El exfiscal y abogado peruano Víctor Joel Salas se libró en 2016 de ser asesinado en su despacho de Madrid por un exmilitar estadounidense de origen venezolano que, presuntamente, mató a otras tres personas, y anuncia que denunciará ante la ONU la decisión de la Justicia de Venezuela de no entregarlo a España.
En una entrevista con Efe, asegura que recuerda a las víctimas a diario y se pregunta por qué Venezuela «protege» al sospechoso.
Salas rememora lo ocurrido, pide justicia y asegura que va a denunciar ante el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas, con sede en Ginebra (Suiza), la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela de no extraditarlo.
Este sábado se cumplirán tres años de uno de los pocos triples crímenes de Madrid, el cometido en una oficina de abogados por el sospechoso Dahud Hanid Ortiz, que buscaba despechado al dueño del bufete porque había mantenido una relación con su novia, aunque ella asegura que le había dejado meses antes.
Pero acabó matando a las compañeras de Salas en el bufete, Elisa Consuegra y Maritza Osorio, ambas de origen cubano, y a un taxista ecuatoriano, Pepe Castillo, que había ido a hacer una gestión.
Dahud creyó que este hombre era Salas, – un error del que no supo hasta días más tarde – y volvió tranquilo a su casa en Alemania, desde donde huyó a Venezuela cuando supo que lo buscaban, y donde fue arrestado en octubre de 2018.
La Policía española sospechó pronto de él, pero la petición judicial enviada por España a Alemania se demoró y, además, él sabía de las investigaciones policiales porque había intervenido el teléfono móvil y el ordenador de su expareja, según cuenta Salas.
Ante la ONU argumentará que se vulnera el derecho al juez natural, que sería el que ha instruido la causa en Madrid, y que el exmilitar no tiene nacionalidad venezolana, que es la base sobre la que sustenta el Alto Tribunal la negativa a la extradición.
El letrado peruano, que dice que volvió a nacer hace tres años, reconoce que el proceso ha sido «complicado, difícil».
«Me duelen las muertes de ellas (las mujeres asesinadas), cada día pienso en ellas, pero no podía caer en depresión ni bajar la guardia porque teníamos que encontrar al culpable, por justicia», dice.
Por eso, explica, cuando le comunicaron que Dahud había sido detenido creyó que se había hecho justicia.
«Pero dimos con un elefante blanco, que es Venezuela, y no entendemos a fecha de hoy por qué protege a un asesino. Me encuentro decepcionado, no con la justicia, que tarda pero llega, sino con la ley venezolana… pero seguiremos peleando», afirma con rotundidad.
Cuando recuerda el día del crimen, se lamenta de no haberle dado mayor importancia a la amenaza, según su versión, que había recibido de Dahud unas semanas antes, porque éste le pidió perdón después dos veces y él dio el asunto por zanjado.
«Mira, soy su marido, sé quién eres y te voy a encontrar y te voy a matar. Me han entrenado para esto», le había dicho Dahud en mayo de 2016. Salas le contestó que no sabía quién era, ya que él desconocía que ella tuviese pareja, y que solucionase sus problemas.
Hoy Víctor, aún emocionado, recuerda cómo se materializó aquella amenaza el 22 de junio de 2016.
A las 14.30 (12.30 GMT) su compañera de bufete Elisa le dijo que había «un tipo raro» en el despacho, sin mayor temor, y él se fue a casa a comer.
Cuando volvió horas más tarde salía humo por la ventana de la oficina, trató de entrar sin éxito porque había fuego y los bomberos sacaron los cuerpos de Elisa y de Pepe.
«Maritza estaba aún viva y le dije: ‘¿Qué ha pasado? Por favor, no te mueras’, pero me miró y murió», recuerda.
La Policía descartó que Salas, que ejerció como abogado en Perú varios años, estuviese amenazado por alguna organización narcotraficante, ya que el presunto asesino había dejado unas tarjetas del cártel mexicano de Juárez en el despacho.
Pero la clave fue el tapón de una botella de agua de la marca alemana Volvic que contenía un líquido acelerante del fuego. Entonces vio claro quién lo había hecho u ordenado.
EFE