respeta a su manera. A Jorge, lector voraz que diagnóstica patologías en televisión a sus rivales, lo considera «un tipo muy peligroso porque es muy inteligente».
«Hay que tenerle mucho cuidado por su condición de psiquiatra, pero puedes tener una conversación respetuosa con él. Delcy es un poco más difícil, se abre menos», comenta.
Y aclara que aunque la negociación no los ha unido, es el punto del que emergerá, ahora o en el futuro, la solución a la encrucijada venezolana.
«No es fácil con tanta rabia que hay, tanto odio de parte de ellos principalmente, y también de parte nuestra. La gente con tanta frustración ha terminado odiando. Pero tenemos que aprender a coexistir».
afp